Bloomberg ha patrocinado una política de desplazamiento de las clases trabajadoras. Ha entregado mil millones anuales en subsidios a las constructoras de condominios de lujo al tiempo que recalificaba el suelo en 120 barrios.
Bloomberg ha situado el nivel de empleo por encima de los cuatro millones, un récord desde 1969, y lo ha conseguido diversificando la economía a la vez que mantenía viva la importancia de Wall Street.
Nueva York es una ciudad en vías de desarrollo. Está infestada de ratas y el pavimento, peligrosamente perforado, lleno de grietas. El metro, extremadamente sucio, se inunda con frecuencia y en verano puede alcanzar temperaturas de espanto. Los tres aeropuertos, túneles y puentes son del año de Matusalén. Las basuras se amontonan en las aceras durante todo el día y en verano rezuman olor a podrido. Pero la mayor contradicción de la ciudad de los 400.000 millonarios es que engloba algunos de los distritos más pobres de todo Estados Unidos.
A pesar de esta foto, Nueva York está viviendo uno de sus mejores momentos en diversos aspectos, y muchos se lo agradecen a Michael Bloomberg, el alcalde eterno que lleva 12 años en el poder. Con una riqueza valorada en 31.000 millones de dólares, el multimillonario deja ahora paso a Bill de Blasio, un demócrata que pretende dar un giro total de timón a la doctrina elitista de su predecesor.
“Bloomberg ha sido el mejor alcalde de la historia de la ciudad”, opina para El Confidencial Greg David, autor de Nueva York moderno: vida y economía de una ciudad (Palgrave MacMillan, 2012). “Ha situado el nivel de empleo por encima de los cuatro millones, lo que supone un récord desde 1969, y lo ha conseguido diversificando la economía a la vez que mantenía viva la importancia de Wall Street”.
La ciudad que desaparece… para los pobres
Muchos no están de acuerdo con este análisis tan positivo: “Lo que ha hecho el alcalde es dar subsidios y desgravaciones fiscales a las empresas inmobiliarias que han construido edificios de lujo, gastándose dinero público para beneficiar a sólo unos pocos, dejando de lado a los que no se pueden permitir vivir en Manhattan”, asegura a El Confidencial Fiore De Rosa, coautor del documental sobre la gentrification de la ciudad The Vanishing City.
La historia de la Nueva York está plagada de momentos económicamente muy crudos. Con la Gran Depresión de los años treinta, en la que la desmesura de los banqueros de Wall Street dejó sin trabajo a centenares de miles de neoyorquinos, Central Park empezó a acoger las llamadas hoovervilles (por el presidente Herbert Hoover), villas míseras de los nuevos excluidos. Más recientemente, la ciudad quedó al borde de la bancarrota en 1975, y al colapso económico le siguió una década terrible en que Times Square se convirtió en el epicentro de la prostitución, el crimen y el latrocinio. Fueron los años de los miles de asesinatos anuales, del odio racial, de los vigilantes, los grafitis en el metro y el desempleo pertinaz.
Bloomberg recogió de Rudy Giuliani el testigo de una ciudad conmocionada tras los ataques del 11 de septiembre. Su predecesor había decretado la tolerancia cero contra el crimen, pasando por encima de los derechos civiles o individuales en muchos casos. Bloomberg continuó por esa senda, generalizando el conocido como stop and frisk ('detener y registrar'), una práctica policial que se ceba con las minorías étnicas y que tiene de uñas a los habitantes de los barrios más pobres. Llenó las esquinas de toda la ciudad de policías para prevenir el crimen. El resultado: se ha pasado de estar cerca de los 2.500 asesinatos al año a menos de 500.
El arte de “desplazar a las clases trabajadoras”
Pero si la última década ha destacado por algo ha sido por un proceso urbano conocido como gentrification: recalificar el suelo urbano y dar incentivos y subvenciones a las constructoras para levantar edificios altos, con apartamentos de lujo, en zonas deprimidas de la ciudad. Estos bloques ejercen de imán para las clases más adineradas. Los negocios a su alrededor comienzan a elevar su standing y sus precios.
En vez de una taberna con pollos asados, un mercado de verduras baratas y una tienda de reparación de calzado, se monta una droguería de la macrocadena Duane and Reade, un Starbucks con cafés a 6 dólares y dos sucursales bancarias. Las clases trabajadoras ven el coste de la vida subir. Se elevan los alquileres. La zona ha sido “conquistada”, los pobres se marchan. Es lo que ha pasado en barrios como Washington Heights o Inwood, al norte de la isla. Manhattan se ha convertido en un lugar para ricos.
“La Administración Bloomberg ha patrocinado una clara política de desplazamiento de las clases trabajadoras”, dice De Rosa. “Ha entregado más de mil millones de dólares anuales en subsidios a las constructoras de condominios de lujo al mismo tiempo que recalificaba el suelo en 120 barrios, uno de cada seis de la ciudad”. El problema, asegura, es que el desplazamiento no se ha producido orgánicamente y por las fuerzas del mercado, sino de arriba abajo, con subsidios y exenciones fiscales. Ha sido como “un huracán” que ha devastado los modos de vida de decenas de miles de familias.
La mitad de los neoyorquinos son pobres
La mitad de los habitantes de Nueva York (un 46%) son pobres o “casi pobres” (los que viven por debajo del 150% del límite local de la pobreza, 30.940 dólares, unos 23.000 euros al año para una familia de cuatro), según un análisis de la propia Administración Bloomberg. Eso es muy poco en Nueva York, donde el alquiler medio supera los 3.000 dólares mensuales. La modestia se percibe enseguida que uno sale de Manhattan o de las zonas nobles de los boroughs que la rodean: Queens, Brooklyn, Bronx y Staten Island. Al mismo tiempo, la ciudad alberga a unos 400.000 millonarios y es la zona metropolitana del mundo con más milmillonarios. En New York City viven 8.337.000 personas. Una de cada 16 es rica.
“Es cierto que la desigualdad ha crecido mucho, especialmente en los últimos años, y ese es un problema que deja para su sucesor”, reconoce el profesor David, por lo demás acérrimo defensor de las políticas de Bloomberg. “Pero hay que contextualizar: lo hemos hecho mejor que el resto del país durante la crisis. Además, cuando él tomó el cargo, la ciudad era la sexta con mayor índice de pobreza; ahora estamos en el lugar número 13”.
Lo cierto es que Bloomberg ha hecho entre poco y nada por evitar la desigualdad. Ha vetado una iniciativa de salario básico y otra de baja por enfermedad pagada, y ha mantenido el salario mínimo en unos exiguos 7,25 dólares la hora, el mínimo federal, lo mismo que Utah o Idaho. El equivalente a tres viajes en metro. “Bloomberg ha sido genial en asuntos de modo de vida, pero no tiene ni idea sobre clase y pobreza”, aseguran para Al Jazeera desde la New York City Coalition Against Hunger. “Sus iniciativas contra la pobreza se han centrado en el comportamiento, y no en el sueldo; y uno sólo deja de ser pobre cuando le pagan más”. El alcalde más rico del mundo vive, según sus críticos, en otra esfera de la realidad.
Seguridad, zonas verdes y vida sana
Hay algo en lo que todos están de acuerdo: Bloomberg ha sido bastante eficaz en revitalizar las zonas verdes y ha incitado a los neoyorquinos a llevar una vida más sana. Central Park y las nuevas zonas de Riverside Park están a rebosar de corredores y ciclistas, en los barrios más humildes se ha promocionado la presencia de puestos callejeros de fruta, se ha prohibido fumar hasta en los parques, se han vetado los tamaños gigantes de bebidas carbonatadas. Los más libertarios han visto en estas medidas un alarde de paternalismo del multimillonario, impropio en el país de la autorresponsabilidad.
Bloomberg ha sido, en resumen, el alcalde de la remodelación urbana, de la seguridad y de los asuntos de salud, pero también el que ha ignorado por completo las diferencias de renta. Bill De Blasio, el demócrata que va a sustituirle, ha asegurado que va a aumentar los impuestos a los que ganen más de medio millón de dólares para costear programas sociales y que dejará de subvencionar a las empresas que no creen empleo. El resultado lo veremos durante los próximos cuatro años.
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