sábado, 4 de enero de 2014

Las sorpresas que encontré durante 25 años de cubrir la economía de EE.UU.

 
 
 
Llegué a la oficina de Washington de The Wall Street Journal poco después del colapso bursátil de 1987. Excepto por un breve periodo como jefe de la corresponsalía de Berlín, he seguido a la economía desde ese balcón desde entonces.
 
Ahora, al dar una mirada a ese cuarto de siglo, cuatro sorpresas se destacan.
 
La clase media estadounidense no ha mejorado su situación.
 
En un libro de 1998, mi colega Bob Davis y yo argumentamos que Estados Unidos estaba al borde de una era de prosperidad compartida que impulsaría a la clase media. Estábamos equivocados. Vimos correctamente el potencial de la tecnología de la información, pero esperábamos que la brecha entre ganadores y perdedores se redujera. No fue así.
 
La producción de bienes y servicios por persona se ha incrementado en cerca de 45% desde 1987. Eso es sustancial, pero el incremento porcentual es tan sólo la mitad del incremento de 90% en los 26 años anteriores (1961-1987).
 
Para aquellos en la mitad, el cuarto de siglo anterior no se ve muy bien. Los ingresos en efectivo de una familia media, una que está en la mitad estadística, apenas se mantuvieron a la par con la inflación. Sume a eso el seguro de salud y otros beneficios que no se entregan en efectivo y verá que ha subido mucho más. Sin embargo, he aquí un hecho llamativo: Al ajustar por inflación, un trabajador típico a tiempo completo ganó menos en 2012 (US$49.398) que su equivalente de 1987 (US$50.166). Debido a que más mujeres fueron educadas y obtuvieron empleos con mejores salarios, su situación fue mejor: sus ingresos medios subieron 16%.
¿A dónde se fue todo ese dinero? Desproporcionadamente a los que están en mejor situación, los mejor educados, a las parejas de dos profesionales, los ganadores en Wall Street y Silicon Valley. La tecnología y la globalización favorecen a los mejor educados. El auge de las finanzas pagó muy bien a unos pocos. Los ingresos de aquellos en la cúpula de casi cualquier campo subieron más rápido que aquellos en el medio.
 
Diferentes medidas muestran variaciones en la gama, pero la tendencia es clara: los datos más recientes del censo estadounidense muestran que la participación de los ingresos antes de impuestos que van al 5% de las familias más acaudaladas subió de 15,7% en 1962 a 17,2% en 1987 a 21,3% en 2012. Las tasas impositivas más altas sobre los ricos y los beneficios dirigidos a los más pobres limitan esta tendencia, pero esa redistribución de la riqueza no ha compensado las fuerzas de mercado que aumentan la inequidad.
 
 
A China le ha ido mejor de lo esperado.
 
Lawrence Summers, el ex secretario del Tesoro de EE.UU., lo pone de esta manera: cuando EE.UU. estaba creciendo a su tasa más rápida, doblaba sus estándares de vida cada 30 años. China ha doblado sus estándares casi cada década por los últimos 30 años y lo ha hecho sin seguir el esquema de Washington para el desarrollo.
 
En 1987, la gran amenaza económica asiática era Japón. China ha demostrado un crecimiento impresionante, pero pocos en aquel entonces previeron lo mucho que este período de crecimiento duraría. "El crecimiento súper rápido de China ya ha durado tres veces más que un episodio tradicional [en la historia mundial] y es el más largo que se haya registrado", dijo Summers recientemente.
 
Él duda que China pueda mantener este ritmo y probablemente tiene razón. Pero eso no le resta a su impresionante éxito. El Banco Mundial estima que desde que iniciaron las reformas de mercado en 1978, China ha sacado a más de 500 millones de personas de la pobreza.
 
 
El 11 de septiembre no tuvo un impacto negativo duradero en la economía
 
Cuando los aviones chocaron contra el World Trade Center y el Pentágono el 11 de Septiembre de 2001, todos supimos que EE.UU. nunca volvería a ser igual, y no lo es. Los ataques llevaron a guerras en Afganistán e Irak, a una vigilancia y rastreo por parte del gobierno que habría sido tolerada anteriormente y a todas esas requisas en los aeropuertos.
 
En aquel momento, parecía que esta seguridad extra sería un palo en la rueda de la economía. Ha sido un costoso fastidio y es difícil determinar si valió la pena ya que nadie sabe cuántos terroristas han sido disuadidos por los controles en aeropuertos y edificios.
 
Pero si vemos a la economía como un todo, es difícil ver al 11 de septiembre como una carga para la productividad. La producción por hora de trabajo ha subido en 2,1% en los 12 años desde los ataques. Aumentó en 2,2% en los 12 años anteriores. Otros factores resultaron ser mucho más importantes que la reducción en productividad resultante del aumento en la seguridad.
 
 
EE.UU. es muy vulnerable a las sacudidas financieras.
 
Una de las pocas cosas en las que la mayoría de economistas y los encargados de trazar políticas estaban de acuerdo en 1987 era que EE.UU. nunca sería amenazado por algo parecido a la Gran Depresión. Éramos demasiado inteligentes como para que pasara de nuevo. El desplome del mercado bursátil de 1987 reforzó eso ya que el impacto económico duradero fue mínimo. Así sucedió con la crisis financiera asiática de 1997 y el estallido de la burbuja tecnológica en 2000.
 
La Reserva Federal se convenció, y convenció a muchos otros, de que limpiar el desorden después de una crisis financiera era mejor que tratar de prevenirla.
 
Eso estaba equivocado. La crisis financiera de 2007-2009 destruyó la ilusión de que EE.UU. tenía un sistema financiero bien regulado o bien administrado o que podría absorber un golpe así. Resultó que todo el sistema financiero era una casa de naipes que descansaba sobre la creencia de que los precios de las casas en todo el país nunca caerían.
 
Una segunda Gran Depresión fue evitada gracias a una agresiva política de gobierno, pero la economía sufrió su peor recesión desde entonces. En 7% actualmente, el desempleo se mantiene en niveles que antes sólo se veían en recesiones y hasta que el sistema sea puesto a prueba de nuevo, nadie puede estar seguro que los cambios en la regulación y las prácticas de negocios hayan sido suficientes para evitar que se repita.
 
Esta es mi última columna de capital. Aunque continuaré contribuyendo a The Wall Street Journal, asumiré el cargo de director del Centro Hutchins de Política Monetaria y Fiscal de Brookings Institution.
 
 
Por DAVID WESSEL  January 2, 2014, 5:17 p.m. ET
 

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