"Vivimos en una ciudad que solo conoce el precio del ladrillo y ha olvidado el valor de las personas". (Reuters)
La capital británica está viviendo una serie de profundas transformaciones demográficas, económicas y sociales sin paragón. ¿Hacia dónde llevará todo esto?
"Puedes aplastarnos, puedes darnos de golpes, pero tendrás que responder a los cañones de Brixton". Así vociferaba Joe Strummer, líder de la banda británica The Clash, el estribillo de 'The Guns of Brixton', este poderoso tema lanzado en 1979 en el álbum "London Calling", con motivo de los disturbios callejeros acaecidos en este barrio al sur de Londres. Brutalidad policial, recesión económica y cultura "rude boy" en las riots de los años 70. Ahora, casi cincuenta años después, la ciudad londinense luce de forma totalmente distinta.
En una pintada callejera y en los artículos de una tienda de un barrio olvidado, cuatro palabras testimonian la nostalgia por ese tiempo pasado con olor a neumático quemado y gasolina: "Make Peckham Shit Again". El flujo continuo de capitales y personas ha debido convertir a esta gran capital del mundo occidental en una mucho más limpia, higienizada y pacificada. Lo que a simple vista puede resultar un cambio en positivo para muchos residentes, sobre todo para aquellos que están hartos de los ruidos, los conflictos y la suciedad, para otros parece ser un escenario nostálgico y con molesto olor a naftalina urbana.
Es la sensación de estar abruptamente alejado, ya sea emocional o físicamente, de lo que una vez fuimos
Es el caso del periodista y escritor Henry Wismayer, habitante de la ciudad londinense desde aquellas épocas de disturbios y presión policial, quien ha redactado un inspirado artículo en la revista 'Medium' para detallar la enorme transformación que está teniendo lugar en el que es uno de los centros económicos del mundo. "Un patio de recreo de verano para los multimillonarios, una lavandería gigante para la cleptocracia global, el fondo iconográfico para las fotos de los turistas y las páginas brillantes de un folleto de agencia inmobiliaria de Hong Kong. Al fin y al cabo, Londres sigue estando en la cima", define el periodista.
Pero a medida que la ciudad ha ido creciendo a lo largo de los años, sobre todo en el centro financiero, la conocida "city", la cohesión social se ha ido deshaciendo. No solo por las desigualdades económicas, que en otro tiempo dieron lugar a protestas y uniones colectivas; digamos que el malestar social va mucho más allá y es cada vez más amplio a la par que más difícil de obviar. Impera "la sensación de una ciudad a la deriva, cuyos cambios vienen dados a la espalda de sus residentes", según Wismayer.
"Esta situación es más una desmembración que un desplazamiento", subraya. "Es la sensación de estar abruptamente alejado, ya sea emocional o físicamente, de lo que una vez fuimos y de nuestro lugar de origen. Las ciudades son siempre trasitorias, propensas al flujo incesante, pero cuando una ciudad cambia tan rápido y a una escala tan inhumana, es imposible vivir aquí y sentirse amarrado a algo". Digamos que el nihilismo se ha apoderado de su habitantes, impotentes ante las grandes transformaciones que se suceden en el seno de la urbe y para los que no han sido prevenidos ni mucho menos preparados, incapaces de mirarse a los ojos y admitir la evidencia de que no solo la vida social se ha roto, sino también la individual. ¿Podría suceder lo mismo en otras capitales españolas?
Las ciudad se ha convertido en un imán para el capital de dudosos orígenes. Un informe del gobierno dijo que estaba llena de dinero sucio
Y, sin embargo, la esperanza o el mero atisbo de que algo cambie es impensable. "La protesta sigue siendo escasa", admite Wismayer. "La ciudad en la que crecí no era un paraíso urbano. Muchos de mis recuerdos más nítidos se basan en paseos agarrados de la mano de mi madre por una metrópolis gris en crisis. Entonces, Londres era un lugar en el que las barricadas de cartón aún proliferaban bajo las zonas bajas de Southbank, y los ladrones vendían perfume robado de las maletas del West End. El aire olía a tuberculosis. El Tamésis fluía con un color marrón, y cada calle o camino estaba lleno de basura, goma de mascar y mierda de perro en distintas etapas de putrefacción", recuerda con nostalgia.
Al hablar en estos términos, es inevitable regresar a The Clash o a cualquier otro grupo subversivo de la década de los 70 y percibir que, indudablemente, a pesar de las dificultades de la crisis económica y la represión de las fuerzas de seguridad, se desprende un sentido de euforia colectiva y pasión desbocada que ahora parece escasear en esta urbe reestructurada por el mercado turístico y financiero.
Pero lo más doliente del artículo de Wismeyer se concentra en la metáfora que establece con el terrible suceso de la Torre Grenfell, edificio de 24 plantas de viviendas sociales, en el que murieron 71 personas el 14 de junio del año pasado. "No estoy seguro de que haya sido un accidente... pusieron cosas de plástico de mala calidad allí para que se incendiara, porque aún quieren más razones para demoler estos bloques...". Evidentemente, no es el periodista quien habla, sino un joven a quien la 'BBC' tomó declaración tras lo ocurrido la misma noche del incendio.
"Es una idea loca, emitida desde el calor de la furia y del dolor", reconoce Wismayer. "Sin embargo, en los días que siguieron, cuando comenzamos a conocer la verdad, era fácil sentir empatía por el sentimiento de victimismo de ese hombre. El fuego se alimentaba de los revestimientos inflamables baratos del edificio en medio de una negligencia municipal. Para el mundo exterior, el incendio de la Torre Grenfell fue una tragedia horrible. Pero para muchos londinenses, expuso todo lo podrido de la médula de Londres. Para nosotros, el fuego fue un símbolo instantáneo y horrible de una ciudad en medio de una espiral de disfunción, donde las ideas que un día la sostuvieron están rotas, sin atisbos de reparación".
A medida que se levantan más rascacielos, las líneas sociodemográficas se vuelven cada vez más abruptas
El periodista se refiere a décadas anteriores, cuando la gran ciudad erasinónimo de globalización y multiculturalidad. Ahora, a pesar de tener un alcalde musulmán, las sensaciones son muy diferentes. "Hoy en día, pasear por ciertas partes de Londres es entrar en una distopía espeluznante del capitalismo tardío enloquecido. En toda la ciudad, desde Battersea hasta Stratford, vastas torres a medio construir presiden los cielos", escribe el periodista. "Los londinenses que llevan aquí viviendo toda la vida saben por experiencia que no se trata de lugares para vivir, sino productos, oportunidades de inversión que hasta hace poco se consideraban más seguras que cualquier bono del gobierno. Mientras tanto, en los códigos postales de oro de Westminster, Chelsea y Kesington, las calles se han convertido en un imán para el capital mundial de dudosos orígenes. Un informe del gobiernopublicado en mayo dijo que la ciudad estaba llena de 'dinero sucio'".
"El gran mercado desplaza a las comunidades establecidas a nuevas áreas, elevando los precios de las hipotecas y alquileres en todos los lugares". Así explica el fenómeno de supergentrificación londinense Anna Milton, en su libro 'Big Capital', citado por Wismayer en su artículo. "Y como las políticas actuales están orientadas a atraer inversión extranjera y construir apartamentos de lujo en lugar de viviendas asequibles para la ciudadanía, no hay nada que sirva de contrapeso", subraya Milton.
Vivimos en una ciudad que solo conoce el precio de los ladrillos y ha terminado por olvidar el valor de las personas
"Londres solía ser una ciudad de edificios bajos, y ya no lo es", razona el periodista. "Pero más allá de esta discordancia estética urbana, es más llamativa la agitación social que augura. A medida que se levantan más torres, también se vuelven abruptas las líneas sociodemográficas. El coste desorbitado de la vivienda convierte a las personas en enclaves económicos, y la pobreza se desplaza hacia la periferia y los guetos. Los lugares tradicionales de comunidad, donde los hombros se juntaban, han sido reemplazados por bolsas de consumo".
"Las calles principales que una vez mostraron una amplia gama de tiendas y establecimientos ahora han evolucionado para reflejar tiempos más estratificados", asegura. "Áreas pobres llenas de casas de apuestas y de empeño, y las más ricas repletas de agencias inmobiliarias, restaurantes y cafés pijos. Los límites, tanto físicos como sociales, han comenzado a levantarse por toda la ciudad". La descripción que realiza Wismayer no dista demasiado de la que se podría hacer de ciudades con Madrid, a pesar de sus marcadas diferencias. Desde 2014, las casas de apuestas han crecido en los barrios más humildes un 140%. Ahora ya solo queda preguntarse hasta dónde nos llevará toda esta cultura capitalista de aquí a unos años, ya sea en el hiperpoblado y bello Londres, o en el más castizo Madrid.
"Mira a tu alrededor", concluye Wismayer. "Vivimos en una ciudad que solo conoce el precio de los ladrillos y ha terminado por olvidar el valor de las personas. Esta puta ciudad nos ha traicionado a todos".
AUTOR
E. ZAMORANO 30/11/2018
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