Las distintas percepciones del miedo (Bubbers13 / Getty)
- Un grupo de investigadores concluye que la adquisición de esta emoción puede ser distinta en un contexto de lengua materna o extranjera
A veces, las experiencias traumáticas son difíciles de explicar. Hay incluso personas que son incapaces de verbalizarlas por el miedo que les generó. Cada vez que intentan relatarlas entran en una especie de estado de shock que les impide poder expresar lo que sintieron. Ahora, un consorcio de científicos quizás haya dado con la solución para que este colectivo se deshaga de esta pesada losa que arrastra, una solución que pasaría por expresarse a través de una lengua extranjera.
Un equipo de investigadores liderados, entre otros, por Albert Costa, profesor de investigación ICREA y director del grupo de investigación en Producción del Habla y Bilingüismo del Centro de Cognición y Cerebro de la Universitat Pompeu Fabra (UPF), ha llegado a la conclusión de que la adquisición del miedo puede verse directamente afectada por el contexto lingüístico, unos resultados que han publicado en la revista Scientific Reports , del grupo Nature.
A través de un ensayo, estos expertos han comprobado que dos de las medidas psicofisiológicas más indicativas de la respuesta al miedo – la dilatación de las pupilas y la sudoración de la piel – mostraban un efecto de condicionamiento menor a esta emoción cuando los participantes del estudio se encontraban en un contexto lingüístico en el que la lengua imperante era una lengua extranjera.
“La idea del estudio ha sido intentar entender cómo las personas pueden regular sus emociones de una mejor manera a través de una lengua foránea, una lengua que puede que no dominen demasiado y con la que tienen cierta distancia emocional”, explica Costa a La Vanguardia.
Los investigadores observaron que los participantes que tomaron parte del ensayo tenían una reacción distinta si la prueba la efectuaban en su lengua materna (español en este caso) o, por el contrario, en una extranjera (inglés). A grandes rasgos, la prueba consistía en exponerse a la visualización de dos círculos de distintos colores (verde y rojo) durante un espacio breve de tiempo (unos 10 segundos por imagen). Los participantes primero visualizaban uno, y segundos después otro. Mientras observaban los círculos, se les pidió que verbalizaran una cuenta atrás, cada grupo en el idioma en el que efectuaba la prueba.
A todos ellos se les explicaba, previamente, que mientras tuvieran en pantalla el círculo verde nada sucedería. En cambio, si era el rojo el que estaban visualizando podían recibir una descarga eléctrica, una amenaza que nunca llegaría a producirse.
Dilatación de las pupilas
Los investigadores recogieron mediante un aparato de registro de movimientos oculares la dilatación de las pupilas ante los estímulos condicionados y no condicionados (el círculo rojo y verde), y también registraron la respuesta galvánica mediante un sistema que permitía medir la conductancia de la piel, índices ambos muy fiables del condicionamiento al miedo.
Y los resultados fueron muy contundentes: las personas que completaron el estudio en una lengua extranjera mostraron un efecto significativamente menor de condicionamiento al miedo que las personas que completaron el estudio en su lengua materna. La magnitud de los efectos de dilatación de las pupilas y de sudoración de la piel ante los estímulos condicionados en relación a los no condicionados fue mayor en el contexto de lengua materna que en el contexto de lengua extranjera. Para los autores del estudio la reactividad emocional es menor en un idioma foráneo.
Ni las palabrotas suenan tan mal, ni las palabras que expresan emociones son tan relevantes
“Es como si al estar en un contexto de lengua extranjera adoptaras cierta distancia emocional y te condicionaras menos”, apunta Costa. Este investigador sostiene que usar una lengua extranjera en contextos más formales (trabajo) y no tan emocionales (familia, amigos) hace que “la persona en cuestión pueda distanciarse de un estímulo amenazante”. “Ni los chistes hacen tanta gracia, ni las palabrotas suenan tan mal, ni las palabras que expresan emociones son tan relevantes” agrega.
Lo destacable de este hallazgo es que sus resultados pueden tener una aplicación práctica en el campo de la psicología y la psiquiatría, pudiendo ayudar a aquellos “pacientes que tengan problemas para expresar su experiencia emocional ante hechos traumáticos”.
Ya lo apuntó Freud
La idea no es nueva, según apunta este investigador de la UPF. Y es que el célebre neurólogo Sigmund Freud ya la verbalizó. “Freud se dio cuenta de que cuando algunos de sus pacientes tenían que hablar de cuestiones muy traumáticas para ellos, algo que les provocaba gran nerviosismo, cambiaban a una segunda lengua”. Costa entiende que cuando llevaban a cabo esta práctica tenían la sensación de estar hablando de otras personas, “como si no fueran ellos”.
El único hándicap es que el paciente tiene, por fuerza, que hablar una segunda lengua. “Pero hablar un segundo idioma empieza a ser algo habitual”, sugiere Costa. En Catalunya, por ejemplo, hay muchas personas, apunta este investigador, que “son castellanoparlantes y hablan el catalán como segunda lengua”. En este contexto, entiende, se podría conseguir el mismo efecto que el obtenido con el español y el inglés (idiomas utilizados en el ensayo) siempre y cuando “la persona no utilizara el catalán en un contexto de amigos o familiares, que no lo tuviera como un idioma emocional”.
Nuevos estudios en perspectiva
Por el momento, este consorcio de científicos -entre los que también se encuentran Jon Andoni Duñabeitia, investigador principal de la Facultad de Lenguas y Educación de la Universidad Nebrija (Madrid) y Azucena García Palacios, investigadora y profesora de Psicopatología de la Universitat Jaume I (Castelló de la Plana)- se han centrado en crear emociones, como el miedo, y ver si el contexto lingüístico en el que uno se encuentra facilita o perjudica su adquisición. Pero ahora se marcan un objetivo más ambicioso.
“El reto ahora es ver si somos capaces de utilizar una lengua extranjera como herramienta para reducir el miedo ya adquirido”, esgrime Costa. “Es mucho más fácil crear miedo que suprimirlo”, advierte. La idea sería condicionar a un grupo de personas para luego intentar deshabituarlo. “El reto es que el estímulo amenazante pierda su valor intimidatorio”, concluye Costa.
Es mucho más fácil crear miedo que suprimirlo
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