lunes, 26 de agosto de 2013

De King a Obama, el sueño continúa

 
 
Medio siglo después, el presidente de EE UU simboliza el tránsito de los negros de la esclavitud al poder defendido por el pastor, pero la igualdad está aún lejos.
 
 
Al llegar al Despacho Oval en 2009, Barack Obama mandó sustituir el busto de Winston Churchill que había colocado su antecesor por otro de Martin Luther King. También hizo enmarcar el programa de la marcha sobre Washington, en la que el mártir de los derechos civiles pronunció su discurso más célebre, I have a dream, del que ahora se cumplen 50 años. En su segunda toma de posesión, en enero pasado, que coincidió con el día de la fiesta nacional de King, Obama juró el cargo sobre una Biblia del adorado predicador. “Sus acciones, su movimiento, son la única razón por la que yo puedo asumir este cargo”, dijo el presidente.
 
El próximo miércoles Obama se dirigirá al país desde las escalinatas del monumento a Lincoln, en el Mall de esta capital, exactamente el mismo punto en el que King habló hace medio siglo. Pese a las dudas sobre la realización de un sueño que, como todos los sueños, solo se ha cumplido a medias y ha resultado ser muy distinto a lo que se imaginó, ese momento traerá al recuerdo un largo viaje en la historia americana en la que los negros han pasado de la esclavitud al poder.
 
Obama está ahí como testigo excepcional de esta ocasión. Es el primer presidente negro de Estados Unidos y, como tal, el depositario del legado de King. También como protagonista. Su éxito es, en parte, mérito propio. No hubiera alcanzado esa posición sin el mensaje unificador que difundió su candidatura. Pero Obama no estará en las escalinatas del monumento a Lincoln como el sucesor de King. Más bien todo lo contrario. Obama es la superación de King y de su época. “No existe una América blanca y una América negra”, decía en 2008, “solo existen los Estados Unidos de América”. La presencia de Obama en la Casa Blanca no es la victoria de King. Obama pertenece a una sociedad que no es la que King soñó, una sociedad en la que el racismo no es ya una fuerza dominante sino residual, pero en la que la desigualdad, que sufren negros, blancos y latinos, se ha acentuado.
 
Desde que apareció en la escena política, se han escrito cientos de comparaciones entre King y Obama, sin duda los dos políticos negros más relevantes de este país. La mayoría de ellas tienden a exagerar las coincidencias o las diferencias. Los norteamericanos abordan todavía los asuntos raciales tras el tamiz de lo políticamente correcto, y esas comparaciones esconden aún algunos odios inconfesables contra el pastor de Atlanta y muchas frustraciones dolorosas con el presidente.
 
Lo cierto es que Obama y King no tienen mucho en común. Quizá compartan sus dotes para la oratoria y un cierto sentido práctico de la política que, salvada la distancia histórica, sitúa a ambos personajes en posiciones centristas, satanizados desde su derecha, pero criticados también desde su izquierda. Así como Obama ha tenido que soportar —especialmente ahora, tras la revelación de los programas de espionaje— ataques desde su bando, King tuvo que defenderse de las acusaciones de traición que se le hacían, con Malcolm X a la cabeza, desde su propio movimiento.
 
Fuera de eso, King y Obama son casi personajes antagónicos.
Cuando Martin Luther King pronunció su famoso discurso, Obama acababa de cumplir dos años de edad en un lugar tan remoto como Honolulú. Ni generacional ni políticamente pertenece al grupo que dirigió la lucha por los derechos civiles, ni siquiera a sus continuadores. Obama no ha actuado nunca como un líder negro ni ha compartido jamás las estrategias y mensajes de ese sector de la clase política. De hecho, los principales herederos de King, como John Lewis o Andrew Young, tardaron en darle su apoyo cuando presentó su candidatura presidencial y se inclinaron inicialmente por Hillary Clinton.
 
Obama se ha dirigido siempre a un país que ha cambiado enormemente en medio siglo, a un país diferente al que King conoció. En 1963, el matrimonio interracial del que nació Obama estaba aún prohibido en 20 Estados, el derecho al voto de los negros no era aún respetado en la mayor parte del sur, y a los negros se les llamaba negroes. Hoy se admite el matrimonio homosexual en 12 Estados, los negros votan en mayor proporción que los blancos y se les llama “afroamericanos”. Obama aborda el problema del racismo en un contexto distinto, no como una reacción ante la aplastante mayoría blanca, sino como una reclamación de igualdad de oportunidades. Obama no afronta los problemas de los negros como “problemas de negros”, sino como problemas que también afectan a los negros. Durante el último brote de polémica racista, con ocasión del juicio este verano por la muerte del joven negro Trayvon Martin, el presidente dijo que el debate verdaderamente necesario era sobre puestos de trabajo, sobre el acceso de los pobres a la riqueza. En una entrevista recordó que “la marcha sobre Washington era una marcha para reclamar empleos y justicia”, que “había un componente económico muy importante en esa marcha”.
 
La marginación económica sigue siendo el mayor obstáculo para la igualdad. En algunos aspectos, la situación incluso se ha agravado. Los 19.000 dólares de ingresos anuales que hace 50 años había de diferencia entre las familias blancas y negras, se han convertido hoy en más de 27.000, según un estudio del Instituto Pew. Se ha reducido la distancia entre la cantidad de blancos y negros que se encuentran por debajo del nivel de pobreza, pero ha aumentado en cuanto al número que posee una vivienda.
 
Es indudable que se ha avanzado considerablemente en muchos aspectos: los negros han aumentado la expectativa de vida, ha crecido el número de jóvenes que completan sus estudios y es visible la presencia de muchos más afroamericanos en cargos de responsabilidad. Pero un 79% de los negros cree que todavía queda mucho por hacer para conseguir la equiparación racial.

 Algunas cosas han empeorado, y no solo en el terreno económico. La desestructuración de las familias negras es hoy un problema más grave y, sobre todo, se ha retrocedido en el trato que los negros reciben de parte del sistema de justicia. Un negro tiene actualmente seis veces más probabilidades que un blanco de ser condenado a cárcel por un tribunal, lo que incluso supera las tasas de los años de segregación.
 
Al mismo tiempo, otra diferencia esencial con aquella época es que los negros tienen hoy, además de la ley, el poder para cambiar ese estado de cosas; no todo el poder, pero sí suficiente poder. Esa es también la principal diferencia entre King y Obama. “Obama es un político, King era un profeta”, afirma el escritor especializado Tavis Smiley.
“Obama no es el líder de un movimiento social progresista; es el presidente”, recuerda la periodista Melissa Harris-Perry. “Como presidente es más poderoso que King y también más contenido. Tiene más poder institucional, pero también una gama más amplia de gente a la que satisfacer y rendir cuentas. Tiene aliados más poderosos, pero también enemigos más poderosos”.
 
Tal vez sea un ejercicio fútil imaginar qué hubiera hecho King como presidente. En vida, confesó que jamás se había planteado aspirar a ese cargo, y nunca lo habría conseguido, en todo caso. Pero no es impensable que las responsabilidades de la presidencia hubieran matizado algunas de sus posiciones como activista.
 
King fue un firme detractor de la guerra de Vietnam, como Obama lo fue de la de Irak. Ambos recibieron el premio Nobel de la Paz. Pero este último ha vivido lo suficiente como para dirigir después la política exterior de EEUU, y eso le ha conducido a tomar decisiones que han decepcionado a muchos de los que le apoyaron. Con sentido del humor, alguien ha escrito que, mientras King “have a dream”, Obama “have a drone”.
 
Si Obama es la consumación del sueño de King, todo ha acabado siendo menos poético y hermoso de lo que se vislumbró hace 50 años. Pero lo más probable es que no sea así. Lo más probable es que ese sueño, como la tierra prometida por el pastor un día antes de su asesinato en Memphis, sea el de la reconciliación entre los seres humanos, la meta inalcanzable de la perfecta armonía racial, de la absoluta igualdad. Y, como tal, un sueño todavía pendiente, siempre en el horizonte.
 
El progreso ha sido gigantesco. Nadie podía imaginar hace solo una década que un negro estaría al frente de la celebración de este medio siglo de historia. Pero los desafíos actuales son también enormes. La cima de la montaña señalada por King seguramente está aún lejana.

 

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