martes, 25 de febrero de 2025

¿A las puertas del estallido de la burbuja del automóvil en EEUU? Vuelve uno de los fantasmas de la crisis de 2008

Vehículos aparcados. Fuente: iStock


  • La tasa de morosidad grave en créditos de automóvil se coloca en máximos de 14 años...
  • ... al tocar el 3% a cierre de 2024 superando los niveles de la burbuja puntocom y 2020


La creciente presión financiera sobre el mercado automovilístico estadounidense, en un contexto de tipos de interés altos y un acceso al crédito cada vez más restrictivo, podría estar empezando a provocar un desgaste en el mercado. Millones de consumidores, a lo largo de los últimos años, han podido financiar la compra de sus vehículos gracias a los estímulos económicos federales y las políticas monetarias laxas que han fomentado la velocidad de crucero en la que se ha instalado Estados Unidos desde hace ya unos años. Sin embargo, esta situación está ahora dando paso a una oleada de impagos que podría hacer saltar las alarmas entre los prestatarios bancarios.

La tasa de morosidad grave en los préstamos para la compra de automóviles, es decir, de más de 90 días, alcanzó a cierre de 2024 el 3%, la más alta de los últimos 14 años, superando incluso las cotas registradas durante la recesión de 2001 posterior a la crisis de burbuja de las puntocom y la de la pandemia de 2020. El incremento de impagos por el endurecimiento y encarecimiento de la financiación y la consiguiente pérdida de poder adquisitivo de los consumidores deja ahora en el aire la pregunta de si este fenómeno es la señal de que algo más grave está sucediendo en la economía norteamericana.

La realidad es que estas cifras se convierten, de nuevo, en un termómetro de la situación por la que atraviesa Estados Unidos durante los primeros compases de la segunda presidencia de Donald Trump. A principios de siglo, tras el estallido de la burbuja puntocom el crecimiento especulativo de las empresas vinculadas a internet y su posterior colapso provocó una desaceleración económica que tuvo sus efectos, también, sobre el mercado del automóvil.

Posteriormente, tras la crisis financiera de 2008, en Estados Unidos a contracción del crédito y la desconfianza en los mercados llevaron a una disminución en la producción y venta de automóviles. Entonces, la industria enfrentó una caída en la demanda, lo que afectó tanto a fabricantes como a concesionarios, exacerbando la crisis en el sector. Cuando estalló la crisis, los bancos endurecieron las condiciones de acceso al crédito que hasta entonces había alimentado al sector tras relajar sus estándares para otorgar estas financiaciones lo que resultó en préstamos de alto riesgo -similares a los del sector inmobiliario-, un aumento del leasing y la expansión de los valores respaldados por activos, en este caso, bonos que se vendían a los inversores y que, en la práctica, eran préstamos de automóviles compendiados en paquetes de inversión. Como resultado, las ventas de vehículos cayeron bruscamente. En 2009, las ventas de automóviles en EEUU se desplomaron a 10,4 millones de unidades, su nivel más bajo en décadas, después de haber alcanzado casi 17 millones en 2005.

Los grandes fabricantes norteamericanos (General MotorsFord y Chrysler hasta su fusión con Fiat y la reconversión en Stellantis) venían de una época de altos costes de producción y de personal, lo que los hizo menos competitivos frente a las marcas extranjeras, en aquel momento las japonesas como Honda o Toyota. Ante el colapso inmediato de algunos fabricantes, el Gobierno federal estadounidense inyectó a través de la TRAP -una ley a medida para aliviar la deuda de las automovilísticas- algo más de 80.000 millones de dólares en General Motors y Chrysler que se enfrentaban a la bancarrota por su elevada deuda, la caída de la financiación y el desplome de las ventas. Ante la reestructuración, sendas marcas cerraron fábricas, despidieron a miles de trabajadores y renegociaron acuerdos salariales para reducir los costes.

Más recientemente, durante la pandemia del Covid-19 las ventas de vehículos cayeron aproximadamente un 45% en las primeras semanas de la crisis sanitaria y para incentivar la compra, los fabricantes ofrecieron incentivos financieros. Sin embargo, la incertidumbre económica y la disminución de la producción llevaron a un aumento en los precios de los vehículos usados, debido a la escasez de inventario y a una demanda que superaba la oferta.

La deuda de los hogares, en máximos

De todas formas, más allá del mercado automovilístico, la presión financiera de las familias en Estados Unidos está lejos de relajarse. A cierre del cuarto trimestre, el pasivo total de los hogares del país había aumentado un 0,5%, alcanzando los 18,04 billones de dólares. Esta cifra, impulsada principalmente por un alza de 45.000 millones en los saldos de tarjetas de crédito, que llegaron a 1,21 billones de dólares, también suma un incremento de 11.000 millones en los préstamos para automóviles, totalizando 1,66 billones de dólares.

Acorde al último informe de la Reserva Federal de Nueva York, preocupa la situación del mercado de automóviles que podría estar ofreciendo algún indicio de estrés financiero por los elevados precios de los vehículos y los altos tipos de interés que han incrementado el pago de las cuotas mensuales y puesto más presión sobre los consumidores. Además, el 3,6% de la deuda total se encuentra en alguna forma de morosidad, con un ligero aumento respecto al trimestre anterior, especialmente en tarjetas de crédito y préstamos para automóviles.

Aunque existen preocupaciones, la economía en general muestra un crecimiento sólido y un bajo desempleo, a pesar de que persisten las presiones inflacionarias y los tipos se mantendrán altos en el corto plazo, exponen los expertos del servicio de estudios de la entidad.

Los inversores, in vigilando

Aun con todo, la gran banca y entidades de crédito se mantienen vigilantes con lo que pueda venir de aquí en adelante. Si los impagos siguen aumentando, es más que probable una reducción de sus márgenes de beneficio y un deterior de la calidad de los activos que, a largo plazo, podría enfrentar a los inversores a una mayor volatilidad en las acciones y deuda corporativa de las entidades bancarias.

Como derivada de esta situación, el incremento de la deuda de los consumidores podría terminar lastrando también al sentimiento del consumidor y llevar una desaceleración del gasto en otros sectores, afectando a las perspectivas de crecimiento y más si la Fed decide que los tipos altos deben continuar en sus niveles actuales durante mucho un tiempo posterior al verano de 2025 cuando está proyectado el primer recorte, según descuenta el mercado.

Y finalmente, que la morosidad aumente tensa la cuerda a los propios fabricantes ya que de observarse una mayor cantidad de embargos, la presión sobre los precios de los automóviles usados podría echar abajo las facturas medias de un coche nuevo y afectar a las empresas del sector, especialmente y más allá de las marcas, a los concesionarios que dependen de la financiación, precisamente, para aguantar la demanda.