lunes, 28 de octubre de 2013

China descubre el turismo de masas

 
 
El mercado nacional superará este año los 3.000 millones de desplazamientos
 
En 2020 viajarán al extranjero 150 millones de chinos
 
Gobiernos de todo el mundo pugnan por atraer al turista chino, generoso en el gasto, pero inexperto en viajar fuera de su país.
 

Lin Xi se ha prometido a sí misma que nunca volverá a viajar por su propio país. Al menos durante los periodos festivos oficiales. No en vano, esta joven administrativa de la megalópolis de Chongqing estuvo el pasado día 2 de octubre, segunda jornada de la semana dorada que se celebra con motivo de la festividad nacional, entre las 4.000 personas que protagonizaron en el parque natural de Jiuzhaigou uno de los episodios que mejor reflejan cómo está transformando China la industria del turismo.
 
 “Había muchísima gente que no podía salir del recinto porque los autobuses no daban abasto. Como no se puede pernoctar allí, muchos se pusieron nerviosos y reclamaron la devolución del dinero. Las oficinas cerraron, alguien dijo que el servicio de transporte se había suspendido, y algunos se dedicaron a destrozarlo todo”, recuerda Lin.
 
La de Jiuzhaigou no ha sido la única noticia protagonizada por los turistas chinos durante los siete días de asueto de octubre: en la plaza de Tiananmen, más de 110.000 personas acudieron a ver la ceremonia de izado de la bandera y dejaron tras de sí cinco toneladas de basura; 1.500 kilómetros al sur, en el lago del Oeste de Hangzhou, los servicios de limpieza recogieron hasta 7.000 colillas en un solo día; cerca de allí, en Shanghái, efectivos del Ejército tuvieron que tomar la arteria comercial de Nanjing Dong para evitar que se desbordase; y, en general, las imágenes de caos se extendieron por todos los lugares turísticos del país, incapaces de absorber el repentino aumento en el número de visitantes.
 
Pero muchos hicieron su agosto. Según estadísticas preliminares de la Administración Nacional China para el Turismo, nunca antes habían viajado tantas personas en esta festividad. De hecho, es posible que el mercado doméstico supere con creces este año la barrera de los 3.000 millones de viajes, en torno a un 15% más que el año pasado, cuando la industria turística china generó unos ingresos de 321.000 millones de euros, dio empleo a 23 millones de personas de forma directa y contribuyó un 2,6% al PIB. Diferentes organizaciones estiman que el crecimiento de dos dígitos continuará durante al menos una década gracias al crecimiento económico y al cambio de mentalidad.
“El ahorro está cayendo, y los chinos cada vez gastan más en ocio. En ese apartado, los viajes son una de las actividades preferidas. El problema está en que las infraestructuras no son las adecuadas para los picos de visitantes que se viven durante las vacaciones, y que la avaricia predomina entre los operadores y los Gobiernos regionales sobre el control necesario para dar un servicio satisfactorio”, reconoce el gerente de una importante agencia de viajes de Shanghái que no quiere ser nombrado. Por eso, Lin tiene muy claro que “es mejor ahorrar un poco y viajar al extranjero”.
 
Es una opinión cada vez más extendida. Según datos de la Organización Mundial del Turismo (OMT), el año pasado 83 millones de chinos viajaron al extranjero, una cifra que multiplica por ocho la registrada en el año 2000. Ya en 2010 superaron a los rusos como principales consumidores de productos tax free de Europa, y en 2012 superaron a los alemanes para convertirse en quienes más gastan en sus viajes. Por el mundo repartieron 102.000 millones de dólares (78.400 millones de euros), lo que supone un espectacular aumento del 40% con respecto a 2011.
 
Y la tendencia ascendente continúa. Según el portal de noticias Ifeng, quienes han visitado Londres durante la semana dorada de este mes han gastado una media de 9.800 euros, una cantidad que hace palidecer a la de cualquier otra nacionalidad. Teniendo en cuenta las previsiones oficiales, que auguran cien millones de turistas internacionales chinos —incluidos los que viajan a Hong Kong— en 2015 y 150 millones un lustro después, el negocio alcanza dimensiones descomunales.
 
Pero, haciendo honor al dualismo que representa el concepto del yin y el yang, los turistas chinos son en ocasiones tan deseados por Gobiernos y empresas como rechazados por la población local que los recibe. La falta de educación cívica de muchos, que en China solo llaman la atención cuando llega a extremos como el sufrido en Jiuzhaigou, puede provocar choques importantes. Incluso en Hong Kong los turistas del continente han sido comparados con una plaga de langostas, y varios incidentes por todo el mundo han provocado gran indignación.
 
La profusión de fotografías y vídeos en las redes sociales los documentan en detalle: turistas lanzando caramelos a niños norcoreanos “como si fuesen animales”, grupos de viajeros que se sientan en el suelo a sorber sopa de fideos instantáneos en centros comerciales de lujo de París o niños que hacen sus necesidades en aeropuertos o incluso en el pasillo de un avión. Por todo ello, y después de que el viceprimer ministro Wang Yang reconociese que los turistas chinos están dañando la reputación del país, el Gobierno ha decidido publicar este mes un manual de 64 páginas con el que pretende evitar que sus ciudadanos hablen a gritos, orinen en la piscina, roben los chalecos salvavidas de los aviones o escupan en la calle.
 
No aparecen, sin embargo, las prohibiciones de hacer fotografías en ciertos templos o de sentarse sobre esculturas de Buda, dos de los roces que más escuecen en Tailandia, un país que actualmente está considerando la posibilidad de acordar con China la exención de visado. Curiosamente, el propio ministro de Turismo, Somsak Phurisisak, se ha mostrado en contra de la iniciativa, aduciendo que Tailandia ha de mantener un nivel óptimo de servicio y que la llegada masiva de turistas chinos puede provocar grandes aglomeraciones —ya se ven en algunos de los lugares más populares del país— si se aplica la medida.
 
Es, sin duda, la consecuencia indeseada del bienvenido turismo chino, que el Gobierno de Pekín, consciente de su importancia económica, también utiliza como arma política.

 

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