miércoles, 27 de julio de 2011

El futuro de la Humanidad


Foto from rafaelcondill.blogspot.com

Finalizamos con un merecido epílogo una temporada repleta de temblores políticos y financieros, nucleares y reales. De despiste macroeconómico por parte de los que dicen que saben que no tenemos ni idea adónde nos conducirá. Del final de una época. Un post, a la vez inquietante y esperanzador, donde continuamos con la enumeración de las seis etapas de la humanidad. Hoy describimos las tres últimas que retratarán el futuro.
Atemperamiento
Atemperamiento, vocablo nuevo que sustituirá a la etapa de desarrollo tecnológico narrada ayer. Término y fase que equivaldrá, cuando sea una realidad, a consumir con mesura y a aumentar la eficiencia desde el punto de vista natural. Produciendo más y mejor con menos recursos, con más conocimiento veraz y menos ciencia económica infusa. Utilizando menos fuerza bruta tecnológica y mecánica y más ciencia aplicada con comedimiento e inteligencia.
Mentalizando al ciudadano para que se conciencie de las consecuencias para con la naturaleza de cada actividad o transacción económica que realice. Haciéndolo mediante la educación. De una manera activa o punitiva si es necesario. Para que utilice la energía necesaria sin derroches, contaminando menos, reciclando más, pagando un precio justo por los desaguisados que cause. Motivando a la población para que cuide los ecosistemas y se puedan mantener sin costosos cuidados paliativos permanentes. Y midiendo científicamente los avances o los retrocesos producidos.
Utilizando el agua con mesura y equidad; dejando de esquilmar ríos y océanos, garantizando su regeneración natural; recortando las emisiones, deteniendo la acidificación de los mares, permitiendo la renovación de los peces.
Inaugurando una civilización definitivamente global para todo y no solo para lo que le interesa a una minoría a tuerto con su ambición. Vivimos juntos en el mismo planeta donde las acciones de unos afectan a los que moran en las antípodas de él.
Implantando la sociedad del consumo necesario, del bienestar y la norma justa por contraposición a la sociedad tribal, naciones las llaman, el consumo compulsivo y la ley del más fuerte. Consistirá en humanizar los mercados, la vuelta del comercio honrado y la transacción equitativa.
Deberá maximizar el crecimiento económico con respeto y sensibilidad. No solo mediante fuerza bruta tecnológica utilizada indiscriminadamente, sin medir las consecuencias, y sin valorar la desolación futura de nuestras perversiones con el entorno y los demás.
Un nuevo sistema económico que proporcionará productos y también servicios obtenidos con un incremento entrópico reducido, en vez de expoliar de manera acelerada y a veces criminal los recursos escasos del planeta. De desperdiciar de manera inconsciente y estúpida la energía y los minerales, como hacemos ahora.
Comenzará esta etapa, esperemos que pronto, el día en que la humanidad espabile y se conciencie de los retos y las limitaciones que cercenarán su desarrollo, tal y como está hoy concebido, si no modifica sus hábitos. Cuando incorpore la ciencia de la escasez al elenco científico y se enfrente de una vez por todas, con rigor, a los desafíos pendientes tantas veces enumerados.
El día en que se empiecen implantar los mecanismos que permitan hacer más con menos, incrementando el trabajo y el empleo, aún a costa de la limitación en el uso inconsciente y desproporcionado de los recursos tecnológicos. Utilizando estos de manera sabia y eficaz, ya que conllevan un uso de materiales finitos y de energía tan inmenso, que difícilmente se podrá mantener la civilización a este ritmo, tal como la conocemos, más de unos pocos siglos. Y puede que ni siquiera eso, a la velocidad de despilfarro actual, y si no afrontamos decididamente los embates climáticos próximos.
¿Cómo se consigue eso? Yendo a trabajar en transporte público o caminando. Remodelando las ampliaciones de baja densidad recientes de las ciudades. Incómodas conurbaciones realizadas a base de expansión deslavazada y caótica, renunciando al urbanismo. Repletas de urbanizaciones desordenadas y espantosos adosados; de glotones complejos de oficinas de pobre diseño donde solo se puede acceder en coche; o los inmensos centros comerciales aislados, donde los devotos de la religión consumista laica se postran ante el moderno becerro de oro llamado marketing, comprando y acumulando cosas innecesarias sin más fin o disfrute que la mera adquisición.
Volviendo al diseño de ciudad mediterránea y compacta tradicional puesta al día, porque necesita muchas menos infraestructuras superfluas y gasto energético relativo, a la vez que proporciona mayor calidad de vida. Ciudades deliciosas cuando el transporte privado no existía y se diseñaban para que las gentes pudieran acceder a sus quehaceres de una manera fácil sin necesidad de grandes recursos, andando, en bicicleta o tranvía.
Adquiriendo productos y servicios donde el consumidor pueda conocer, igual que las kilocalorías o la grasa en las etiquetas de los alimentos, la energía y la contaminación producida por cada uno. De manera que una buena educación y unos incentivos de mercado adecuados fomenten su conservación.
En una sociedad con sistemas impositivos justos y progresivos que desincentiven enérgicamente aquellos servicios o artefactos que más dañen los ecosistemas o que contaminen más. O los que más recursos necesiten. Capaz de certificar de manera fehaciente que todo producto esté libre de muerte y desolación en su obtención, en su fabricación y transporte hasta el consumidor.
Cuando el coltán de nuestros móviles tenga por fin un origen digno o cuando los biocombustibles sean ecológicos de verdad, no hayan deforestado ningún bosque, ni matado de hambre a nadie, por ejemplo. Que prohíba directamente todo aquello cuyo proceso sea inaceptable para la naturaleza o para el hombre. Y donde la obsolescencia programada sea delito.
Para ello habrá que potenciar los sistemas de información y de gestión, enseñar en las escuelas. La gestión deja hoy mucho que desear. Habrá que centrarla en el trabajo y no en la tecnología. Esta se deberá utilizar con menor intensidad y mayor eficacia de manera que se fomente el empleo. Los sistemas de contratación se flexibilizarán. Los recursos humanos volverán a ser personas. Las canonjías ocupadas por inútiles desaparecerán (qué más quisiera). En España sobre todo. La ética volverá (ojalá). A cambio, aumentará el empleo.
De tal manera que el consumidor pueda escoger, con información real y fidedigna, que producto prefiere. Algunos costarán más. Otros no tiene por qué. La calidad es a menudo más una cuestión de oficio que de testosterona tecnológica.
Las relumbrantes escuelas de negocios y las obsoletas universidades deberán cambiar teoremas y postulados. Jubilar los manidos dogmas de fe ya fracasados. Reciclarse. Llevan demasiado tiempo enseñando como gira la rueda mientras se contemplan el ombligo predicando una excelencia falaz cuyas consecuencias estamos padeciendo.
No se trata de contar cuantas personas pueden vivir en el planeta sino de cómo utilizan sus recursos. Malthus, de momento, no tiene la culpa. El 20% de la población derrocha el 80% de ellos. Otro 40% o 50% quiere unirse al festín. También tienen derecho. Y todos.
La minoría rica aunque quebrada, que para eso lleva ventaja en el tiempo, deberá dar el primer paso. Diseñar la nueva economía. Aplicársela a sí misma primero para convencer a los demás después. Con el fin de que todos puedan disfrutar de la tarta. Dimensionando esta para que tenga un tamaño adecuado y pueda ser digerida por el planeta por los siglos de los siglos, sin empachos catastróficos o climáticos, como los a menudo enunciados aquí.
Decrecimiento
Llegará un momento, esperemos que dentro de muchos miles de años en que, a pesar de que el atemperamiento seguirá funcionando con la máxima eficacia por necesidad, el planeta no dará más de sí. No por disponibilidad de energía, el Sol siempre estará allí, sino por la de materiales y minerales, cuando el reciclado haya sido exprimido al máximo y no haya más de donde sacar para fabricar nuevos cachivaches o renovar los existentes. A partir de eso momento solo podremos decrecer o reducir el número de humanos que podrá soportar el planeta. Serán dos factores intercambiables dentro de la misma ecuación.
Transmutación o desaparición
Con todo, un remoto día, esperemos que muy lejano, la escasez de recursos será tal que la vida humana en la Tierra entrará en un declive definitivo. Si antes no ocurre algún fenómeno inesperado, como la caída de un meteorito o un virus que nos mande definitivamente al otro barrio, a pesar de nuestra soberbia y supuesta sabiduría. O si no nos hemos despedazado mutuamente por las migajas restantes.
Tendremos dos posibilidades: la decadencia para acabar desapareciendo de la lista de seres vivos, o la transmutación o evolución en algo diferente: desde la colonización de otros planetas si eso fuese posible, con previsibles consecuencias para nuestra biología, hasta la evolución genética hacia algo distinto, esperemos que por lo menos inteligente.
O iluminar una civilización orgánica en donde los bienes materiales se pudiesen obtener de una manera exclusivamente natural, sin necesidad de ningún tipo de material cuya disponibilidad fuese finita o no renovable, como en el pasado prehistórico o no tan lejano.
También podemos evolucionar genéticamente hasta convertirnos es especies casi indestructibles como los chinches, las cucarachas o las ratas. Hacia seres todavía inteligentes, sin grandes necesidades ecológicas ni de alimentación, pero con gran capacidad de adaptación. ¿Inquietante?
Atemperar: verbo que marcará el comienzo de un futuro más humano y brillante, pletórico de trabajo y de oportunidades de inversión, financiera e intelectual.

Por José M. de la Viña   from cotizalia.com  26/07/2011

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