Entrevista a quien definió parte del pasado reciente de la sociedad británica, que encara (y critica) las perspectivas de su futuro post Brexit
En España más de uno le conoció cuando la ‘tercera vía’ de economía mixta y reformismo inspiraba al nuevo Partido Laborista liderado por Tony Blair. El joven, simpático y sonriente ‘premier’ británico era la sensación en un Viejo Continente que buscaba la novedad en una izquierda algo decaída tras el auge del neoliberalismo. Y él se inspiraba en quien aún es uno de los profesores universitarios, pensadores y escritores más leídos, seguidos y de mayor influencia pública del Reino Unido desde –según no pocos– John Maynard Keynes. Hoy Anthony Giddens (Londres, 1938) sigue en primera persona el Brexit, como lord en la Cámara Alta del Parlamento británico, defendiendo posiciones proeuropeas en un país que votó por el leave y denunciando –como sociólogo de cabecera que es– la ceguera de obviar la realidad y las consecuencias en todo ello de la revolución digital en marcha.
Son varios los partidos populistas que a lo largo de Europa siguen parte de las políticas proteccionistas de Donald Trump. Y están ganando cada vez más y más apoyos. ¿Son la representación de los nuevos y ‘duros’ tiempos que están por llegar a Europa?
Hay una serie de cambios y tensiones paralelas que son visibles en las democracias liberales occidentales de hoy y, es más, incluso a lo largo y ancho del mundo. En breve, son estas: la ruptura de los anteriores sistemas de partidos, el vaciado del centro político, el auge de los nuevos partidos ‘insurgentes’ y el declive de la socialdemocracia. Hay versiones del populismo tanto a derecha como a izquierda, pero la tendencia más visible es el resurgir de la extrema derecha en paralelo al auge de líderes demagógicos como Donald Trump en EE.UU. o Viktor Orbán en Hungría. En todo caso, en casi cada Estado de la UE, y en EE.UU., hay grandes oposiciones al populismo de derechas. La historia de las próximas elecciones europeas tristemente no será sólo el de la influencia del populismo de derechas, sino una lucha más compleja y diversificada.
La crisis económica y financiera ha llevado a una política y social. El Brexit, el auge de las nuevas fuerzas populistas en los diferentes países europeos… En cierto sentido, los valores fundacionales de la UE están en cuestión. ¿Cree que la integración europea sobrevivirá? Y si es así, ¿cómo?
La crisis financiera mundial y sus consecuencias son, en efecto, la base de algunos de los cambios políticos de esta última década. En muchos países los salarios reales se han estancado y las desigualdades se han vuelto más extremas. Aunque igualmente importante es la aceleración de la revolución digital, que desde mi punto de vista es, hoy, el cambio más relevante que afecta a nuestras sociedades. En casi todos los Estados europeos la manufactura está en fuerte declive, y la principal razón no es la deslocalización sino la automatización, que se ha acelerado en los últimos años por la economía digital –además de venir acompañada por un incremento de la inestabilidad económica. Son cambios que irremediablemente han alterado la política. Es decir, esto no es simplemente una historia del auge del populismo de derechas sino la emergencia de un ámbito político diversificado y cambiante.
“Unida en la diversidad” es el lema de la UE. ¿Tiene alguna posibilidad de sobrevivir en un tiempo de políticas identitarias como, por ejemplo, vemos en Hungría, Polonia, Italia y en cada vez más países europeos?
“Unida en la diversidad”, en las actuales circunstancias, me parece un lema todavía más importante que antes para la UE, si bien hoy esa diversidad trasciende a los Estados y se refiere a las divisiones transversales que ya tienen nuestras sociedades. Los partidos populistas de derechas no dudarán en sacar ventaja de ello y la composición del Parlamento Europeo cambiará, pero la UE sobrevivirá y superará estas transformaciones. Y para suponer esto hay razones positivas y negativas. No sé ver cómo cualquier Estado miembro podría unilateralmente dejar la eurozona, y aquí no importa lo que digan los partidos populistas. Si sucediera, habría una inmediata reacción adversa contra ese país por parte de los mercados financieros globales, como ha pasado en el caso de Grecia y como podría ser ciertamente el caso si, por ejemplo, Italia busca seguir un camino similar. Desde un ángulo más positivo, la UE es todavía crucial si los Estados europeos quieren tener influencia en un mundo marcado por el retorno de la geopolítica. Están en marcha enormes cambios geopolíticos en la sociedad mundial. Estamos en el umbral del siglo asiático. Y para conservar el poder en un mundo como este, los estados de la UE deben actuar colectivamente.
Un país no podría salir de la eurozona unilateralmente, habría una inmediata reacción adversa por parte de los mercados financieros globales
Cayeron las fronteras, se creó un pasaporte y una moneda común, etc., pero Europa no ha sido capaz de dotarse de una identidad europea de forma que los ciudadanos europeos todavía mantienen como su principal referencia las fronteras nacionales. ¿Realmente es posible construir una identidad europea? Y en tal caso, ¿qué hay que hacer para hacerla tangible y perdurable?
La UE es un híbrido y se mantendrá como tal sea cual sea la reforma futura que se realice. Hay muchas propuestas –de cara a una mayor democratización, para una gobernanza más efectiva de la eurozona, etc. –, pero no hace mucho tiempo se veía de forma mayoritaria como un modelo para procesos de integración que podían pasar en cualquier parte, y, al menos por ahora, esta visión ha desaparecido. Hay un proceso de tira y afloja, y los partidos antieuropeos están ganando fuerza. Sin embargo también han ayudado a generar un mayor activismo preeuropeo incluso en el país del Brexit, en el Reino Unido, lo que es relevante. Los miedos sobre la inmigración y la reivindicación de preservar las identidades nacionales ante el multiculturalismo son ideas-fuerza del populismo de derechas, pero es que estas mismas cuestiones se deben tratar, sí o sí, a un nivel europeo, a un nivel transnacional. Las reformas como las defendidas por Emmanuel Macron son, ciertamente, necesarias, pero será complicado llevarlas adelante, además de que en gran parte dependerán también de la posición de la Alemania de después de la era Merkel.
El eje franco-alemán ha guiado la política europea durante décadas desde su fundación, balanceado desde su acceso a la UE por el Reino Unido. Dado el Brexit y una Angela Merkel y un Emmanuel Macron que encaran varios conflictos internos, ¿el futuro de la UE puede ir incluso a peor? ¿O debemos esperar una UE alemana o una UE francesa?
Alemania se mantendrá como la potencia líder de Europa, aunque hoy encare muchos problemas, entre ellos el antagonismo del presidente de EE.UU. Donald Trump. Sin embargo, no habrá una Unión Europea alemana como tampoco una Unión Europea francesa. Es más, el poder de cualquier Estado miembro en la UE –incluyendo a Alemania– es limitado. Y como hemos podido ver en las negociaciones del Brexit aún en marcha, el Consejo Europeo tiene un rol crucial en la toma de decisiones –tanto como la Comisión lo tiene en la planificación a largo plazo. El Parlamento Europeo carece de la legitimidad de sus semejantes en los Estados miembros, y aún así también es una fuerza influyente. Hay muchas tensiones y tiras y aflojas, que se multiplicarán con el juego político. En todo caso, la verdad central sigue siendo que actuando colectivamente los Estados miembros de la UE pueden tener una mayor influencia en los asuntos globales de la que podrían tener de forma individual.
Reino Unido votó por el Brexit, pero a día de hoy no hay un plan concreto sobre cómo aplicarlo. ¿Esto qué nos dice?
Pase lo que pase en el futuro, el Brexit ha hecho más sólida a la UE de lo que la ha minado. La ‘soberanía’, en un mundo muy interdependiente y todavía dividido por conflictos y disensiones de escala global, es una noción relativa y compleja, no absoluta. El Reino Unido está aprendiendo esta lección de una forma traumática, una que ha acentuado las divisiones dentro del país en vez de calmarlas. El solo hecho de que el Brexit se haya vuelto un proceso tan largo y tortuoso y sin un final claro en el horizonte demuestra lo compleja que es la idea de la ‘soberanía’ en el mundo actual. Yo soy proeuropeo y creo que cada Estado miembro de la UE tiene más ‘soberanía neta’ –por ejemplo, un poder real para encarar los eventos globales– como miembro de la UE de la que tendría actuando de forma individual.
Cada Estado miembro de la UE tiene más ‘soberanía neta’ como miembro de la UE de la que tendría actuando de forma individual
¿Considera que otros ‘exists’ europeos, como se dijo para Grecia (Grexit), para Francia (Frexit) o incluso por la cuestión catalana para Catalunya (Catexit) son una posibilidad y una alternativa real para el futuro considerando nuestro mundo globalizado?
Por las razones que dije antes, no creo que el Brexit abra un camino a seguir por otros –más bien lo opuesto, el de una mayor igualdad. En todo caso, y como señaló Yogi Berra, una cosa que no podemos predecir es el futuro…
Dentro de la UE hay algunos Estados miembros que impulsan una mayor integración y una regulación común de las legislaciones laborales, sociales, etc., en cierto sentido para evitar la competencia interna desleal. También hay un creciente bloque euroescéptico. Y luego están los federalistas. ¿Es el debate entre el pasado y el futuro de la política global? Es decir, ¿cómo puede la UE adaptarse a la escala de la política del siglo XXI?
Visto así, y siguiendo en cierto sentido lo que hemos hablado de la revolución digital, que está transformando nuestras vidas personales al mismo tiempo que nuestro porvenir en común, el futuro ya está aquí. Es algo que todavía está en marcha, especialmente por el ritmo de los actuales avances en inteligencia artificial. Pero si antes lo he mencionado para el ámbito del trabajo y la economía, hay que decir que la revolución digital ha transformado a la propia política y en todos los niveles. Está directamente ligada al auge del populismo y a la parcial disolución del centro político. Los líderes populistas pueden hallar sus apoyos de base de una forma que les hubiera sido imposible antes de que existieran las redes sociales. Y de hecho parte de la razón de la vuelta de la extrema derecha es que, en la era digital, todos pueden tener voz y pueden buscar a otros con ideas afines sin importar dónde se encuentren. También hay una ‘vuelta de lo reprimido’, es decir, las personas pueden airear de forma pública sentimientos e ideas que aborrecen a la mayoría. A su vez, una de las cuestiones centrales para Europa es geopolítica. Rusia busca de forma activa utilizar las herramientas digitales para influenciar en la política europea, y la UE también encara grandes problemas con el creciente impacto digital de China, especialmente cuando se extiende su iniciativa de la nueva Ruta de la Seda. Los dilemas sobre Huawei y las redes 5G/6G son sólo el principio.
Sea la ‘tercera vía’ laborista que la socialdemocracia o, en general, la izquierda como los liberales y cristianodemócratas, todos ellos apoyaron la UE frente a los nacionalistas o conservadores como Charles de Gaulle. Pero gracias a la crisis económica (por ejemplo en Grecia) y la ‘batalla’ europea entre los Estados miembros del sur, centro y norte del Viejo Continente, hemos visto cada vez más críticas viniendo tanto de la izquierda como de la derecha contra cualquier nueva integración supranacional. ¿Se ha vuelto a una ‘batalla’ entre nacionalistas e internacionalistas? ¿Respaldar o ir en contra de la UE significa algo diferente para la izquierda y la derecha?
Los socialdemócratas y la derecha moderada han sido los principales apoyos del proyecto europeo durante décadas. Y por las razones que he expuesto antes, este periodo se encamina hacia su final. La socialdemocracia, en particular, encara una crisis profunda –a pesar del éxito reciente de los socialistas en las elecciones españolas. Su principal agente histórico, la clase obrera fabril, se ha reducido dramáticamente al tiempo que algunos de sus miembros han abrazado la derecha radical. Es demasiado pronto para decir si esta crisis es existencial, pero eso, ciertamente, tiene consecuencias significativas para la integración europea. La izquierda y la derecha todavía existen –de hecho es una división que en cierto sentido se ha acentuado–, pero otras líneas divisorias políticas se han superpuesto a esta. La era de la ‘tercera vía’ se ha acabado. La socialdemocracia tiene que volverse parte de una nueva y más amplia política progresista cuyos contornos no están del todo claros.
La oleada antiinmigración puede ayudar a disminuir algunas tensiones estructurales, pero acentuará otras
Europa envejece y en muchos de los Estados donde los populistas gobiernan –como pasa en Hungría– se prevé que pueda faltar mano de obra a corto y/o medio plazo toda vez no hay jóvenes que puedan ‘suplir’ su mercado laboral e impulsar su economía. Pese a ello, se opta por cerrar las fronteras a la inmigración y son contrarios a toda política común europea. ¿Europa o los países europeos están en declive?
Los países industriales, no sólo en Europa sino en todo el mundo, encaran enormes problemas estructurales debido al envejecimiento de su población. Los sistemas de salud y los servicios de bienestar se exponen a una creciente tensión y, es más, la mayor parte de los Estados europeos no invierten lo suficiente en educación ni en formación profesional en un tiempo de rápido cambio tecnológico. Por eso son tremendamente dependientes de las inmigraciones. La oleada antiinmigración, liderada por los populistas, puede ayudar a disminuir algunas partes de estas tensiones estructurales, pero inevitablemente acentuará otras. Gestionar las migraciones, junto al multiculturalismo, son las únicas vías para afrontar este dilema.
El Estado de bienestar es una de las instituciones que hacen a Europa diferente del resto del mundo. ¿Puede sobrevivir en un mundo globalizado sin tener detrás el apoyo de la integración europea y considerando que, además, nuestros intereses geopolíticos y geoeconómicos hacen ‘frontera’ con los de grandes potencias como EE.UU., Rusia o China?
El Estado de bienestar no sólo está presente en Europa, sino que sus orígenes son ante todo europeos. Virtualmente todos los países industriales tienen algún tipo de instituciones de bienestar y sistemas de educación públicos, y aquí incluyo a EE.UU. y Japón. Pero en una era dominada por el neoliberalismo a nivel global, no es sorprendente que estos sistemas de bienestar estén bajo presión. No van a desaparecer, pero tienen que adaptarse a la era actual. La revolución digital, como ya he remarcado antes, lo está transformando casi todo.
Para acabar, ¿cómo cree que sería el mundo si no hubiera UE?
Menos estable y todavía más fracturado.
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