LOS NORTEAMERICANOS NO QUIEREN ATACAR SIRIA
"No me gusta la idea de ningún ataque armado. No sé dónde está Siria ni por qué quieren lanzar bombas, pero en las guerras todo el mundo pierde, no hay guerras humanitarias". Anna Dechasa, trabajadora de un 7Eleven ubicado en el centro de Washington DC, no tarda ni dos segundos en lanzar su respuesta.
Los tambores de guerra resuenan en EEUU. La posibilidad de una intervención de castigo contra el régimen de Bachar al Asad liderada por Estados Unidos parece cada vez más próxima. Pero si Barack Obama decide finalmente atacar Siria, el Gobierno norteamericano estaría embarcándose en una acción militar en contra de la opinión pública por primera vez en mucho tiempo.
La mayoría de los estadounidenses no quieren meterse en un conflicto en el que no consideran que estén en juego sus intereses ideológicos o económicos ni la seguridad de su país. El otro argumento utilizado en ocasiones para justificar una acción militar, el de la “guerra humanitaria”, tampoco convence esta vez.
La propia idea de atacar para defender está muy debilitada entre la opinión pública estadounidense tras desastres tan sonados como el de Somalia en 1992 (que expuso la película Black Hawk derribado). La oposición, según las últimas encuestas, supera al 60% de la población (frente al 9% que defiende abiertamente que se emprenda una intervención) y refuerza la idea de que el ataque deberá ser breve, quirúrgico y de naturaleza simbólica.
Las cifras de apoyo a la intervención contra Siria resultan ridículas comparadas con anteriores conflictos a los que se ha lanzado Washington. En octubre de 2001, un 88% de los estadounidenses respaldaban una acción militar en Afganistán tras los atentados contra el World Trade Center del 11 de septiembre. Año y medio después, en marzo de 2003, un 72% consideraba “acertada” la idea de atacar Irak. Las cenizas del 11-S estaban todavía calientes y los norteamericanos comulgaban con la idea de la Guerra contra el Terror.
Incluso el polémico bombardeo de la ex-Yugoslavia (liderado por Bill Clinton y efectuado por aviones de la OTAN en 1999 para frenar la limpieza étnica de Kosovo) contó con un importante respaldo popular, un apoyo que las encuestas de la época situaban entre el 60 y el 65%. Por no hablar de la Guerra de Vietnam, que se detonó con tasas de aprobación superiores al 70%.
Incluso el polémico bombardeo de la ex-Yugoslavia (liderado por Bill Clinton y efectuado por aviones de la OTAN en 1999 para frenar la limpieza étnica de Kosovo) contó con un importante respaldo popular, un apoyo que las encuestas de la época situaban entre el 60 y el 65%. Por no hablar de la Guerra de Vietnam, que se detonó con tasas de aprobación superiores al 70%.
Tanto es así que algunos expertos prefieren comparar la intervención que se avecina con operaciones como la emprendida en Pakistán en 2005, en Somalia en 2006 o en Yemen en 2009, en lugar de equipararla con guerras como Irak o Afganistán. La particularidad que convertiría una acción en Siria en algo diferente a los ataques rutinarios es que no se cuenta con el beneplácito del gobierno de turno. Es justo lo contrario: el objetivo es precisamente el Ejército del régimen de Al Asad.
El uso de armas químicas tampoco importa
Los sonados fracasos de Irak y Afganistán, la crisis, la preocupación por la deuda y por el auge económico y militar de China, así como el creciente cansancio de ejercer el papel de policía global, son argumentos que juegan en contra del plan de Obama para frenar la proliferación de una barra libre en el uso de armamento químico.
"Después de Irak, de Afganistán, de todo eso, Estados Unidos debería dejar de gastar dinero en guerras. Sólo aprobaría un ataque si nuestro país estuviese realmente amenazado", opina Shannon Martínez, un oficinista de Washington.
Únicamente el supuesto uso de armas químicas por parte del régimen de Al Asad consigue romper parcialmente las reticencias de algunos. "No quiero que mi país entre en una guerra contra Siria, pero no es lo mismo una guerra que una intervención de castigo para frenar una matanza con armas químicas. En un ataque rápido, como la de Kosovo, sí apoyaría a mi Gobierno", explica a El Confidencial Chris Veitch, un notario de Atlanta.
Veitch es una excepción. Obama no debería olvidar un detalle: menos de uno de cada cinco estadounidenses han seguido “de cerca” la actualidad sobre Siria desde 2011, según sondeos del Pew Research Center, y el apoyo popular a una intervención no ha cambiado de forma notable mientras se acumulaban las evidencias del uso de armamento químico por parte del Gobierno sirio.
Únicamente el 16% de los norteamericanos cree “seguro” que el régimen haya utilizado gas venenoso contra la población civil, mientras que un 67% sólo lo considera probable, según arroja una reciente encuesta de la CNN. Y, entre todos estos sondeos, uno llama especialmente la atención: los estadounidenses están menos "seguros" hoy de que Siria haya empleado armamento químico de lo que lo estaban sobre la posibilidad de que Sadam Husein escondiese armas de destrucción masiva en 2003.
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