Cambio de hora: La madrugada del domingo, a las 3 serán las 2 (GYI)
Cambiar de horario dos veces al año tiene pros y contras en términos de salud
Este 28 de octubre será probablemente una de las últimas veces que cambiaremos de horario. Los argumentos sobre ahorro económico y energético en los que se basaba esta medida no parecen contar con evidencias sólidas, hasta el punto de que sorprende que hayamos estado modificando los relojes dos veces al año durante décadas sin una justificación poderosa. Ahora, la presión ciudadana a la UE ha provocado que este cambio tenga las horas contadas.
Evaluar el cambio de horario en términos de salud no resulta sencillo. Veamos los pros y los contras.
El cambio de horario tiene como objetivo maximizar la exposición al sol durante las horas en que la población está despierta y activa. En ese sentido, la medida sí que resulta parcialmente acertada. Pero ¿por qué es importante despertarnos con luz y seguir al máximo posible horarios naturales de luz y del sueño?
Todos los seres vivos —desde los organismos más simples, como las cianobacterias, hasta organismos complejos como los humanos—, siguen el ciclo circadiano de oscuridad y luz, debido a la rotación de la Tierra sobre su eje. Una gran mayoría de las funciones del cuerpo humano, como la temperatura, la presión arterial, la red de alerta, la producción de hormonas, o la expresión de miles de genes sigue este ciclo de 24 horas. La luz solar es la exposición más importante que nuestro organismo procese el cambio de la noche al día.
Estudios recientes en poblaciones de “cazadores/recolectores” en África y América del Sur que presuntamente viven aún en condiciones parecidas a las de nuestros antepasados indican que, a pesar de carecer de luz eléctrica, los humanos de hace miles de años no dormían mucho más que nosotros. Indican también que se despertaban en su mayoría un poco antes de la salida del sol, quizás por el aumento de la temperatura. La invención de la luz eléctrica ha generado cambios profundos en los ritmos diarios de las sociedades modernas, pero aun así todavía seguimos el ciclo principal de día y noche.
La alteración de este ritmo, por ejemplo, en personas que trabajan en turno de noche, provoca efectos agudos —como somnolencia y falta de atención, lo que a su vez se traduce en un aumento de los accidentes— y también efectos a largo plazo, como obesidad, diabetes, enfermedades cardiovasculares y probablemente cáncer. Cambios más leves en los horarios, como por ejemplo ser sacados del sueño por un despertador a las 7 de la mañana en el mes de febrero, a una hora que nuestro cuerpo cree que es aún de noche, también suponen una anomalía. Igual que exponerse tras la puesta de sol y durante horas a pantallas de móviles o tablets o a iluminación LED que emita luz de onda azul, lo cual provoca una reducción de nuestros niveles de melatonina, la hormona que nos ayuda a regular el sueño.
Lo mismo ocurre cuando cenamos tarde, a horas en las que el cuerpo entiende que es de noche y, en cambio, le mandamos una señal contradictoria a través de la ingesta de comida, que es algo propio del día. Estas descoordinaciones entre los ciclos naturales y nuestros hábitos cotidianos afectan a la salud.
Otra de las consecuencias a contemplar es el jetlag, que se produce por la dificultad de adaptarnos inmediatamente en los cambios de zonas horarias. Los humanos, como muchos animales, tenemos un reloj central en la base del cerebro que está muy condicionado por la luz, pero también contamos con relojes en todos los órganos. Los síntomas gastrointestinales que sufrimos muchas veces cuando tenemos jetlag se producen porque los relojes en el sistema gastrointestinal se adaptan a los cambios en ritmos diferentes a los del reloj central.
Si ponemos toda esta información en la balanza, nos encontramos ante una disyuntiva compleja. Seguir con el cambio de horario implicaría continuar provocando jetlag, molestias y alteraciones de sueño dos veces al año a prácticamente toda la población europea —concretamente a 512,6 millones de habitantes—, incluidos aquellos que son más sensibles a los cambios, como los niños o las personas enfermas.
Seguir con el cambio de horario implicaría continuar provocando jetlag, molestias y alteraciones de sueño dos veces al año a prácticamente toda la población europea.
Por el contrario, suprimir la medida obligaría a vivir durante unos meses bajo exposiciones de luz “erróneas” para el equilibrio de nuestro cuerpo. Por ejemplo, en caso de quedarnos para siempre con el horario de invierno se daría el caso de que el sol llegaría a salir en Barcelona a las 5.18 de la mañana el 15 de junio. Mientras que si la opción elegida fuese el horario de verano, el 4 de enero no llegarían los primeros rayos de sol hasta las 09.18 (¡y en A Coruña no amanecería hasta las 10.07!).
Como se ve, no existe una solución óptima. Además, proporcionar estimaciones exactas sobre los posibles efectos en la salud de cada una de las opciones no es tarea fácil. Mi opinión es que conviene priorizar la solución al problema que la sociedad considere más molesto, lo que en este caso —y a pesar de que tampoco tenemos encuestas verdaderamente representativas— nos llevaría a suprimir el cambio de horario.
Con todo, la cuestión en España cuenta con un factor añadido determinante: el horario en vigor actualmente es el de Europa central, no el que nos correspondería. En consideración a los posibles efectos sobre la salud, no tiene ningún sentido seguir en este huso horario ajeno, que nos obliga a retrasar buena parte de nuestras actividades cotidianas como medida de adaptación. De manera que el cambio más razonable sería para regresar al que huso horario que nos corresponde por ubicación geográfica, el mismo del Reino Unido y Portugal. Esto sí que conllevaría efectos positivos para la salud.
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