SOMOS POCO PRAGMÁTICOS EN EL AMOR
Cuanto más inaccesible es una persona, más aumenta su valor
Enamorarse de alguien inaccesible es una forma de evitar la intimidad amorosa
Enamorarse implica un subidón de adrenalina al que pocos pueden renunciar
¿Qué mejor expresión del amor romántico existe que la de amar contra viento y marea a una persona que sabemos que jamás nos va a corresponder? Y, al mismo tiempo, ¿acaso hay algo más deprimente que amar contra viento y marea a una persona que sabemos que jamás nos va a corresponder? Y aun así, pocos pueden presumir de no haberse visto atrapados en algún momento de sus vidas en ese tipo de callejones sin salida emocionales, agotadores y devastadores para el corazón y la mente. Por alguna razón, toda la educación emocional que hemos recibido no parece suficiente para evitarnos atravesar esta clase de calvarios. Y gran parte de culpa tiene el romanticismo y su defensa del sentimiento por encima de lo pragmático a la hora de conducirnos a estas situaciones.
Ya no se trata únicamente de que se sienta atracción hacia la gente equivocada (que al fin y al cabo puede presentar cualidades que nos resulten atractivas), sino que nos amargamos la vida persiguiendo a una persona que, por diversas razones –tiene pareja, no nos desea, o circunstancias externas la mantienen fuera de nuestro alcance– hacen imposible que comparta su vida con nosotros. Y, sin embargo, no podemos dejar de sentir esa irrefrenable atracción hacia ellas.
En teoría, este tipo de impulso amoroso entraría en contradicción con las visiones evolucionistas de las relaciones de pareja. Si, al fin y al cabo, el fin de toda relación es la conservación de la especie, resultaría muy poco adaptativo gastar tiempo y esfuerzo en intentar conquistar a compañeros que, por interesantes que puedan parecer, están inequívocamente fuera de nuestro alcance. Algo que entra también en contradicción con una de las razones por las que nos enamoramos a menudo que es, simple y llanamente (y por mucho que nos cueste reconocerlo) que nos hagan caso.
Dime cómo amas, te diré por qué huyes
¿Por qué nos enamoramos, en cualquier caso? El atractivo físico, la simpatía, la inteligencia de la otra persona influyen en un grado u otro, así como esos elementos intangibles (¡las hormonas!) que también determinan de quién caemos prendados y de quién no. En muchos casos, la llamada ansiedad afectiva juega un papel importante: aquellos que la sienten necesitan estar continuamente cerca de su objeto de deseo para reafirmarse, especialmente si su autoestima es baja. La negación de la posibilidad de dicha proximidad (física o emocional) haría que la ansiedad aumentase, incluso, como señalan los psicólogos Cindy Hazan y Philip R. Shaver, hasta niveles enfermizos, lo que aumentaría la necesidad de buscar esa satisfacción que sólo se obtiene mediantes la retroalimentación con la persona deseada.
Aunque quizá haya que interpretarlo de la manera opuesta: que este tipo de impulsos amorosos tengan como objetivo, precisamente, mantener a la persona fuera de toda relación amorosa, que se percibe como potencialmente dañina. Una de las siete categorías de formas de amar diseñadas por Mario Mikulciner y Philip R. Shaver encajaría a la perfección con este tipo de personas: los evasivos, es decir, aquellos que por su miedo al compromiso evitan, a menudo de manera inconsciente, participar en cualquier tipo de relación, y que estarían representados por un 25% de la población.
Sin embargo, como afirma la doctora Linda Hatch en su blog, en muchos casos este tipo de relaciones llevan a los que las mantienen a vivir en ficciones ideales que, por su falta de realización, se mantienen para siempre idealizadas. “La cercanía con otra persona se convierte en algo que se percibe como peligroso”, indica Hatch. “Buscan relaciones en las que la otra persona las rechazará o las abandonará. Pero esto es una manera de sentirse ‘seguro’ de las vulnerabilidades de la intimidad real”.
El objeto amoroso como preciado tesoro
El análisis económico de las relaciones amorosas también tiene mucho que decir a este respecto, en cuanto que hace elevar, emocionalmente, el precio de la persona deseada. Si, como afirmaban el psicólogo Roy Baumeister de la Universidad de Florida y la profesora de marketing Kathleen D. Voss de la Universidad de British Columbia, podemos analizar nuestros comportamientos amorosos utilizando los mismos criterios que emplearíamos a la hora del analizar el mercado, nos encontraríamos con que el equivalente de una persona inalcanzable sería un objeto de lujo. Y, por lo tanto, tan valioso como difícil de conseguir.
La lógica es sencilla: los recursos limitados elevan su precio y los recursos abundantes lo hacen descender (es decir, las mujeres son más cotizadas que los hombres en el mercado amoroso por su posibilidad de elección) ¿Y qué es más exclusivo que una persona completamente comprometida, que no se plantea la posibilidad de abandonar su relación? A los ojos del enamorado, dicha persona eleva su precio y, como ocurriría con un cuadro de Picasso, este crecería cuanto más tiempo tarde en salir a subasta.
El amor no correspondido como amor platónico
Otra de las visiones que puede explicar estos impulsos es la del “amor platónico”. En un sentido más estricto, dicho concepto debería aplicarse únicamente a las relaciones en las que no se produce ningún contacto sexual, aunque sí pueda existir una relación emocional. Hoy en día, sin embargo, dicha idea suele aplicarse más bien a esos amores imposibles y no correspondidos que, por pura necesidad, han de conceder más importancia a lo emocional y afectivo que a lo carnal. Un cambio en la terminología que seguramente se daba al rechazo generalizado que existe esa la idea del amor platónico que, implícitamente, identifica la castidad con la pureza del sentimiento amoroso.
En este caso, nos encontraríamos con una visión más filosófica del amor, más racional y alejada de las barreras psicológicas autoimpuestas. O quizá esa racionalización del impulso pasional no sea más que una manera de aliviar la ansiedad generada por la imposibilidad de ser correspondido en el amor. Por último, no hay que perder de vista que enamorarse implica un subidón de adrenalina (y otros químicos) para el enamorado, al mismo tiempo que un reto a superar. Y ya sabemos que hay personas que disfrutan de un reto más que de cualquier otra cosa.
Héctor G. Barnés 29/07/2013 (06:00)
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