miércoles, 17 de junio de 2020

Los tres factores que condicionan la respuesta al estrés y lo que comes

Foto: Foto: Unsplash/@wildlittlethingsphoto.

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¿La tensión te da hambre o te lo quita? Dependerá de la intensidad del estresor, de nuestra relación previa con la comida y de la respuesta neuroendocrina personal


Atodos nos ha pasado, en mayor o menor medida, vivir uno de esos momentos en los que sin saber muy bien por qué surge una necesidad interna de comer algo sabroso. Nuestra mirada entra en una sospechosa visión de túnel que parece solo divisar azúcar o algún alimento procesado rico en grasa, uno de esos que cuando te lo metes en la boca tu paladar aplaude ruidosamente.


De media, en un 30% de las personas el estrés aumenta la ingesta de alimentos, en un 48% disminuye y en 22% ni lo uno ni lo otro"

  
Si rascamos un poco sobre la situación, será relativamente fácil darnos cuenta de que ese impulso por los alimentos palatables suele surgir en momentos en los que sentimos estrés y, sin embargo, no siempre es así para todos, ya que a otras personas en momentos de estrés la preocupación puede llegar a 'cerrarles' el estómago quitándoles las ganas de comer.


Incluso en una misma persona el estrés puede resultar paradójico, generándole a veces deseo de comer y otras veces lo contrario. ¡Vaya lío! Entonces, ¿el estrés da hambre o la quita? Pues la verdad es que depende de varios factores, déjame que te cuente.

Los tres factores

Según diferentes estudios, la respuesta alimentaria ante el estrés no es homogénea: de media, en un 30% de las personas el estrés aumenta la ingesta de alimentos, en un 48% la disminuye y en 22% ni lo uno ni lo otro. Vemos, por lo tanto, que existe una variabilidad importante a nivel general. ¿De qué depende?


Foto: Unsplash/@labunsky.
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Encontramos tres factores fundamentales que condicionan la asociación entre la respuesta de estrés y nuestra conducta alimentaria: la intensidad del estresor, nuestra relación previa con la comida y la respuesta neuroendocrina personal.


Intensidad del estresor

El día a día nos pone en contacto con situaciones de diferente intensidad, no es lo mismo una pequeña discusión con nuestra pareja o compañero de trabajo que tener a un ser querido ingresado en la UCI.


A este respecto, y de manera general, a mayor intensidad del estresor, menor ingesta alimentaria, tal y como demuestra un estudio publicado en 'Psychosomatic Medicine'.


Incluso en una observación inversa se establece que el hecho de que ante una situación de estrés disminuya o no nuestro apetito es un marcador fiable de la severidad del estrés que está generando en la persona esa circunstancia.

Por el contrario, las situaciones de estrés medio, lo que podríamos denominar los avatares cotidianos, parecen estar más relacionadas con el aumento de la ingesta alimentaria, como demuestra una investigación con mujeres premenopáusicas recogida en 'Psychoneuroendocrinology'.


Cuando la situación de estrés se alarga y entramos en la cronificación, se va produciendo un condicionamiento en la preferencia en la elección de los alimentos, aumentando como opción preferida los que presentan alto contenido energético. Y si hablamos de su cronificación, se produce un efecto sobre la preferencia electiva de los alimentos, aumentando la tendencia por los de contenido energético.


Diferencia previas con relación a los hábitos

Cada uno de nosotros establecemos un tipo de relación con la comida, encontrando a grandes rasgos personas que tienen que ejercer un nivel de autocontrol muy elevado para no dejarse llevar por ingestas excesivas (comedores autorrestrictivos), personas que tienen tendencia a la ingesta emocional y personas que no tienen problema en mantener un patrón de ingesta equilibrado sin un excesivo esfuerzo restrictivo.

A este respecto, tanto las personas con ese nivel alto de autorrestricción como los comedores emocionales tienen una mayor respuesta de hiperfagia en una situación de estrés, como constata un trabajo publicado en 'Journal Psychosomatic Respuest', llevado a cabo en 58 mujeres y 32 varones.


¿Por qué? Parece ser que el estrés genera algunos cambios en nuestra capacidad cognitiva de autocontrol modificando las conductas asociadas a la restricción dietética y aumentando las hormonas que facilitan el comer emocional. Estos cambios contribuyen a que en este perfil de personas el estrés genere una desinhibición de la ingesta.


Todo esto está asociado a los cambios que el estrés crónico va desencadenando en el funcionamiento de nuestro cerebro, en el que se produce un desequilibrio en el funcionamiento de algunas de las zonas que median en la motivación y la toma de decisión en respuesta a las señales de los alimentos.

Amígdala, estriatum dorsal, córtex medial orbitofrontal y córtex cingulado anterior muestran una mayor activación en los grupos con estrés crónico en comparación a los grupos de bajo estrés. A nivel cognitivo, esto se traduce en que las personas con estrés crónico tienen una conectividad diferente entre la amígdala y las zonas de formación de hábitos, recompensa y toma de decisiones, es decir, cuando ven un alimento lo perciben como más apetecible y surge un impulso endógeno sobredimensionado hacia consumir ese alimento. Todo esto predispone aún a mayor consumo de comidas hipercalóricas y picar entre horas. Así, lo demuestran investigadores de la Universidad de California (EEUU) en un estudio publicado en 'Physiological Behaviour'.


Diferencias individuales

Dentro de los tres factores que condicionan en mayor medida la relación entre nuestra respuesta de estrés y la ingesta, la respuesta neuroendocrina es la que está en la base fisiológica.


Sabemos que la ingesta de alimentos depende de diferentes mediadore: encontramos los que aumentan el hambre (grelina, cortisol, neuropéptido Y) y otros que generan saciedad (leptina e insulina fundamentalmente). Además de esto, hay otros condicionantes que más allá del hambre fisiológico generan apetito, deseo de comer (dopamina).

Lo que nos dicen los estudios es que cada uno de nosotros tenemos un tipo de respuesta neuroendocrina básica durante el estrés, que va modulándose desde el periodo gestacional hasta el día de hoy. De esa respuesta depende que los mediadores anteriormente nombrados sean segregados en mayor o menor medida y que nuestro cerebro está condicionado hacia una mayor o menor apetencia de ciertos alimentos cuando estamos estresados.


Resumiendo, el estrés condiciona nuestra relación con la comida de manera individual. En general, los estresores más intensos suelen generar una disminución del hambre mientras que los estresores medios cotidianos aumentan el deseo de comer (apetito) en un porcentaje importante de la población.


Recordar que ante esa situación de impulso hacia la comida sabrosa relacionada con el estrés, otras acciones evolutivas como el deporte generan una regulación en nuestro cerebro que disminuye la necesidad de comer, por lo que tenemos una opción muy interesante antes de dar el primer bocado.


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