lunes, 16 de diciembre de 2013

La UE ultima su gran arma contra la crisis: la unión bancaria

 
 
Alemania rebaja la ambición del proyecto, que aun así supone un salto adelante para la integración.


En medio de la crisis existencial del euro, Berlín, Fráncfort y Bruselas se sacaron de la manga un plan para arreglar las cosas sin que Alemania tuviera que comulgar con los llamados eurobonos. Idearon un esquema sencillo, a la vez contundente y elegante, para evitar la dichosa mutualización de la deuda pública —una suerte de anatema más allá del Rin— y conseguir el más difícil todavía que parecía entonces mantener el euro intacto. A corto plazo, contundencia: el BCE diseñó un programa de compra de deuda pública que ha funcionado a modo de botón nuclear disuasorio, sin gastar un solo euro. A la larga, elegancia: el proyecto estrella era y es la unión bancaria —“el reto más ambicioso de la UE desde el euro”, según repite hasta el último funcionario de Bruselas— con el objetivo declarado de romper el bucle diabólico entre los bonos soberanos y la deuda bancaria. Y con la aspiración última de crear un genuino sistema financiero europeo, más allá del actual matrimonio en régimen de separación de bienes, en el que incluso los grandes bancos, que son europeos en vida, se transforman en nacionales tan pronto como enferman y son capaces de llevarse por delante las cuentas públicas.
 
El plan ha funcionado de maravilla por el lado de Fráncfort. El BCE ha conseguido domesticar la crisis: Europa malvive con un largo estancamiento en el horizonte, pero a la vez con la confianza que rezuma el mantra de moda: lo peor ya ha pasado. La unión bancaria también está en marcha, aunque sus consecuencias están aún en el aire: apenas ha dado sus primeros pasos. Es un proyecto a 10 años vista de sensacionales consecuencias financieras, económicas, incluso políticas. Su arquitectura, que solo ahora empieza a esbozarse, será uno de los grandes debates de los próximos días, pero la discusión se extenderá durante meses. “Es obviamente una idea inacabada, como lo es toda la Unión Monetaria desde sus inicios; le faltan componentes imprescindibles, y aun así ya generar más estabilidad de la que existía”, resume Nicolas Véron, del think tank Bruegel.
 
Los primeros pasos del proyecto permiten extraer un puñado de apresuradas conclusiones. Uno: no tendrá el nivel de ambición que se le suponía al principio, porque al cabo Europa solo avanza de veras en plena crisis; dice un exembajador norteamericano que para el resto del tiempo solo cabe esperar una mezcla de indecisión, dilación y medias tintas. Dos: ha demostrado ser falsa la creencia ingenua de que el mero enunciado de las virtudes de la unión bancaria iba a acabar con la fragmentación financiera; la crisis ha provocado una renacionalización de la banca, que lleva asociada un par de virus peligrosísimos (los bancos invierten cada vez más en deuda pública de sus países de origen, y las pymes de Italia y España pagan más o menos el doble de intereses por sus créditos que las alemanas y las austriacas); eso no va a desaparecer por mucho que el proyecto se publicite con la acostumbrada fanfarria. Y tres: a pesar de los pesares, los primeros pasos parecen ir, tímidamente, en la dirección correcta. La unión bancaria no llegará para lidiar con esta crisis, pero el proyecto despega con la mirada puesta en que la Gran Recesión no se repita. Al menos para que El Roto no vuelva a dibujar aquella viñeta de pesadilla: “Tuvimos que asustar a la población para tranquilizar a los mercados”.
 
La banca es el corazón del capitalismo. Por eso es tan paradójico que el momento más grave de la Gran Recesión siga siendo la quiebra de Lehman: en la única circunstancia en que el sistema aplicó su regla de oro —que cada palo aguante su vela— las cosas se pusieron tan feas que nadie más se atrevió a hacer nada parecido. A partir de ahí Reino Unido rescató a sus grandes bancos, y Bélgica y Holanda a los suyos. Alemania salvó a entidades grandes, medianas y pequeñas, y por supuesto también Irlanda, cuyo agujero bancario se llevó al Estado por delante, y España, que tuvo que acabar pidiendo dinero a Europa por ese flanco. En la Unión, en fin, apenas se conocen bancarrotas en medio del peor huracán financiero en tres generaciones. Los ministros de Finanzas persiguen la próxima semana dar soluciones a esa cuestión: quieren dejar que los bancos quiebren sin que los contribuyentes paguen todos los platos rotos.
 
Para ello, cuando un banco necesite dinero público primero pagarán sus accionistas y acreedores; solo después se le inyectará dinero del contribuyente nacional, y en última instancia europeo. El diablo está en los detalles y hay mucho que discutir, pero ese es el principio general que parece inamovible, y que —grosso modo— ya se aplicó en el rescate español.
 
Sus defensores apuntan que la unión bancaria ya aporta un cambio fundamental: otorga la supervisión financiera al BCE para evitar relaciones incestuosas como la del Banco de España y las cajas de ahorros. “Ese es un gran avance: el BCE supervisará a los 130 mayores bancos y a cualquier entidad pequeña que tenga problemas. De esa manera se evitará la tolerancia que han mostrado los bancos centrales nacionales en tantas y tantas crisis bancarias”, sostiene Xavier Vives, del IESE.
 
Y para eso Fráncfort ya ha comenzado a examinar con lupa a los bancos. El BCE se la juega: un examen demasiado duro podría devolver a Europa a su peor pesadilla, pero una prueba blanda pondría en peligro sus galones. Pero el Eurobanco ya no depende de sí mismo. Porque ese peldaño de la supervisión, que podría no parecer gran cosa a primera vista, implica necesariamente nuevos y decisivos avances: para que el BCE pueda limpiar los bancos de una vez por todas, la UE debe acordar una autoridad de resolución y un fondo de liquidación. Si Fráncfort detecta agujeros, debe haber alguien al mando con capacidad ejecutiva para cerrar un banco en un fin de semana y con dinero fresco para evitar líos si vienen curvas, que vendrán. Europa ha decretado que la banca debe pagar parte de la factura, pero el BCE quiere asegurarse de que haya respaldo público disponible a muy corto plazo en caso de problemas graves. Más adelante habrá que activar un fondo de garantía de depósitos común. “De la ambición de todo ese entramado, muy condicionada por el liderazgo de una Alemania muy reticente a mutualizar riesgos, depende la credibilidad del proyecto”, añade Vives.
En una demostración más de autoridad, Berlín ha reunido en los últimos días hasta en dos ocasiones a los ministros de Francia, Italia, España y Holanda para asegurarse de que esta semana salga adelante una propuesta. Eso no es seguro, y el tiempo apremia: los jefes de Estado y de Gobierno —en la cumbre que arranca el jueves— deben aprobar el proyecto de mecanismo de resolución de bancos y el fondo asociado para que el Europarlamento pueda abordarlo antes de las próximas elecciones.
 
Pese a las dudas, uno de los ministros presentes en esas dos reuniones asegura que “el acuerdo es seguro”. Y que “también Berlín cede”. “La institución que apruebe el botón para liquidar un banco no va a ser la Comisión, porque esa medida tiene consecuencias fiscales; la toma de decisiones será intergubernamental, con mayorías cualificadas para evitar vetos. La Comisión podrá decir qué le parece y si hay discrepancias, finalmente será el Consejo quien decida”, describe. En cuanto a los fondos, la misma fuente apunta que habrá “un sistema de fondos de resolución nacionales que se nutra con las aportaciones de los bancos; pero a diferencia de lo que quería Berlín, en un plazo de 10 años sí habrá un fondo europeo, utilizable a partir del tercer año, al que se pueda acudir una vez se agote el dinero del fondo nacional”. El importe de ese fondo será de 55.000 millones en 2025; al menos durante los primeros años el Mecanismo de rescate europeo (el Mede) podrá usarse como financiación puente. En suma, se trata de una mutualización muy limitada —y no con el dinero de los contribuyentes, sino solo con el que aportan los bancos— y según los expertos del todo insuficiente si alguna gran entidad corre peligro.
 
“Esto es todo lo que se puede hacer ahora”, resumen en un inusual ejercicio de realismo una alta fuente del Eurogrupo. Para los expertos hay nubes y claros: “Al menos al principio ese sistema es más propio de una confederación que de una unión bancaria, pero puede funcionar”, apunta Daniel Gros, del CEPS. Para Jacob Kirkegaard, del Peterson Institute, “la clave en el corto plazo son los exámenes del BCE; eso por sí solo tiene potencial para cambiar el paso de la banca. En cuanto al resto del proyecto, va bien encaminado a largo plazo: si se obliga a pagar lo suficiente a accionistas y bonistas no es necesario un bazuca monumental. Y si hay problemas en un gran banco —del tamaño de BNP, Deutsche Bank o Santander— hay que ser realistas: eso no puede abordarse con el piloto automático y haría falta un acuerdo político para abordar la posible solución, como en EE UU en 2008”.
 
Tanto Kirkegaard como Véron y Jordi Gual, economista jefe de La Caixa, coinciden en que es complicado pedir por esa puerta de atrás la mutualización de riesgos. “El lío que hay montado es consecuencia de la falta de una unión fiscal y un Tesoro en Europa. Mientras eso no esté en marcha y haya en juego dinero de los contribuyentes, es lógico que cada país pague primero por sus bancos. Y en el corto plazo la unión bancaria puede ser capaz de lidiar con la radioactividad que pueda surgir de las pruebas de estrés del BCE”, resume Kirkegaard. “Tal vez no sea el proyecto de acero querríamos, pero tampoco es de paja: es una unión bancaria sólida, de madera”, dice Gual.
 
Hay voces más críticas. Emilio Ontiveros sostiene que Alemania “gana por tierra, mar y aire” con el diseño actual, y que tres años después del inicio de la crisis el proyecto nace extremadamente condicionado por las tesis de Berlín, “que insiste en esconder sus cajas y en evitar cualquier tipo de mutualización”. “Es mejor que nada, pero se trata de un engendro al que Europa está destinando todas sus fuerzas en lugar de discutir por los eurobonos”, dispara una fuente próxima al FMI. “¿Puede haber unión bancaria sin dique de contención para el cierre de bancos y sin fondo de garantía? No. ¿Y sin un fondo común de resolución? Tampoco. Eso supondría algún tipo de mutualización, pero los políticos alemanes no tienen precisamente ese mandato por parte de sus votantes. En esas circunstancias, lo máximo que podemos tener es una unión bancaria light, que funcionará en tiempos normales pero no en tiempos de crisis”, cierra Tom Mayer, del mismísimo Deutsche Bank.

Bruselas 15/12/2013

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.