martes, 26 de julio de 2011

¿Quién gana con el 'watergate británico'?


Foto por EFE from elconfidencial.com

EL FUTURO DE CAMERON PUEDE ESTAR EN LAS MANOS DE ANDY COULSON.
Cuando Gordon Brown llegó al poder, sin elecciones de por medio, tan sólo cogiendo el testigo a su amigo-enemigo Tony Blair, vivió una luna de miel con el electorado. Fue corta, pero intensa. Terminó cuando decidió finalmente no convocar elecciones anticipadas. Pasó de ser comparado con un superhéroe a una marioneta ridiculizada en Westminster.

A David Cameron le ha pasado algo similar. Hace tan sólo dos meses era un primer ministro triunfador, que defendía con convicción su programa de recortes y había conseguido que el referéndum que prometió a la coalición dijera que no al cambio del sistema electoral que querían Laboristas y Liberal Demacras. Esta semana, sin embargo, un periodista le preguntó si se estaba planteando su dimisión.

El escándalo de las escuchas ilegales del ya desaparecido News Of The World ha supuesto un gran incendio en Reino Unido. Unos han perdido todas sus pertenencias con las llamas. Otros están aún averiguando qué es lo que se puede salvar.

El “premier”, a simple vista, está muy chamuscado. Su popularidad ha caído en picado y mientras que unos consideran que se trata de un episodio que quedará en el olvido, otros advierten de que el escándalo podría costarle el puesto.

Su futuro depende de un hombre: Andy Coulson. Al periodista le contrataron como jefe de Prensa de Cameron y luego de Downing Street cuando la primera investigación sobre el caso ya había dejado en la cárcel a dos personas por las escuchas ilegales.

El “tory” defendió esta semana de manera pasional que éste le aseguró que estas prácticas no estaban extendidas al resto de la redacción. Y él le creyó. Pero si finalmente Coulson es acusado y procesado por su implicación en los pinchazos, al “premier” se le podrían complicar mucho las cosas. Se plantearán muchos interrogantes sobre lo que sabía realmente y cuándo lo pudo saber.

Los rumores sobre su inminente salida del Número 10 llegaron hasta tal punto que el rotativo The Telegraph, conocido por su larga tradición de apoyo a los conservadores, publicó en su página web que la BBC estaba preparando un especial sobre el “obituario político” del de Eton.

Teniendo en cuenta que el actual jefe de comunicaciones de Downing Street es Craig Oliver, en su día un alto ejecutivo de la televisión pública, la noticia tomó cierta trascendencia. Además, en la Cámara de los Comunes habían pedido su dimisión públicamente miembros tan destacados como Sir Gerald Kaufman, diputado laborista desde 1970. La BBC desmintió la noticia, pero el daño ya estaba hecho.

El episodio, sin embargo, no impidió que el miércoles Cameron diera lo mejor de sí en Westminster. El “premier” tuvo que regresar antes de tiempo de su visita oficial a Sudáfrica para explicar ante los Comunes el asunto en un día en el que la Cámara ya debería haber estado cerrada por descanso estival.

Estuvo como en sus mejores días. Atacó a los laboristas, supo tirar balones fuera con su habitual verborrea y prometió pedir disculpas si finalmente se demuestra que Coulson le mintió.
El fango que llega a Osborne

Hay que reconocer que el “tory” siempre ha salido reforzado de las crisis. Su don de gentes ha tenido mucho que ver, pero en este caso, la prepotencia que le adjudican sus críticos y que tanto le ha ayudado en determinados episodios no le dejó ver los peligros que entrañaban la contratación del ex jefe del desaparecido dominical. El fango no le salpica solo Cameron. Se cree que fue George Osborne, el responsable del Tesoro, quien le recomendó contratar a Coulson.

Durante su intervención en los Comunes, el “premier” recordó a Ed Miliband que no había sido sólo él quien ha mantenido una relación especial con Rupert Murdoch. Al fin y al cabo, en Reino Unido todo el mundo sabe que toda persona que se ha mudado al Número 10, fuera cual fuera su color político, ha invitado al magnate australiano en más de una ocasión a tomar el té.

El líder de la oposición le acusó de haber cometido una decisión “catastrófica” con la contratación de su jefe de Prensa, pero no supo sacar jugo al asunto. Estuvo lento en el debate y desaprovechó muchas oportunidades de sacar los colores a su oponente.

La encuesta de julio de Reuters / Ipsos MORI –la primera desde que estalló el escándalo- muestra que la mitad de la población (un 52%) piensa que el primer ministro ha manejado mal la crisis. Por el contrario, casi la mitad de la población (47%) considera que, Miliband ha salido reforzado. Pero el repunte no ha afectado a la intención del voto laborista, por lo que son sus propias filas las que creen que su jefe podría haber desempeñado un mejor papel. Y es que, pese a los sondeos, el líder de la oposición aún no se ha ganado un respeto entre los suyos, que le achacan pocos avances en lo que lleva en el puesto.
El precedente Blair

Algunos han comparado el bautizado como 'Watergate de Cameron' con la humillación por la que tuvo que pasar Tony Blair en 1997 sobre un caso de corrupción de donaciones a su partido que involucraba a Bernie Ecclestone, el magnate de la Fórmula 1. Pero hay una clara diferencia. Cameron nunca ha sido tan popular como lo fue Blair antes de que el escándalo le estallara en las manos.

No hay que olvidar que el “tory” ha tenido que apoyarse en Nick Clegg para poder llegar al poder. Y en este punto viene una matización pertinente. El viceprimer ministro, hasta ahora, tiene las manos muy limpias en todo este asunto.

Su partido, al fin y al cabo, nunca interesó demasiado al magnate australiano. Es más, entre ellos había una cierta enemistad que quedó patente a principios de año, cuando Vince Cable, responsable de Empresa e Innovación, aseguró que declararía la guerra a Murdoch con la compra de BSkyB. En un principio la gestionaba su departamento, pero vistas sus intenciones, Cameron se apresuró a cambiarla a las manos del ministro de Cultura, Jeremy Hunt.

En definitiva, el nombre de Clegg está ahora un tanto ausente, al igual que lo estuvo el de John Major cuando los conservadores protagonizaron una guerra interna por la sucesión de Margaret Thatcher. Él contempló el campo de batalla desde la lejanía, encerrado en su casa por un dolor de muelas que le mantuvo al margen de la tormenta. Finalmente, fue él quien se mudó a Downing Street. El detalle seguramente no habrá pasado desapercibido estos días al liberal demócrata.

Por Celia Maza.   Londres   from elconfidencial.com   25/07/2011

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