La puerta de entrada a Angkor Thom, con la representación de Buda en su parte superior. (iStock)
Desde que fuese redescubierta en el siglo XIX, los arqueólogos se han preguntado que llevó al abandono de la capital del Imperio Jemer, que se encontraba en lo que hoy es Camboya
Los miles de turistas que cada madrugada intentan abrirse paso a codazos para presenciar el amanecer sobre Angkor Wat, el templo hinduista más grande del mundo —que se encuentra en Siem Riep (Camboya)—, observan con la boca abierta y el móvil listo cómo la luz comienza a iluminar las cinco torres en forma de loto que coronan el conjunto. Es una representación del monte Meru, la morada de los dioses, según la tradición hinduista. Sin embargo, corren el riesgo de perder de vista otra obra maestra, en este caso, de ingeniería. Se trata de la compleja red de presas y canales utilizada para capturar, almacenar y distribuir el agua, sin parangón en el siglo XIII, el momento de esplendor de esta ciudad.
Fue entonces cuando la población de este vasto complejo del Imperio Jemer, que incluye muchos otros templos y ciudades a lo largo y ancho de unos 100 kilómetros cuadrados, alcanzó una cifra récord de casi 750.000 habitantes, aunque hay quien la eleva a más de un millón. Sin embargo, en algún momento del siglo XV, la región fue abandonada casi por completo y la capital se desplazó hacia el sureste, a Nom Pen. Durante siglos, la mayoría de los templos de Angkor fueron engullidos poco a poco por la jungla, mientras que tan solo los monjes se quedaron a proteger Angkor Wat. No fue hasta el siglo XIX cuando los expedicionarios franceses redescubrieron la antigua capital del Imperio Jemer.
El genio angkoriano para construir y reformar su sistema de canales pudo ser la clave de su caída: no estaba preparado para largos monzones
Cuál fue exactamente el motivo de que una ciudad de tal tamaño, con tal carga histórica, religiosa y militar, fuese abandonada casi por completo ha sido motivo de discusión arqueológica durante décadas. Durante mucho tiempo, se señaló que pudo deberse a las diversas incursiones siamesas que tuvieron lugar ente 1369 y 1431 y que habrían dejado tocado al Imperio Jemer que, como protección, se habría decantado por Nom Pen por su mejor situación estratégica. Hoy en día, no obstante, cada vez hay mayor unanimidad en considerar que pudo deberse a una mezcla de factores, entre los cuales destaca la escasa preparación de la ciudad para los cambios climáticos. Es lo que defiende una nueva investigación publicada en 'Science Advances' que ha analizado las 1.013 vías y los 617 nodos del sistema de canales para identificar sus puntos débiles.
“Durante mucho tiempo, se ha sugerido que la infraestructura en forma de red de la ciudad jugó un importante rol en su desaparición y, más recientemente, que la gigantesca infraestructura se alió con la variabilidad climática para producir ese resultado”, señalan los autores de la Universidad de Sídney y la Escuela Francesa de Extremo Oriente. Hasta el momento, recuerdan, no había un análisis exacto de qué características de la ciudad la habían hecho vulnerable a los cambios meteorológicos imprevistos. Ahora, por primera vez, el estudio desvela con más detalle cómo el genio de los angkorianos para trazar y reformar sus vías de agua pudo suponer también el principio de su fin.
“La infraestructura urbana de Angkor, en concreto, su gigantesca y enrevesada red de distribución de agua, era propensa a caer en una cadena de errores en caso de ser impactada por una perturbación climática de gran amplitud pero baja frecuencia”, explican los autores. ¿Cuál iba a ser exactamente esta alteración? Probablemente, un largo periodo de duras lluvias monzónicas que terminarían dañando el sistema de distribución de aguas, preparado para épocas más secas. Hace alrededor de una década, Victor Lieberman ya defendió que habían sido los accidentes climáticos los que habían precipitado el fin, lo que había afectado también a otras regiones del sudeste asiático, pero hasta ahora no se sabía exactamente por qué esto había sido el fin de Angkor.
Según el análisis topográfico realizado por los científicos, el daño provocado a los canales por las inundaciones que tuvieron lugar a finales del siglo XIV y principios del XV se dejó notar sobre todo en la zona oeste y norte del sistema de canales. En concreto, la mayor erosión se produjo al norte y al este de Angkor Thom, junto al río Siem Reap: un punto clave, ya que era la ciudad que más población albergó, una urbe fortificada construida por Jayavarman VII a finales del siglo XII. Sin embargo, los autores recuerdan que, debido a que el sector noroeste de Angkor aún no está completamente excavado, es probable que también se produjese un gran daño en dichas zonas.
Una historia con moraleja
El trabajo de los científicos no tiene como objetivo simplemente analizar lo ocurrido, sino también servir de advertencia: no estamos a salvo de que nos pase algo parecido. Los autores recuerdan que las redes complejas de infraestructuras pueden ser vulnerables a circunstancias climatológicas inesperadas; algo que ocurrió en dicho enclave, pero que también podría suceder en las grandes ciudades modernas si no están lo suficientemente preparadas. Como explican, “en un sistema complejo con muchos componentes que interactúan entre sí, se puede producir una respuesta catastrófica incluso tras un pequeño cambio localizado o una serie de cambios acumulados”.
El ajuste del sistema de canales —principalmente, a través de la centralización del curso del agua— dañó irremisiblemente las infraestructuras
El problema con la red de Angkor probablemente fuese que estaba preparada para enfrentarse a largos periodos de sequías, como los que tuvieron lugar durante los siglos XIII y XIV, pero no para un monzón inmisericorde. La red de canales era un palimpsesto que se construía y reconstruía a lo largo del tiempo para enfrentarse a las diferentes condiciones meteorológicas. Algo cambió a mediados del siglo XIV, cuando los periodos de prolongadas sequíasfueron sucedidos por años de lluvias, lo que desequilibró ese sistema que estaba pensado para condiciones más secas. El ajuste del sistema de canales —principalmente, a través de la centralización del curso del agua— dañó irremisiblemente las infraestructuras.
Como recuerdan los autores, el colapso del sistema de Angkor no puede entenderse como una “catástrofe exótica” en la que fuerzas exógenas cambiasen el curso de la ciudad para siempre, sino que tiene analogías con los retos que plantean las estructuras urbanas en el mundo moderno: “Este ejemplo histórico del fallo en cascada de infraestructuras críticas como resultado de las condiciones extremas del clima enfatiza la importancia de que las redes modernas estén construidas con resiliencia, a través de la modularidad y la redundancia, para lidiar con los eventos climáticos de gran amplitud y baja frecuencia”. En los años dorados de Angkor, cuando se diseñó un sistema perfecto para épocas de sequía, nadie podía esperar que el futuro estaría lleno de monzones que terminarían dañando el sistema de infraestructuras. Algo que también puede ocurrir hoy si no diseñamos ciudades y edificios preparados para lo desconocido.
AUTOR
HÉCTOR G. BARNÉS
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