martes, 13 de agosto de 2013

La falsa normalidad europea, ¿volverá a temblar Europa?

 
 
Agosto es, por tradición, el mes de las vacaciones en Europa, en el que muchos políticos se toman varias semanas de descanso mientras los proyectos importantes esperan al gran retorno de principios de septiembre. | El Bundesbank prevé un nuevo rescate en Grecia tras las elecciones.
 
Este año, existe otra razón por la que Europa ha pulsado el botón de pausa en agosto. Ante las inminentes elecciones en Alemania, pocos quieren poner en riesgo la probable victoria de Angela Merkel. Después de todo, Alemania es fundamental para el bienestar de Europa y la mano firme de Merkel ha permitido al continente superar una serie de obstáculos en los últimos años.
 
Por ese motivo, muchos están dispuestos a posponer las decisiones polémicas para que no se zarandee el barco político alemán. Algunas noticias económicas recientes parecen justificar ese planteamiento. A finales de julio, el observadísimo indicador de la actividad manufacturera en Europa cruzó el umbral de la expansión por segunda vez en 23 meses.
 
Para aumentar la sensación de cómoda normalidad, varios políticos europeos se han lanzado a las ondas con discursos optimistas. Aunque el euro y la eurozona estaban "amenazados hace sólo nueve meses", el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, declaraba hace poco que "ya no es así". Todo eso ha dado pie a una tranquilidad muy bien recibida por los mercados financieros.
 
Los diferenciales del tipo de interés soberano se han portado bien, el euro se ha fortalecido y los mercados de capital suben con fuerza. Pero que nadie se engañe: la sensación de normalidad de este verano ni es natural ni necesariamente sostenible a largo plazo sino que es el resultado de unos cuantos factores temporales y (si Europa no presta atención) potencialmente reversibles. Si los políticos no vuelven pronto para afrontar los desafíos económicos de una forma más exhaustiva, la calma actual podría producir más desorden.
 
 
La tarea de Europa no se limita a reiniciar y completar las iniciativas económicas y políticas, ya sean regionales o domésticas, que se han puesto en suspenso hasta después de los comicios alemanes. De hecho, estas decisiones de arriba abajo, aunque evidentemente complejas y consecuentes, podrían ser el último de los problemas de Europa. El viejo continente debe enfrentarse y revertir los desafíos micro que se han incrustado más profundamente en su estructura económica y financiera.
 
 

Cuatro problemas

Cada día que pasa se complica más el diseño y la aplicación de soluciones duraderas a cuatro problemas concretos.
Primero: el desempleo sigue creciendo. El índice general del paro (12 por ciento) no ha alcanzado aún sus máximos y el desempleo es alarmante entre los jóvenes (con un paro del 24 por ciento en la eurozona y máximos del 59 por ciento y 56 por ciento en Grecia y España, respectivamente).
 
Segundo: el hastío frente a los ajustes es creciente y generalizado. Los ciudadanos europeos, en apuros desde hace mucho (sobre todo los parados de larga duración), no han visto todavía ninguna ventaja sostenida de las medidas de austeridad a las que se les ha sometido. Y el resultado no es sólo una decepción general y un malestar social preocupante; en las últimas semanas, la estabilidad política en Grecia y Portugal se ha puesto en peligro mientras sus gobiernos forcejeaban con una credibilidad en declive y una reacción popular en aumento.
 
Tercero: el cansancio por los rescates es evidente. Los ciudadanos de las economías más fuertes están cada vez menos dispuestos a prestar apoyo financiero a sus vecinos desfavorecidos, y a sus representantes electos les va a costar pasar por alto el resentimiento creciente ante la reiterada desviación de los ingresos fiscales nacionales, que sólo ha producido unos resultados decepcionantes. Mientras, los altos niveles de exposición pasada y la descoordinación de los acreedores socavan la disponibilidad de la financiación externa, incluida la del Fondo Monetario Internacional.
 
Y cuarto: el sector privado se queda sin oxígeno. Aunque Europa haya conseguido estabilizar sus mercados de bonos soberanos, la intermediación financiera para la pequeña y mediana empresa sigue muy distorsionada. Con la mayoría de las líneas de crédito parcialmente bloqueadas, la falta de crédito corporativo se volverá más severa cuando los reguladores acaben forzando a los bancos a embarcarse en la debida movilización de capital prudencial y encoger las hojas de balance a unos niveles de menor riesgo.
 
El resultado pinta una realidad triste para Europa. Pese a los lapsos prometedores de algún que otro indicador económico, demasiados países carecen de crecimiento inmediato y motores de crecimiento a largo plazo. En consecuencia, el sobreendeudamiento seguirá siendo un problema. Los titulares del capital privado que podría asignarse a la inversión productiva continuarán dudando y las empresas seguirán necesitando empleos e inversión de capital, fundamentales para una prosperidad duradera y el bienestar generalizado. El entorno exterior tampoco ayuda.
 
Del lado de la demanda, la recesión económica continua en China empieza a afectar a los pedidos y los ingresos de las empresas, y se suma a los desafíos derivados de una economía estadounidense persistentemente floja. Mientras tanto, la reciente apreciación del euro (sobre todo frente al yen japonés) limita la capacidad de Europa para compensar una demanda global anémica, adueñándose de una mayor cuota de mercado. Los acontecimientos apuntan a un fenómeno mucho más amplio. Por culpa del retraso en concienciarse de los retos complejos (y las respuestas políticas tardías y parciales) que achaca gran parte de occidente, el patrón de crecimiento de equilibrio bajo que ha prevalecido en los últimos años (la llamada "nueva normalidad") se vuelve menos estable. Y Europa es un indicador clave.
 
 

Medidas experimentales

Básicamente, Europa (y el occidente en general) debe su reciente calma a una serie de medidas experimentales de los bancos centrales para compensar la combinación preocupante de demasiada poca demanda para generar una creación de empleo suficiente, reformas estructurales inadecuadas para reformar los motores de crecimiento, deudas pendientes que debilitan la inversión productiva y una coordinación política insuficiente. La calma superficial resultante enmascara unos pilares económicos y financieros que siguen siendo preocupantes.
 
Esperemos que los políticos europeos regresen bien descansados de sus vacaciones de agosto porque van a necesitar toda la energía y la dedicación posibles para encarrilar rápidamente esta normalidad forzada europea hacia una estrategia más duradera de recuperación, o al menos evitar que los factores de la prosperidad renovada se desintegren antes de que se puedan apuntalar.



Mohamed A. El-Erian. Director ejecutivo y codirector de inversiones de PIMCO.
Mohamed A. El-Erian   9:00 - 11/08/2013 Actualizado: 11:40 - 11/08/13

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