La falta de vigilancia ante la inestabilidad política y social provoca la destrucción y hurto de las tumbas.
Las riquezas del Antiguo Egipto han tentado la codicia humana desde tiempos inmemoriales. “El robo de las tumbas” es el título de un papiro de la época de Ramsés IX, alrededor del año 1.100 a.C., y constituye el primer registro de un hurto cometido en un monumento funerario faraónico. Este problema y, en general, los desafíos en el mantenimiento del rico patrimonio histórico de Egipto, se han acentuado durante los últimos tres años a causa de la inestabilidad social y política que azota el país árabe desde la revolución del 2011. “Estos desafíos no son nuevos, pero sí se han agravado notablemente con el caos reciente”, afirma el egiptólogo Mohamed Badran.
Uno de los ejemplos más flagrantes es la necrópolis de Dahshur, que està situada a unos 40 kilómetros al sur de El Cairo e incluye varias pirámides, entre ellas la Roja y la Inclinada, dos de las más antiguas y mejor preservadas. El 28 de enero del 2011, el mismo día que los manifestantes consiguieron ocupar por primera vez la emblemática plaza Tahrir y la policía se esfumó de las calles, un grupo de ladrones se presentó con excavadoras en la necrópolis en busca de tesoros arqueológicos aún por descubrir.
“No podemos saber cuántos restos extrajeron. Pero es evidente que algunos hicieron un buen negocio. Poco después se empezaron a ver casas renovadas y lujosos coches nuevos por el pueblo. La actividad no ha cesado. El territorio está lleno de fosas, pero ahora se hace de forma más discreta”, cuenta Khaled Sakkari, un guía turístico que vive en la localidad de Menshat Dahshur, de unos 20.000 habitantes y que se encuentra a tan sólo unos centenares de metros de la necrópolis.
Aquel mismo día 28 de enero, algunos saqueadores entraron también en el Museo Egipcio. Situado en la misma plaza Tahrir, es la joya de la corona de la oferta museística del país. Antes de que los propios manifestantes les expulsaran, consiguieron sustraer 58 piezas. Mucho peor fue el asalto al Museo de Mallawi, en la provincia de Minia, acaecido a mediados del pasado agosto. En plena ebullición post-golpe de Estado, una turba desvalijó completamente el museo, apropiándose de cerca de 1.250 piezas. Sin embargo, las autoridades han podido ya recuperar unas 900.
“Es imposible que las obras que están clasificadas puedan entrar en el circuito internacional de museos. Hay acuerdos internacionales que obligan a cooperar en este ámbito. Ahora bien, el problema son las colecciones privadas, imposibles de monitorear”, apunta Badran, que recuerda robos como los de Dahshur. “Al utilizar las excavadoras, destruyen de forma irreversibles las paredes de las tumbas, e incluso, probablemente, los objetos que había debajo. No tienen ningún respeto por el patrimonio”.
El yacimiento de Dahshur ha sido también noticia porque los habitantes del pueblo adyacente construyeron un cementerio sobre una parte de la necrópolis después de la revolución. “Entre territorio militar y el protegido por ser patrimonio cultural, no había espacio para ampliar nuestro camposanto, que se había quedado pequeño. Pedimos durante años que nos asignaran una parcela”, explica Khaled. Tras ver como las autoridades desoían sus peticiones de encontrar una solución al problema, los lugareños aprovecharon el caos del periodo post-revolucionario para apropiarse de una franja de terreno y edificar el cementerio.
Otros yacimientos también han padecido asaltos, sobre todo los más remotos. Por falta de presupuesto, normalmente, un solo policía debe vigilar un territorio demasiado amplio. En cambio, los templos más conocidos por los turistas, como Abu Simbel o Karnak, no han sido saqueados al contar con una mayor protección. Es imposible saber cuántas piezas nuevas se han sacado del país. Desde 1983, cuando una ley prohibió las transacciones de restos arqueológicos entre particulares, existe un mercado negro de antigüedades. Se debe informar al gobierno de cualquier nuevo objeto descubierto.
La corrupción llegó incluso a las más altas esferas, en teoría encargadas de proteger las riquezas históricas del país de los faraones. En 2005, Mohamed Abu Shanab, ex director general de Antigüedades, fue condenado a cadena perpetua al participar en un plan mafioso para sacar de Egipto docenas piezas antiguas haciéndolas pasar por réplicas. “El Museo Egipcio tiene en su almacén registrados más de 100.000 objetos. Sin embargo, no se revisan de forma periódica. Y se teme que algunos hayan sido sustraídos o sustituidos por réplicas”, comenta Badran.
Otro de los problemas del impresionante museo es la falta de financiación, agravada por la crisis del sector turístico, que ha visto cómo caía en picado el número de visitantes extranjeros. “Ni tan siquiera tenemos dinero para el material de oficina o para pagar el matenimiento de los ordenadores”, dijo Sayed Amer, director del museo, en una reciente entrevista para Associated Press. “[La financiación] siempre ha sido difícil porque el dinero generado por el museo va al gobierno, y no vuelve. Pero sin el dinero del turismo, es peor que nunca”, añade. No obstante, la institución está en pleno proceso de renovación gracias a la cooperación del gobierno alemán, y está prevista su futura ampliación con un recinto adyacente.
Una de sus principales fuentes tradicionales de ingresos han sido las exhibiciones itinerantes de parte de su colección fuera del país. Sin embargo, en los últimos años se han frenado en seco. Después de que su anterior responsable fuera acusado de corrupción, los actuales gestores no se atreven a firmar nuevos tours. Encima, una exhibición de obras relacionadas con Cleopatra en EE UU fue interrumpida hace unos meses por orden judicial al considerar que los objetos eran demasiado valiosos para salir del país. Las autoridades recibían 330.000 euros por cada ciudad visitada por la muestra, además de 720.000 euros por cada 100.000 visitantes, más un 10% de las ventas de regalos y recuerdos.
No sólo el gobierno y los ciudadanos de Egipto necesitan un retorno a la estabilidad, sino también su inigualable patrimonio histórico. Sin embargo, no se vislumbra un final cercano a este periodo tumultuoso.
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