El matemático fue el inventor de la computación y tuvo un papel fundamental en la victoria en la II Guerra Mundial tras descifrar los códigos nazis
Los británicos tienen una sólida tradición de condenar por homosexuales a algunos de sus más brillantes personajes. Fue, por supuesto, el caso del escritor Oscar Wilde (1854-1900), encarcelado en 1895. Y también el del brillante matemático Alan Turing (1912-1954), considerado un precursor de los actuales ordenadores y que a pesar de haber descifrado el código Enigma de los nazis y haber salvado así miles de vidas, fue condenado en 1952 por su relación homosexual con un joven de 19 años. La reina Isabel II le ha otorgado este martes el perdón a título póstumo después de una intensa campaña popular y a pesar de las reticencias de algunos puristas que opinaban que técnicamente no se le podía perdonar porque la homosexualidad estaba prohibida cuando fue condenado.
Turing no llegó a ir a la cárcel porque prefirió someterse al tratamiento de castración química que se le ofreció como alternativa para evitar la prisión. Murió dos años después, envenenado al morder en su laboratorio una manzana impregnada de cianuro. El juez forense de la época concluyó que se había suicidado, quizás por los efectos secundarios que la castración química tuvo en su cuerpo. Su madre, sin embargo, siempre sostuvo que su muerte fue accidental, una tesis apoyada en 2012 por el historiador y director del Archivo Turing de Historia de la Computación, Jack Copeland.
Alan Turing fue un hombre excepcional. No solo por su cerebro particularmente dotado para las matemáticas, que le permitió convertirse en un héroe nacional cuando inventó la máquina que permitió descifrar el Enigma. Se trataba del código secreto por el que se comunicaban los barcos alemanes en el Atlántico durante la II Guerra Mundial. Según algunos historiadores, ese hallazgo permitió acortar la guerra en unos dos años.
Era excepcional también por su vida personal. Fue un consumado atleta al que le gustaba correr y ganar a los autobuses en el que viajaban sus colegas a alguna conferencia científica. Y solo una lesión le impidió convertirse en atleta olímpico en 1948.
Estudió en Cambridge, donde aprendió también que le gustaban más los hombres que las mujeres como compañía sentimental. Su asumida homosexualidad no era un secreto para sus próximos a pesar de que estaba prohibida. En enero de 1952 empezó una relación con Arnold Murray, un desempleado de Manchester de 19 años al que había conocido en la calle poco antes de Navidad. Cuando la casa de Turing fue desvalijada el 23 de enero, Arnold le dijo que pensaba que el ladrón había sido un conocido suyo y el científico denunció el robo a la policía. Durante las investigaciones, la policía tuvo conocimiento del carácter homosexual de la relación entre Turing y Murray y les denunció.
Aconsejado por su hermano, el científico se declaró culpable aunque no se sentía ni arrepentido ni culpable. A pesar de su celebridad y de sus servicios a la nación, fue condenado. De nada le sirvió ser “un genio de las matemáticas” que al estallar la guerra empezó a trabajar en Bletchley Park, sede entonces del ahora infame Cuartel General de Comunicaciones del Gobierno (GCHQ en sus siglas en inglés). Perdió sus credenciales de seguridad y se convirtió en una oveja negra en un momento en que los homosexuales eran vistos como una presa fácil del espionaje soviético.
Le encontraron muerto en su laboratorio el 8 de junio de 1954. Su muerte se produjo al comer una manzana impregnada de cianuro potásico. Legalmente, fue un suicidio. Su madre siempre aseguró que fue un accidente debido al desorden que reinaba en el laboratorio. Otros creen que Turing hizo todo lo posible para que su madre pudiera pensar que no se quitó la vida. Algunas teorías aseguran que el logo de Apple, una manzana mordida, es un homenaje a Turing. Y que la bandera arcoíris que años atrás lucía ese logo era un homenaje a la homosexualidad del matemático.
En 2009, el científico y escritor John Graham-Cumming empezó una campaña para rehabilitar su nombre. El entonces primer ministro Gordon Brown pidió disculpas públicas por su proceso, pero el Gobierno no tramitó el perdón porque los expertos sostenían que eso no era técnicamente posible porque Turing había sido declarado culpable de forma justa por quebrantar la ley de su tiempo.
Esa tecnicalitis no ha impedido que ahora el Gobierno sí haya logrado rehabilitar a Alan Turing al firmar la reina este 24 de diciembre una orden de Gracia y Misericordia que le concede el perdón a título póstumo. El primer ministro, David Cameron, se ha referido al matemático como “un hombre extraordinario que jugó un papel clave para salvar a este país durante la II Guerra Mundial al romper el código Enigma alemán”.
El astrónomo real lord Rees, que defendió en la Cámara de los Lores el perdón real, fue más allá que el primer ministro al decir: “Es una noticia a la que hay que dar la bienvenida pero habría sido aún mejor si hubiera formado parte de un perdón general para todos aquellos que tienen antecedentes penales por la misma razón”.
Exactamente en el mismo sentido se manifestó el activista gay Peter Tatchell. “Destacar solo a Turing simplemente porque es famoso es un error. Al contrario que a Alan, a muchos miles de hombres gays y bisexuales comunes y corrientes que fueron condenados bajo la misma ley nunca se les ha ofrecido el perdón y nunca se les ofrecerá. Se le debe una disculpa y el perdón a más de 50.000 hombres que también fueron condenados por tener relaciones homosexuales consentidas en el siglo XX”, declaró.
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