El presidente del BCe afrontaba en 2011 la posible ruptura de la moneda única. Tres años después, el euro y el organismo recuperan credibilidad para los próximos retos.
Los expertos en fútbol internacional coinciden en afirmar que, desde hace un par de años, la selección italiana atraviesa un profundo cambio de estilo. Del histórico catenaccio, un juego defensivo que ha marcado buena parte de su historia, a un fútbol de ataque, centrado en el toque y en llegar a la portería cuantas más veces, mejor. Los expertos en mercados financieros observan que, también desde hace un par de años, el Banco Central Europeo ha pasado de ser un organismo obsesionado con blindar la inflación a una institución que ha tomado las riendas para solucionar la mayor crisis financiera del continente. En ambos campos, plantando cara a los siempre físicos y poderosos alemanes. Mario Draghi (Roma, 1947) es el responsable del cambio en la autoridad bancaria, y como la selección azzurra con el Mundial de Brasil, afronta un 2014 clave para comprobar si su planteamiento triunfa o no.
Partiendo de la base de que es difícil contentar por igual a muchos y diferentes intereses, y más tratándose de una Europa que aún busca su rumbo, es innegable que en los últimos dos años el BCE ha tomado buena parte del protagonismo que se le demandaba para paliar los efectos de la crisis, en especial de la deriva de la deuda soberana y de unos bancos que, en conjunto, han puesto en entredicho la continuidad del mayor proyecto común a nivel continental: el euro. A veces con hechos, otras solo con palabras, su presidente Mario Draghi ha intentado equilibrar las demandas de 17 países (desde el día 1, con Letonia, 18) con diferentes políticas económicas, fiscales y bancarias.
Los más críticos señalan que su BCE no ha podido deshacerse del equilibrio de poder que comparte con Alemania. Otros dicen que precisamente el mérito es haber logrado ese equilibrio y haber sido capaz de tomar decisiones que no han contentado a su homólogo del Bundesbank Jens Weidmann. La más destacada del 2013 recién finalizado fue la rebaja de los tipos de interés al mínimo histórico, el 0,25%, y la insistencia de Draghi en afirmar que este escenario de tipos bajos puede prolongarse durante un buen tiempo ante la ausencia de otros estímulos, como por ejemplo una mayor demanda interna alemana. Hasta cinco veces ha bajado el BCE los tipos bajo la presidencia de Draghi.
Weidmann no pierde ocasión de advertir de los riesgos de esta política, más ahora que el negociador del BCE con Alemania, el exvicepresidente Jörg Asmus_sen, ha abandonado el organismo para ser ministro en el nuevo Gobierno de Angela Merkel. Mantener esa cierta distancia con Alemania será uno de los puntos clave para Draghi en 2014. No será fácil si se confirma que el reemplazo de Asmussen será Sabine Lautenschlager, vicepresidenta del Bundesbank, y respaldada por el ministro de Finanzas germano, Wolfgang Schäuble.
Lo que sí es un hecho es que, a día de hoy, nadie teme por una ruptura del euro. El propio Draghi afirmaba hace unos días que la crisis “no está superada”, pero que “hay signos alentadores”. Una de cal y una de arena, como a la ahora de tomar decisiones. De las compras masivas de deuda soberana durante 2011, que evitaron el descalabro del sistema monetario europeo, a la negativa a reanudar este programa en los peores momentos de España e Italia en verano de 2012. Un mensaje, “haré lo que haya que hacer, y créanme, será suficiente”, ha servido para que la tranquilidad se haya instaurado en el mercado de deuda europeo en el último año, hasta llegar a los 200 puntos básicos en los que descansa hoy la prima de riesgo española. Su conocimiento de los mercados, fruto de sus años como vicepresidente de Goldman Sachs para Europa, ha influido para mantenerlos a raya.
Por otro lado, Draghi ha impulsado el saneamiento de los bancos europeos otorgándoles enormes cantidades de financiación barata, algo que pondrá a prueba en las dos citas clave de este año: el examen de calidad de los activos de la banca y los temidos test de estrés, que comenzarán en noviembre. Bajo su mandato, el BCE se ha convertido en un supervisor de facto de la gran banca continental, aunque también se le achaca que el dinero facilitado a las entidades no se haya traducido en un aumento de los créditos a familias y empresas.
Otros reproches a la gestión de Draghi al frente del BCE es haberse mantenido al margen de la política monetaria del continente, asumiendo un mensaje de austeridad que ahoga a las economías de la periferia europea, a diferencia de la Reserva Federal estadounidense, que no ha dudado en tomar medidas encaminadas a favorecer el crecimiento económico. Draghi ha centrado sus esfuerzos en recuperar la credibilidad del euro, que cerró 2013 en el entorno de 1,4 dólares, el mejor nivel de los últimos dos años, y en apuntalar la banca europea. Precisamente la unión bancaria, que le dé el poder de supervisar y acudir al rescate de bancos en apuros de forma directa, es ahora su primera tarea pendiente. Draghi, que conduce hasta la sede del BCE en su propio coche, ha logrado algo que parecía difícil: encauzar el euro y al propio BCE.
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