Escondido al pie de un comunicado de Fitch Ratings en respuesta a la
paralización del gobierno de Estados Unidos, una sola línea captó la magnitud de
lo que está en juego en la lucha presupuestaria interna de Washington.
Preocupado de que "la confianza del inversionista en la plena fe y crédito de
EE.UU. se vería socavada" si el Congreso no eleva el límite de endeudamiento
gubernamental "en forma oportuna", Fitch señaló que esta "'fe' es un sostén
clave del papel del dólar estadounidense como moneda de reserva mundial, y la
razón por la cual la calificación 'AAA' de EE.UU. puede tolerar un nivel de
deuda pública sustancialmente más alto que otros países con 'AAA'".
De manera apropiada, la palabra "fe" se escribió entre comillas. El término
capta la realidad de que el ingrediente más importante de nuestro sistema
financiero mundial es efímero. Es un estado mental: difícil de medir y
complicado de explicar. También funciona en ambos sentidos: los inversionistas
necesitan la "fe" de EE.UU., mientras que EE.UU. necesita la "confianza" de los
inversionistas extranjeros. Y como sugiere Fitch, la permanencia de este estado
mental recíproco no está garantizada.
La sabiduría popular dice que si la paralización gubernamental se transforma
en una lucha sobre el límite de endeudamiento y llegamos al plazo estimado del
17 de octubre sin que el Congreso eleve ese límite, los inversionistas
-nerviosos- se comportarán igual que durante una disputa similar en 2011, y
comprarán notas y bonos del Tesoro. La lógica de esta respuesta contradictoria
es que, en un sistema financiero mundial centrado en el dólar, los activos que
hay que tener durante una crisis son los más líquidos y confiables que haya; y
eso significa los títulos del Tesoro, el mismo instrumento que ahora está en
riesgo de cesación de pagos.
Pero es muy fácil imaginar que esta confianza en los títulos del Tesoro -y,
en general, en el dólar- se agote en algún punto. Claro, el temor de que China
pierda confianza en el compromiso de EE.UU. de pagar el US$1 billón en títulos
del Tesoro que tiene el gobierno chino -una idea que cobró fuerza en los años
posteriores a la crisis- ha resultado ser exagerado. Pero eso no significa que
el banco central chino y otros enormes inversionistas en el dólar no se
cuestionen de vez en cuando si el dólar merece mantener indefinidamente su papel
de moneda de reserva, especialmente cuando la Oficina de Presupuesto del
Congreso publica una alarmante proyección de "un escenario fiscal alternativo",
bajo el cual el déficit podría alcanzar 21% del producto interno bruto en 2050.
En efecto, la rapidez con que China está abriendo su cuenta de capital e
internacionalizando el yuan tiene como fin convertir su moneda en rival del
dólar.
A todo esto se suma el comportamiento de los legisladores estadounidenses.
Esta disfunción es precisamente el tipo de preocupación que pone a prueba la fe
del inversionista.
Desde que Richard Nixon desvinculó al dólar del oro, el valor de la moneda
estadounidense se ha basado en nada más que la fe y la lógica circular. La gente
confía en el dólar porque confía en que el propio gobierno de EE.UU. pagará sus
deudas y protegerá el valor de su moneda.
Pero esto no es un estado estático. La percepción de la gente cambia con el
tiempo. Los inversionistas sopesarán su fe ante cualquier evidencia que se
presente.
En el lado positivo está el hecho de que el gobierno de EE.UU. nunca ha
incumplido el pago de su deuda. Y si el Congreso no considerara la disparatada
medida de impedir que el Tesoro emita más deuda con la cual financiar sus
obligaciones existentes, no habría razón para que esto cambie pronto, al menos
en el sentido puro y técnico de un pago incumplido. El verdadero temor es que si
las posturas partidistas impiden un acuerdo para recortar el gasto y elevar los
impuestos con el fin de contener la creciente deuda estadounidense por el
programa Medicare y la Seguridad Social, entonces el problema de la deuda se
solucionará a través de la inflación. Eso destruiría el dólar y sería una
cesación de pagos de facto ante los inversionistas extranjeros, que perderían
dinero a través del tipo de cambio.
Cualquier inversionista que realmente tema esto no esperará a que suceda. Y
si varios comienzan a moverse, podrían generar una profecía autocumplida que
causaría la tan temida crisis del dólar.
Eso podría parecer un poco exagerado en este momento. De hecho, el dólar se
ve beneficiado actualmente por comparaciones favorables. EE.UU. está menos
afectado por deudas y barreras estructurales al crecimiento que sus contrapartes
europeos. En tanto, los mercados emergentes están alcanzando los límites de su
otrora rápido crecimiento. Sobre una base relativa, el dólar se ve bien.
Pero tal como descubrieron el año pasado los países miembros de la zona euro,
los inversionistas pueden perder rápidamente la confianza en el sistema político
de un país, en su capacidad de adaptarse a los cambios y crear estructuras
estables para construir el futuro. Si Washington se mantiene en esta senda,
también podría ser víctima de una pérdida de "fe". Y eso desestabilizaría todo el sistema financiero mundial.
Por MICHAEL J. CASEY October 7, 2013, 5:18 p.m. ET
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