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"Parece mentira, con lo que he hecho yo por ti..."
Muchas veces ni siquiera nos damos cuenta, pero todos hemos sido víctimas alguna vez de un chantajista emocional. De hecho, todos hemos manipulado a alguien, aunque sea con un inocente “si no te duermes viene el Coco” dicho a un niño insomne.
Pero la cosa se agrava cuando caemos víctimas de manipuladores ‘profesionales’, aquellos que, a sabiendas o de forma inconsciente, hacen uso de todas sus armas psicológicas para conseguir que nuestro comportamiento se adecúe a sus deseos y sus expectativas. Como la madre que, por teléfono, tose exageradamente para provocar en su hija el sentimiento de culpa por haberla ‘abandonado’ estando enferma. O la pareja que se lamenta de cuánto se aburre sola en casa mientras el otro sale, por ejemplo, a practicar deporte. O el amigo que se declara ‘desolado’ por no pasar tanto tiempo como querría con su compañero del alma. O…
Todas ellas son fórmulas realmente eficaces para responsabilizar a otra persona de las carencias y la dependencia de uno mismo, aunque no sean en absoluto su culpa. Así se consigue hacer a la víctima sentir mal y reconducir su actitud para que cuide a la madre, pase más tiempo con su pareja renunciando a sus propias aficiones o deje de lado algunas obligaciones para salir a divertirse con el amigo.
“El manipulador recurre principalmente a la culpa, generando situaciones donde cualquier persona normal o altruista reaccionaría ayudándolo naturalmente”, explica la psicóloga argentina Mariana Barrancos, autora del libro Abuso emocional: el enemigo invisible.
El manipulador es por lo general una persona insegura y dependiente. Como explica la psicóloga Bárbara Tovar, esta personalidad suele estar arraigada en “progenitores igual de manipuladores o excesivamente protectores o con altos grados de ansiedad”.
Te chantajeo para que me digas que me quieres
Con ese bagaje emocional, los manipuladores, por lo general, carecen de los recursos necesarios (negociación, asertividad…) para manejarse en las relaciones sociales y por ese motivo recurren al único modo que han aprendido de obtener reconocimiento, atención y cariño, el chantaje.
Esta actitud puede tomar diferentes formas. Por ejemplo, la de víctima (“me estás hundiendo”), la de amenaza (“como sigas así me voy a tener que ir para siempre”), la de verdugo o castigador (“si lo vuelves a hacer no te dejo ver más a los niños”) o la de la eterna esperanza (“si te portas bien conmigo verás lo felices que seremos”).
Los manipuladores consideran que todo el mundo tiene que ayudarles. Sin condiciones.
Otra forma muy común de manipulación es la de la deuda eterna. El “con lo que yo he hecho por ti…” sirve de excusa perenne para exigir cuanto se quiera mientras la víctima, condenada de por vida a pagar esa deuda, no ve cómo salir de la espiral y se siente incapaz de negar la falsa evidencia de que le debe todo a su manipulador por aquello que hizo un día lejano.
En cualquiera de las formas de manipulación hay un factor común, como recuerda Barrancos: “sea como sea, para el manipulador, la culpa de todos sus problemas siempre está fuera, nunca es suya. Y la solución también es ajena a ellos: los demás tienen que ayudarles, sin condiciones”.
Los manipuladores con frecuencia, explica Tovar, llevan la situación hasta el límite para conseguir lo que pretenden. “Llegan al extremo, ponen a la víctima contra las cuerdas para ver cómo reacciona, consiguen achantarla y luego, con la reconciliación, vienen los elogios que querían escuchar”. Porque, en el fondo, lo que buscan los chantajistas emocionales es el reconocimiento ajeno constante, como forma de afianzar una autoestima de la que carecen.
La repetición de este patrón de conducta hace que quienes sufren chantaje emocional con frecuencia reaccionen rápido para evitar males mayores e intenten apaciguar al manipulador al primer aviso de conflicto. Pero eso es, precisamente, lo contrario de lo que hay que hacer.
No le des el caramelo
“No hay que darle el caramelo. Cuando se tira un farol (porque raramente van a cumplir sus amenazas) la víctima debe posponer su reacción y explicarle que de esa forma no va a conseguir nada, que pruebe a pedirlo de otra manera”, explica la terapeuta. “Esta reacción de la víctima seguramente provocará un incremento de la conducta manipuladora, pero es importante no asustarse y mantenerse firme hasta que cambie”, añade.
Aunque no es fácil, obviamente. Los manipuladores son con frecuencia personas muy cercanas a la víctima y emocionalmente muy implicadas. Padres, hermanos, amigos o –sobre todo- pareja, aunque también pueden serlo compañeros de trabajo, jefes o conocidos. Pero es obvio que cuanto mayor es la implicación emocional, más complicado resulta darse cuenta de que uno es víctima de un manipulador y, sobre todo, pararle los pies. Máxime si tenemos en cuenta que las personas más proclives a convertirse en víctimas son, como recuerda Tovar, “aquellas más inseguras, con baja autoestima y necesitadas de atención. Las que tienen poca asertividad (son incapaces de decir ‘no’ o de poner límites) y las que desempeñan un rol de conducta inhibido”.
Es necesario que este tipo de personas haga caso omiso de los intentos de su manipulador por minar su confianza. Sobre todo en relaciones de pareja, el chantajista va poco a poco socavando la autoestima de su víctima a través de la humillación y la pérdida del respeto hasta que obtiene un altísimo poder sobre ella después de haber anulado casi por completo su independencia, su asertividad y su propia imagen. “De tanto hacerlo durante años, los chantajistas se convierten en expertos en localizar el punto débil de las personas, y es ahí donde más atacan para conseguir sus objetivos”, explica Tovar.
Sin embargo, ese control sobre las personas ni siquiera les satisface del todo. “Los manipuladores son víctimas de su propia estrategia y por lo general no son felices. Ellos mismos se suelen autodefinir como personas muy vulnerables y viven con un miedo constante al rechazo, al abandono, poniendo siempre a prueba sus relaciones personales”, añade la psicóloga.
Para finalizar cabe destacar que, como recuerda Barranco, todos manipulamos en alguna medida. “Pero una cosa es sugerir que necesitamos un reloj nuevo cuando se avecina nuestro cumpleaños y otra muy distinta es vivir manipulando a los demás para no tener que hacernos cargo de nuestros problemas ni que buscar soluciones a los mismos”.
Por Alejandra Abad from elconfidencial.com 30/11/2011
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