Las bodas por elección propia socavan el matrimonio concertado en las ciudades indias .
Se extiende el deseo entre los jóvenes urbanitas de casarse con quien quieran.
Tres de cada cuatro jóvenes quieren para sí una boda arreglada, según un estudio.
Nada ni nadie ha conseguido hacer sombra al gran acontecimiento de la vida india: las bodas. En su nombre todos los derroches están justificados, ya que el estatus y el orden social dependen de ellas. Tal como se vio en Barcelona con una nueva boda por todo lo alto de la familia Mittal, no hay vestido demasiado extremado, ni joyas demasiado recargadas, ni lista de invitados excesivamente extensa. Porque no hay indio que no aspire a casarse tirando la casa por la ventana. Un rasgo cultural que los gitanos se llevaron consigo en su diáspora de carromatos y que ahora se ve reforzado por el consumismo.
No obstante, tanto fasto y colorido contribuye a pasar por alto que en una boda india, tradicionalmente, el amor brilla por su ausencia. Nadie lo echa de menos -ni siquiera los novios- porque el matrimonio en India nunca ha sido cosa de dos, sino de muchos. Y sin embargo, algo se mueve.
Casarse por amor sigue siendo una excentricidad en India, pero mucho menos que hace diez o veinte años. La mayor parte de la sociedad lo rechaza como una muestra de egoísmo y desprecio a la familia. Algo que a menudo se castiga con el ostracismo de la pareja y, en los casos más extremos, incluso con la muerte. Así pues, la regla sigue siendo el matrimonio concertado por los padres, dentro de la misma religión, casta, lengua y estatus. Chocante o no, si pervive es porque una mayoría de indios todavía le ve más ventajas que inconvenientes. Tanto es así que tres de cada cuatro jóvenes quieren para sí una boda arreglada, según un estudio realizado en diez ciudades indias. El deseo es todavía mayor entre las chicas y, desde luego, sería aún más alto en la India rural.
Al mismo tiempo, cada vez más jóvenes aspiran a casarse enamorados. Y si bien no hay estadísticas empieza a cundir la sensación de que las dos megalópolis indias, Nueva Delhi y Bombay, están a punto de cruzar el Rubicón. De que por primera vez en la historia, cerca de la mitad de sus jóvenes se casa con quien quieren y no con quien quieran sus padres. Una clara mayoría entre las clases medias de Delhi y Bombay, e incluso de Karachi y Lahore, en Pakistán. Entre estos jóvenes, que gozan de oportunidades de relacionarse desconocidas para sus padres (lugares de estudio, ocio o trabajo) lo que empieza a necesitar una explicación -e incluso se disfraza- es el matrimonio concertado.
Aunque este también se está adaptando, ya que los mismos cambios culturales y tecnológicos que por un lado lo erosionan, por otro le ofrecen nuevos instrumentos. En los últimos siete u ocho años, internet y las franquicias de cafeterías han creado un marco propicio para el llamado "matrimonio por amor concertado". Engendro contradictorio en el que la busca de pareja sigue recayendo en los padres (y en su red de parientes, vecinos...) pero que después brinda a los dos jóvenes la oportunidad de conocerse -en teoría castamente- durante meses antes de comprometerse. Todo un avance respecto a la sofocante versión tradicional, en la que, tras el intercambio de expresiones de interés -a iniciativa de cualquiera de las partes- las dos familias se encuentran en el domicilio paterno de la chica para tomar té, a poder ser, servido por ella. En esta fase, ambos jóvenes tienen derecho de veto sin que se produzca ningún estropicio.
Mucho más adelante, inmediatamente antes de la boda, el cortejo culminará en el baraati, la procesión en la que el novio, a lomos de una yegua blanca, acude al encuentro con su prometida acompañado hasta de sus parientes más lejanos. No es generosidad: la cuenta de la boda corre a cargo de los padres de la novia, que además deberán aportar la dote.
Esta, aunque oficialmente prohibida desde hace más de medio siglo, no solo resiste sino que cada vez se vuelve más onerosa. Si en el pasado la dote consistía en oro y saris, en el presente puede incluir televisores de pantalla plana, coches y hasta un piso. O mucho dinero. Las exigencias de la familia del novio a menudo no terminan ahí y es normal que una familia se endeude para hacer frente a la boda de una hija. Por eso, tener más hijas que hijos puede suponer un considerable quebranto económico y está detrás de algunas de las peores lacras del país, como el feticidio femenino, más habitual entre las clases acomodadas. Asimismo, solo en Delhi, más de ciento veinte mujeres son asesinadas cada año por su marido o la parentela de este por no haber satisfecho la dote que esperaban.
Cabe decir que tradicionalmente la esposa se muda a la casa paterna del marido, pasando a formar parte de la familia extensa. No es raro que los desencuentros con la suegra mandona formen el meollo de muchas telenovelas indias. La libertad, para muchas nueras indias, es el sueño de contar con cocina propia. El colmo, construir un piso nuevo sobre el piso de los suegros. Huelga decir que las clases altas -y no digamos la prole de multimillonarios como los Mittal-, escapan de estas convenciones, tanto en privado como en público.
En los últimos años, la movilidad geográfica se ha aliado con un mayor afán de independencia, por lo que cada vez son más las familias nucleares (por el contrario, vivir en pareja sin estar casado o incluso llevar vida de soltero, sigue siendo raro). Aunque lo último es que la carestía inmobiliaria, unida a la violencia contra las mujeres, está haciendo que parejas que se tienen por modernas (sobre todo con hijas) opten por el refugio de la familia extensa.
Otro caso de regresión es el ejemplificado por Lakshmi, que tiene 26 años y trabaja en Delhi para una oenegé estadounidense que promociona a la mujer y combate la dote. Sin embargo, Lakshmi ha sucumbido a la presión materna y ha accedido a casarse con un hombre al que ha conocido el mismo día de su boda. Sobra decir que se trata de alguien de su misma lengua (tamil) y casta (brahmán), que a través de emisarios hizo llegar su interés a la madre. Esta, a la que todavía le duraba el disgusto porque su hijo se había casado por amor con una punyabi carnívora, de inmediato trasladó la presión a la hija. Lakshmi no responde a la pregunta de si ha pagado dote.
La salud del matrimonio concertado es el objeto de Hitched, un libro basado en entrevistas de reciente aparición. Su autora, la periodista de Madrás, Nandini Krishnan, aunque no se imagina recurriendo a uno, le quita hierro. "Aunque hay historias de terror, para mucha gente funciona casi como citas a ciegas. Además, hoy en día, con tanta competitividad en los estudios y en el trabajo, cuando uno llega a los treinta encerrado en una oficina puede empezar a pensar que el matrimonio concertado es práctico. Los mismos sitios de citas on line, en Occidente, evolucionan en la dirección de los matrimonios concertados".
La evolución a favor del amor de entrada parece imparable, aunque el matrimonio concertado tiene defensores tan insignes como el psicoanalista Sudhir Kakar, que opina que "es muy superior al occidental, porque hacen falta muchas cosas en común para formar una familia". Kakar también contrapone la soledad de tantos y tantas en Occidente y la ansiedad de sus jóvenes, al sistema indio que garantiza una pareja a todos. Eso sí, Kakar se casó con una alemana.
A partir de cuatrocientas entrevistas, la psicóloga Shaifali Sandhya disecciona el matrimonio indio en Love will follow (el amor vendrá luego) con resultados poco alentadores. Aunque una abrumadora mayoría se declara feliz, también confiesa que, de tener otra oportunidad, no se casaría con la misma persona. O no se casaría. La insatisfacción sexual -en una de cada tres parejas-, la falta de orgasmo -en una de cada dos mujeres- y la poca intimidad se conjuran para convertir muchos matrimonios indios en relaciones contractuales huecas, según la autora. Es cierto que la misma perspectiva de un matrimonio concertado no ayuda precisamente a que los jóvenes perfeccionen sus armas de seducción. Tampoco ayuda que el hombre indio no dé un palo al agua en casa. A diferencia de lo que ocurre en Europa, la luna de miel -y los primeros años en general- es una luna de hiel. Aunque con el roce, los ajustes y las renuncias, el amor conyugal termine por llegar. O por lo menos eso dicen las madres.
No obstante, tanto fasto y colorido contribuye a pasar por alto que en una boda india, tradicionalmente, el amor brilla por su ausencia. Nadie lo echa de menos -ni siquiera los novios- porque el matrimonio en India nunca ha sido cosa de dos, sino de muchos. Y sin embargo, algo se mueve.
Casarse por amor sigue siendo una excentricidad en India, pero mucho menos que hace diez o veinte años. La mayor parte de la sociedad lo rechaza como una muestra de egoísmo y desprecio a la familia. Algo que a menudo se castiga con el ostracismo de la pareja y, en los casos más extremos, incluso con la muerte. Así pues, la regla sigue siendo el matrimonio concertado por los padres, dentro de la misma religión, casta, lengua y estatus. Chocante o no, si pervive es porque una mayoría de indios todavía le ve más ventajas que inconvenientes. Tanto es así que tres de cada cuatro jóvenes quieren para sí una boda arreglada, según un estudio realizado en diez ciudades indias. El deseo es todavía mayor entre las chicas y, desde luego, sería aún más alto en la India rural.
Al mismo tiempo, cada vez más jóvenes aspiran a casarse enamorados. Y si bien no hay estadísticas empieza a cundir la sensación de que las dos megalópolis indias, Nueva Delhi y Bombay, están a punto de cruzar el Rubicón. De que por primera vez en la historia, cerca de la mitad de sus jóvenes se casa con quien quieren y no con quien quieran sus padres. Una clara mayoría entre las clases medias de Delhi y Bombay, e incluso de Karachi y Lahore, en Pakistán. Entre estos jóvenes, que gozan de oportunidades de relacionarse desconocidas para sus padres (lugares de estudio, ocio o trabajo) lo que empieza a necesitar una explicación -e incluso se disfraza- es el matrimonio concertado.
Aunque este también se está adaptando, ya que los mismos cambios culturales y tecnológicos que por un lado lo erosionan, por otro le ofrecen nuevos instrumentos. En los últimos siete u ocho años, internet y las franquicias de cafeterías han creado un marco propicio para el llamado "matrimonio por amor concertado". Engendro contradictorio en el que la busca de pareja sigue recayendo en los padres (y en su red de parientes, vecinos...) pero que después brinda a los dos jóvenes la oportunidad de conocerse -en teoría castamente- durante meses antes de comprometerse. Todo un avance respecto a la sofocante versión tradicional, en la que, tras el intercambio de expresiones de interés -a iniciativa de cualquiera de las partes- las dos familias se encuentran en el domicilio paterno de la chica para tomar té, a poder ser, servido por ella. En esta fase, ambos jóvenes tienen derecho de veto sin que se produzca ningún estropicio.
Mucho más adelante, inmediatamente antes de la boda, el cortejo culminará en el baraati, la procesión en la que el novio, a lomos de una yegua blanca, acude al encuentro con su prometida acompañado hasta de sus parientes más lejanos. No es generosidad: la cuenta de la boda corre a cargo de los padres de la novia, que además deberán aportar la dote.
Esta, aunque oficialmente prohibida desde hace más de medio siglo, no solo resiste sino que cada vez se vuelve más onerosa. Si en el pasado la dote consistía en oro y saris, en el presente puede incluir televisores de pantalla plana, coches y hasta un piso. O mucho dinero. Las exigencias de la familia del novio a menudo no terminan ahí y es normal que una familia se endeude para hacer frente a la boda de una hija. Por eso, tener más hijas que hijos puede suponer un considerable quebranto económico y está detrás de algunas de las peores lacras del país, como el feticidio femenino, más habitual entre las clases acomodadas. Asimismo, solo en Delhi, más de ciento veinte mujeres son asesinadas cada año por su marido o la parentela de este por no haber satisfecho la dote que esperaban.
Cabe decir que tradicionalmente la esposa se muda a la casa paterna del marido, pasando a formar parte de la familia extensa. No es raro que los desencuentros con la suegra mandona formen el meollo de muchas telenovelas indias. La libertad, para muchas nueras indias, es el sueño de contar con cocina propia. El colmo, construir un piso nuevo sobre el piso de los suegros. Huelga decir que las clases altas -y no digamos la prole de multimillonarios como los Mittal-, escapan de estas convenciones, tanto en privado como en público.
En los últimos años, la movilidad geográfica se ha aliado con un mayor afán de independencia, por lo que cada vez son más las familias nucleares (por el contrario, vivir en pareja sin estar casado o incluso llevar vida de soltero, sigue siendo raro). Aunque lo último es que la carestía inmobiliaria, unida a la violencia contra las mujeres, está haciendo que parejas que se tienen por modernas (sobre todo con hijas) opten por el refugio de la familia extensa.
Otro caso de regresión es el ejemplificado por Lakshmi, que tiene 26 años y trabaja en Delhi para una oenegé estadounidense que promociona a la mujer y combate la dote. Sin embargo, Lakshmi ha sucumbido a la presión materna y ha accedido a casarse con un hombre al que ha conocido el mismo día de su boda. Sobra decir que se trata de alguien de su misma lengua (tamil) y casta (brahmán), que a través de emisarios hizo llegar su interés a la madre. Esta, a la que todavía le duraba el disgusto porque su hijo se había casado por amor con una punyabi carnívora, de inmediato trasladó la presión a la hija. Lakshmi no responde a la pregunta de si ha pagado dote.
La salud del matrimonio concertado es el objeto de Hitched, un libro basado en entrevistas de reciente aparición. Su autora, la periodista de Madrás, Nandini Krishnan, aunque no se imagina recurriendo a uno, le quita hierro. "Aunque hay historias de terror, para mucha gente funciona casi como citas a ciegas. Además, hoy en día, con tanta competitividad en los estudios y en el trabajo, cuando uno llega a los treinta encerrado en una oficina puede empezar a pensar que el matrimonio concertado es práctico. Los mismos sitios de citas on line, en Occidente, evolucionan en la dirección de los matrimonios concertados".
La evolución a favor del amor de entrada parece imparable, aunque el matrimonio concertado tiene defensores tan insignes como el psicoanalista Sudhir Kakar, que opina que "es muy superior al occidental, porque hacen falta muchas cosas en común para formar una familia". Kakar también contrapone la soledad de tantos y tantas en Occidente y la ansiedad de sus jóvenes, al sistema indio que garantiza una pareja a todos. Eso sí, Kakar se casó con una alemana.
A partir de cuatrocientas entrevistas, la psicóloga Shaifali Sandhya disecciona el matrimonio indio en Love will follow (el amor vendrá luego) con resultados poco alentadores. Aunque una abrumadora mayoría se declara feliz, también confiesa que, de tener otra oportunidad, no se casaría con la misma persona. O no se casaría. La insatisfacción sexual -en una de cada tres parejas-, la falta de orgasmo -en una de cada dos mujeres- y la poca intimidad se conjuran para convertir muchos matrimonios indios en relaciones contractuales huecas, según la autora. Es cierto que la misma perspectiva de un matrimonio concertado no ayuda precisamente a que los jóvenes perfeccionen sus armas de seducción. Tampoco ayuda que el hombre indio no dé un palo al agua en casa. A diferencia de lo que ocurre en Europa, la luna de miel -y los primeros años en general- es una luna de hiel. Aunque con el roce, los ajustes y las renuncias, el amor conyugal termine por llegar. O por lo menos eso dicen las madres.
Jordi Joan Baños | Nueva Delhi Corresponsal 05/01/2014 - 00:00h | Última actualización: 05/01/2014 - 04:09h
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