Agosto es, por tradición, el mes de las vacaciones en Europa, en el que
muchos políticos se toman varias semanas de descanso mientras los proyectos
importantes esperan al gran retorno de principios de septiembre. |
El Bundesbank prevé un nuevo rescate en Grecia tras las elecciones.
Este año, existe otra razón por la que Europa ha pulsado el botón de pausa en
agosto. Ante las inminentes elecciones en Alemania, pocos quieren poner en
riesgo la probable victoria de Angela Merkel. Después de todo, Alemania es
fundamental para el bienestar de Europa y la mano firme de Merkel ha permitido
al continente superar una serie de obstáculos en los últimos años.
Por ese motivo, muchos están dispuestos a posponer las decisiones polémicas
para que no se zarandee el barco político alemán. Algunas noticias económicas
recientes parecen justificar ese planteamiento. A finales de julio, el
observadísimo indicador de la actividad manufacturera en Europa cruzó el umbral
de la expansión por segunda vez en 23 meses.
Para aumentar la sensación de cómoda normalidad, varios políticos europeos se
han lanzado a las ondas con discursos optimistas. Aunque el euro y la eurozona
estaban "amenazados hace sólo nueve meses", el presidente del Consejo Europeo,
Herman Van Rompuy, declaraba hace poco que "ya no es así". Todo eso ha dado
pie a una tranquilidad muy bien recibida por los mercados financieros.
Los diferenciales del tipo de interés soberano se han portado bien, el euro
se ha fortalecido y los mercados de capital suben con fuerza. Pero que nadie se
engañe: la sensación de normalidad de este verano ni es natural ni
necesariamente sostenible a largo plazo sino que es el resultado de unos cuantos
factores temporales y (si Europa no presta atención) potencialmente reversibles.
Si los políticos no vuelven pronto para afrontar los desafíos económicos de una
forma más exhaustiva, la calma actual podría producir más desorden.
La tarea de Europa no se limita a reiniciar y completar las iniciativas
económicas y políticas, ya sean regionales o domésticas, que se han puesto en
suspenso hasta después de los comicios alemanes. De hecho, estas decisiones de
arriba abajo, aunque evidentemente complejas y consecuentes, podrían ser el
último de los problemas de Europa. El viejo continente debe enfrentarse y
revertir los desafíos micro que se han incrustado más profundamente en su
estructura económica y financiera.
Cuatro problemas
Cada día que pasa se complica más el diseño y la aplicación de soluciones
duraderas a cuatro problemas concretos.
Primero: el desempleo sigue creciendo. El índice general del paro (12
por ciento) no ha alcanzado aún sus máximos y el desempleo es alarmante entre
los jóvenes (con un paro del 24 por ciento en la eurozona y máximos del 59 por
ciento y 56 por ciento en Grecia y España, respectivamente).
Segundo: el hastío frente a los ajustes es creciente y generalizado.
Los ciudadanos europeos, en apuros desde hace mucho (sobre todo los parados de
larga duración), no han visto todavía ninguna ventaja sostenida de las medidas
de austeridad a las que se les ha sometido. Y el resultado no es sólo una
decepción general y un malestar social preocupante; en las últimas semanas, la
estabilidad política en Grecia y Portugal se ha puesto en peligro mientras sus
gobiernos forcejeaban con una credibilidad en declive y una reacción popular en
aumento.
Tercero: el cansancio por los rescates es evidente. Los ciudadanos de
las economías más fuertes están cada vez menos dispuestos a prestar apoyo
financiero a sus vecinos desfavorecidos, y a sus representantes electos les va a
costar pasar por alto el resentimiento creciente ante la reiterada desviación de
los ingresos fiscales nacionales, que sólo ha producido unos resultados
decepcionantes. Mientras, los altos niveles de exposición pasada y la
descoordinación de los acreedores socavan la disponibilidad de la financiación
externa, incluida la del Fondo Monetario Internacional.
Y cuarto: el sector privado se queda sin oxígeno. Aunque Europa haya
conseguido estabilizar sus mercados de bonos soberanos, la intermediación
financiera para la pequeña y mediana empresa sigue muy distorsionada. Con la
mayoría de las líneas de crédito parcialmente bloqueadas, la falta de crédito
corporativo se volverá más severa cuando los reguladores acaben forzando a los
bancos a embarcarse en la debida movilización de capital prudencial y encoger
las hojas de balance a unos niveles de menor riesgo.
El resultado pinta una realidad triste para Europa. Pese a los lapsos
prometedores de algún que otro indicador económico, demasiados países carecen de
crecimiento inmediato y motores de crecimiento a largo plazo. En consecuencia,
el sobreendeudamiento seguirá siendo un problema. Los titulares del capital
privado que podría asignarse a la inversión productiva continuarán dudando y las
empresas seguirán necesitando empleos e inversión de capital, fundamentales para
una prosperidad duradera y el bienestar generalizado. El entorno exterior
tampoco ayuda.
Del lado de la demanda, la recesión económica continua en China empieza a
afectar a los pedidos y los ingresos de las empresas, y se suma a los desafíos
derivados de una economía estadounidense persistentemente floja. Mientras tanto,
la reciente apreciación del euro (sobre todo frente al yen japonés) limita la
capacidad de Europa para compensar una demanda global anémica, adueñándose de
una mayor cuota de mercado. Los acontecimientos apuntan a un fenómeno mucho más
amplio. Por culpa del retraso en concienciarse de los retos complejos (y las
respuestas políticas tardías y parciales) que achaca gran parte de occidente, el
patrón de crecimiento de equilibrio bajo que ha prevalecido en los últimos años
(la llamada "nueva normalidad") se vuelve menos estable. Y Europa es un
indicador clave.
Medidas experimentales
Básicamente, Europa (y el occidente en general) debe su reciente calma a una
serie de medidas experimentales de los bancos centrales para compensar la
combinación preocupante de demasiada poca demanda para generar una creación de
empleo suficiente, reformas estructurales inadecuadas para reformar los motores
de crecimiento, deudas pendientes que debilitan la inversión productiva y una
coordinación política insuficiente. La calma superficial resultante enmascara
unos pilares económicos y financieros que siguen siendo preocupantes.
Esperemos que los políticos europeos regresen bien descansados de sus
vacaciones de agosto porque van a necesitar toda la energía y la dedicación
posibles para encarrilar rápidamente esta normalidad forzada europea hacia
una estrategia más duradera de recuperación, o al menos evitar que los factores
de la prosperidad renovada se desintegren antes de que se puedan apuntalar.
Mohamed A. El-Erian. Director ejecutivo y codirector de inversiones de
PIMCO.
Mohamed A. El-Erian 9:00 - 11/08/2013 Actualizado: 11:40
- 11/08/13
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