La ira de los que se han quedado atrás en el disfrute de la prosperidad se extiende a nuevos grupos de población. Este pasado fin de semana hemos visto “La revuelta de la España vaciada”. Las pequeñas ciudades y las comunidades rurales –que se han visto empobrecidas por la pérdida de empleo y de expectativas provocadas por la deslocalización industrial y el deterioro de los servicios públicos básicos– han salido a la calle para denunciar su abandono.
Este malestar de las comunidades de las pequeñas ciudades y del mundo rural viene a sumarse al de los nuevos trabajadores pobres de las periferias y guetos urbanos, al de las clases medias empobrecidas y a la nueva pobreza de jóvenes (sin empleo, ingresos ni vivienda).
Hay frustración, angustia e ira en una gran parte de nuestra sociedad. Los populistas tienen buen olfato para oler la sangre de ese dolor. Aciertan al identificar los problemas, pero no tienen buenas soluciones. Aunque saben explotar la ira de la gente y sacar réditos electorales. Los demócratas progresistas no pueden limitarse a demonizar a los populistas. Tienen que pelear en su propio campo, ofreciendo mejores respuestas.
¿Cuál es la fuente que alimenta el malestar social? La causa primaria es que la economía ya no sirve al bien común, a los intereses de la mayoría. Sólo beneficia a unos pocos. Esta causa primera ha activado una segunda fuente de malestar de naturaleza cultural e ideológica: el rechazo a los inmigrantes y a los derechos civiles de las minorías y de las mujeres.
No siempre fue así. La economía funcionó en el sentido del bien común durante los Treinta Gloriosos años tras la Segunda Guerra Mundial (en España, más tarde). Pero el nexo entre economía y prosperidad inclusiva comenzó a romperse en los años setenta, cuando el crecimiento comenzó a debilitarse. Los anglosajones respondieron con las políticas neoliberales. Los europeos con la integración y el euro. En ambos casos se olvidó a los perdedores. Se les dijo que abandonaran sus comunidades y buscaran la prosperidad en otros lugares; o se resignaran a permanecer en el olvido y malvivir.
¿Qué hacer? Las desigualdades y nuevas formas de pobreza son tan profundas y amplias que los remedios tradicionales no serán suficientes. El populismo de izquierdas propone una mayor redistribución (más impuestos y gasto social) y proteccionismo. El populismo de derechas y el nacionalismo coinciden en acentuar el proteccionismo y añaden frenar la inmigración para que no se utilicen los recursos del Estado social en perjuicio de los nativos. Pero no son remedios adecuados.
Además de actuar sobre la distribución, tenemos que hacerlo también sobre la predistribución; es decir, la distribución de la renta (salarios, sueldos y dividendos) que se hace en el seno de las empresas y de los mercados (precios). Necesitamos fomentar una economía vigorosa e innovadora; una gestión macroeconómica que evite las recesiones largas; unos mercados de bienes y servicios competitivos, que impidan que las empresas con poder de mercado (y los cárteles) exploten a sus clientes y extraigan injustamente renta disponible de los hogares; una nueva ética empresarial cuyo fin no sea maximizar el valor para los accionistas y directivos sino el valor para el conjunto de la sociedad, comenzando por sus trabajadores; unas comunidades locales dinámicas, ayudadas por una nueva política industrial y financiera que apoye sus iniciativas.
Ahora sólo quiero resaltar otra actuación fundamental, que es previa a la predistribución y a la distribución. Es la capacitación de las personas antes de que comiencen su vida laboral y profesional. La educación. Las desigualdades en educación están determinando las desigualdades de renta, riqueza y oportunidades. Debido a diferencias educativas, la desigualdad se está volviendo dinástica, con una meritocracia hereditaria y tramposa (véanse las trampas en el caso del acceso a las universidades de élite en Estados Unidos). Algunas personas nacen ricas, pero la gran mayoría son pobres desde el mismo día en que vienen al mundo. La movilidad social ha desaparecido. Ahora se necesitan cuatro generaciones para mejorar la posición. Antes se lograba en una generación. El discurso de la excelencia y del talento como justificación de las diferencias de renta y riqueza es elitista. La providencia distribuye de forma equitativa el talento innato, sin distinguir entre razas, sexo y condición social. Es el sistema educativo el que introduce desigualdades.
Mientras la prosperidad no vuelva a alcanzar a todos, el terreno estará abonado para todo tipo de populismos políticos, ya sean de izquierdas, de derechas o identitarios.
ANTÓN COSTAS 03/04/2019 01:21
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.