El príncipe Felipe y el Rey Don Juan Carlos (Gtres)
Foto from vanitatis.com
Hace treinta y cinco años, cuando don Juan Carlos fue proclamado Rey de España, no estaba nada claro que pudiera hacerse con las riendas de un país en el que la mayoría de los ciudadanos querían vivir en libertad, en una democracia aún sin consolidar. El pasado pesaba sobre la corona por ser heredero impuesto y con el acatamiento de los Principios del Movimiento como telón de fondo. Un currículum nada prometedor. Pero lo que parecía imposible, se hizo aceptable y, más tarde, el 23 de febrero de 1981, don Juan Carlos se convertiría en rey de todos los españoles, al imponerse al golpe de estado con unos activos que aún perduran, pero que no se heredan. Es la diferencia entre padre e hijo. Mientras el titular ya lo ha demostrado durante más de tres décadas, el heredero aún tiene la mayor parte de su futuro profesional sin escribir. El ADN dinástico forma parte de la herencia pero, como dijo el Rey: “Este es un trabajo que hay que ganárselo todos los días”.
Para el monarca, ayer fue un día como otro cualquiera. Recibió en audiencia al presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, Luis Alberto Moreno y nada más. No hubo celebración institucional de ningún tipo y tampoco reunión doméstica en Zarzuela, porque los miembros de la Primera Familia andaban todos ellos desperdigados. La infanta Elena en Sevilla, inaugurando el Salón Internacional del Caballo de Pura Raza (SICAB); la duquesa de Palma, de regreso a su hogar norteamericano; la Reina, ejerciendo de reina; los príncipes volando a Perú…
La austeridad es la única explicación para la ausencia de repercusión festiva de estos treinta y cinco años de reinado. A veces, y más después de la intervención a la que fue sometido el Jefe del Estado en mayo pasado, cualquier envoltorio mediático es bueno como promoción. No habrían estado mal unas fotografías sino oficiales sí oficiosas del Rey con su hijo y con la heredera del heredero posando en una especie de liturgia dinástica que, al fin y al cabo, es la base en la que se sustentan las monarquías.
Salvo las que se hicieron al poco de nacer la infanta Leonor, no hay imágenes del abuelo real posando exclusivamente con su nieta. Existen de grupo familiar en Palma, pero no marcando la diferencia como heredera del heredero, como hacen otros titulares europeos. La conexión filial de don Juan Carlos con su hijo es muy diferente a la que mantiene con su primogénita. Mientras que al monarca se le ha visto muchas veces comiendo con la infanta Elena, en los toros y hasta de cañas en el hotel Ritz, la relación con el Príncipe es más adusta en todo aquello que tenga que ver con temas no oficiales y sí lúdicos.
Los encuentros eran más numerosos en la época de soltería. Ahora son escasos. En los veranos, por ejemplo, antes de la llegada de doña Letizia a palacio, era habitual ver a padre e hijo desayunando juntos en el Club Náutico de Palma durante las regatas. Después, esas charlas filiales y públicas desaparecieron. Siempre se ha dicho que el Príncipe tiene más afinidad con su madre que con su padre. La propia Reina contaba a Pilar Urbano que el carácter de su hijo es más parecido al suyo y, por lo tanto, hay más apego maternal. Estos treinta y cinco años habrían sido un buen momento para esas esperadas y deseadas fotos del Jefe del Estado con el Príncipe y con Leonor. Tres generaciones con un mismo destino.
Por Paloma Barrientos from vanitatis.com 23/11/2010
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