domingo, 14 de junio de 2020

Racismo en la máquina del tiempo

Racismo en la máquina del tiempo

‘La violación de la negra’ de Christian van Couwenbergh

¿Qué hacemos con las obras de arte que llevan adheridos los prejuicios de su época?


HBO retiró de su catálogo, hace tres días, la película Lo que el viento se llevó por el tratamiento racista que se da a los personajes negros. Al día siguiente, Netflix hizo lo mismo con la serie Little Britain. Las redes sociales estallaban al poco contra El señor de los anillos , la novela de J.R.R.Tolkien, por “machista y supremacista”. ¿Qué está pasando? ¿No soportamos que las obras de arte lleven adheridas los prejuicios de su época? ¿Hay que restringir el acceso a determinados contenidos o advertir sobre ellos?
De izquierda a derecha, Hattie MacDaniel, Olivia de Havilland y Vivien Leigh en una escena del 'Lo que el viento se llevó'
De izquierda a derecha, Hattie MacDaniel, Olivia de Havilland y Vivien Leigh en una escena del 'Lo que el viento se llevó'

La activista catalana Desirée Bela-Lobedde , autora de Ser mujer negra en España , opina que “antes de prescindir de todo este contenido artístico, parece razonable lo que se está planteando la propia HBO, poner una breve explicación al principio de la película: ‘El retrato que se hace de las personas atiende a un contexto histórico de discriminación de las personas negras’”. Para ella, lo grave no es que encontremos racismo en obras del pasado sino en las creaciones contemporáneas: “No tiene nada que ver un producto antiguo, fruto de la época en que se creó, con una producción actual. Las cosas están cambiando, el mismo director de Little Britain ha comentado que a día de hoy no haría gags de personas con blackface (pintadas de negro) aunque tristemente hace 20 años lo viera normal. Hoy lo condena, fruto de su evolución personal”.
Desirée Bela-Lobedde, autora de 'Ser mujer negra en España'.
Desirée Bela-Lobedde, autora de 'Ser mujer negra en España'. (IRENE PEREZ)

Recuerda que SOS Racismo acaba de denunciar que ETB, la televisión pública vasca, practica el blackface en el programa Barre Librea, donde el pasado 29 de mayo “en una de las escenas, aparece una niña pintándose la cara de marrón para imitar a su cuidadora. A continuación, aparece la cuidadora, supuestamente senegalesa, con el nombre estereotipado de Korinba e interpretada por un hombre con la cara pintada de marrón, sexualmente atractiva para el protagonista”.
Hay mucho trabajo por hacer –prosigue Bela-Lobedde–. En muy pocas ficciones no se representa a las personas negras de forma estereotipada. A mis amigos actores afrodescendientes les piden en los castings ‘acento africano’, sea lo que sea eso, y a menudo hacen papeles de camello o prostituta”. Destaca, en cambio, la serie Valeria , basada en los libros de Elísabet Benavent, “que sí refleja la diversidad, con Jimmy Castro como chico gay, Astrid Jones como trabajadora de una agencia de publicidad...”. Otros casos positivos sería la serie El secreto de Puente Viejo , con un cura negro, o el filme Villaviciosa de al lado “pero quitas todo eso y hay muchas cosas horrorosas, como La tribu”.

Literatura

La guerra al infiel


Ya en la edad media, la literatura ibérica se caracterizó por el racismo hacia los musulmanes, sarracenos o, directamente, infieles. La tradición de matamoros es vasta y, hasta bien entrado el siglo XX, loada como parte de la manera de hacer y de pensar del cristianismo hispano. Cualquier obra, como el Poema de Mio Cid , o las discusiones teológicas de Ramon Llull, siempre en posesión de la verdad cristiana frente al error musulmán, presentan este discurso que responde a una cultura y época determinadas.
El racismo literario, pues, en este lado del Atlántico se ha visto marcado por “la guerra al infiel” que, a partir de la edad moderna, se complementa con el trato de los indígenas americanos. La literatura, vista con los ojos blancos, cristianos y europeos, presenta una sociedad convencida de su superioridad.
Escena de la película 'Matar a un ruiseñor'
Escena de la película 'Matar a un ruiseñor'

En la edad contemporánea, los problemas racistas que vive un país globalizado como Estados Unidos salpican a todo el mundo. Junto a novelas antirracistas como La cabaña del tío Tom , de Harriet Beecher Stowe (1852), o Matar a un ruiseñor , de Harper Lee (1960), que denuncian el racismo imperante en dos épocas distintas, otros títulos, como Lo que el viento se llevó , de Margaret Mitchell (1937), se limitan a retratar una sociedad condescendiente con los negros, a los que otorga un papel de fieles sirvientes obedientes.
Ahora es Tolkien quien ha sido cuestionado porque, en su mundo de ficción, lleno de razas y especies humanoides de todo tipo, no hay negros. Hace un par de años fue Laura Ingalls, la autora de La casa de la pradera , quien vio desde el otro mundo como desaparecía su nombre de un premio de literatura infantil porque algunos de s us puntos de vista y su lenguaje se consideraron racistas. Y Enid Blyton, la autora de Los Cinco , se quedó sin una moneda conmemorativa de 50 peniques de la Real Casa de la Moneda británica por no ser “una autora muy bien considerada”, a la que se le atribuyen sesgos “racistas, sexistas y homófobos” .

Arte

¿Vaciamos los museos?


La escena es espeluznante, realista y sorprendentemente ambivalente. Dos jóvenes europeos desnudos se disponen a violar a una mujer africana. Mientras uno la retiene, el otro busca con su mirada la complicidad del espectador, como si estuviese siendo grabado, al tiempo que señala a la mujer con el dedo y se mofa de sus lamentaciones. En un segundo plano, un tercer personaje, que permanece vestido, parece querer detener lo inevitable con un gesto de reprobación. El cuadro del Museo de Bellas Artes de Estrasburgo fue pintado en 1632 por el pintor flamenco Christian van Couwenbergh (1604-1667) y se titula El rapto de la negra La violación de la negra , aunque en algunos sitios aparece con el más aséptico Tres jóvenes blancos y una mujer negra . Representa una práctica habitual en la época: la violación de esclavas por parte de europeos, que el pintor parece querer denunciar. ¿O acaso se complace como el miembro de la Manada que grababa en vídeo?
La historia del arte está repleta de violaciones. Desde La violación de Lucrezia de Tiziano a Ninfa y sátiro de Matisse, y muchas de las obras maestras más veneradas del mundo son reliquias de la opresión. Pero si queremos que el arte de todos los tiempos cumpla con los estándares éticos de hoy, los museos quedarían medio vacíos.
Hortense Mancini, duquesa de Mazarin, como Diana en 1684, obra de Benedetto Gennari
Hortense Mancini, duquesa de Mazarin, como Diana en 1684, obra de Benedetto Gennari (The Ramsbury Manor Foundation)

“Hasta fechas muy recientes, los museos, incluida la Tate, habría mostrado pinturas como ésta con poco o ninguno reconocimiento de la manera humillante en que los personajes negros son representados. Mostrando este trabajo esperamos que podamos empezar a explorar esas difíciles historias. Esta importante pero muy perturbadora pintura está incluida porque nos desafía a reflexionar sobre la presencia de gente negra en Gran Bretaña y su maltrato”, se leía en una cartela que la Tate Britain incluyó, a modo de disculpa, junto a un cuadro de la duquesa de Mazarin pintada en la segunda mitad del siglo XVII por Benedetto Gennari. La describía así: “En esta chocante y deshumanizadora imagen una mujer es mostrada junto a jóvenes sirvientes negros, o niños esclavizados, con collares metálicos como los de sus perros de caza”.
La Tate seguía así una senda ya imparable de revisión y contextualización de la mirada, sacando del armario historias controvertidas de racismo, que hasta ahora no se contaban. Uno de los pioneros fue el Rijksmuseum de Ámsterdam, que en 2016 decidió cambiar el título de las obras que fueran ofensivas y que ya no encajan en nuestra sociedad, suprimiendo vocablos como indio, esquimal, moro o negro, despojados de cualquier atisbo de identidad más allá de su grupo étnico.

Cine

Una historia antigua


El homicidio policial de George Floyd ha reabierto heridas históricas que en Estados Unidos se remontan a la era de la esclavitud. Heridas que sangraron en la Guerra de Secesión, no sanaron en la ulterior Reconstrucción y de vez en cuando, como ahora, vuelven a inflamarse. Tal vez el mejor exponente de lo que duele de esas llagas se encuentra en el cine. Y la solución que las productoras han hallado en el actual rebrote, bajo la doctrina de lo políticamente correcto, es censurar aquellos filmes más atacables por el público y los medios.
Lo que el viento se llevó (1939), con ocho Oscars, es la víctima propiciatoria más notable. HBO Max, de WarnerMedia, la ha retirado temporalmente de su programación en Estados Unidos -mientras prepara un rótulo de repudio- por contar una historia basada en “unas representaciones racistas que estaban mal entonces y están mal”. El problema está en cómo el filme edulcora la realidad de la esclavitud en plena guerra civil estadounidense, al presentar en términos de condescendencia las relaciones entre amos y esclavos, o entre patronos y libertos que se quedaron como empleados de aquéllos.
Aunque la propia Warner asuma que “Lo que el viento se llevó es un producto de su tiempo”, la opción de la censura en caliente es lo que mejor le parece en un contexto de de protestas antirracistas globales.
Fotograma de 'Canción del sur'
Fotograma de 'Canción del sur' (Disney)

Lo mismo que a la Disney con Canción del Sur (1946), película que combina actores reales con dibujos animados. En ella, un niño blanco de Georgia encuentra consuelo de los problemas familiares en las fábulas que le cuenta un negro anciano y bonachón de la plantación de algodón, el Tío Remus. La cinta recibió desde el principio duras críticas por su mensaje racista y su confusión de épocas. La polémica ya había saltado mucho antes a El nacimiento de una nación (1915), de D.W. Griffith, un clásico del cine mudo que obtuvo un gran éxito de taquilla y fue tachado de racista en cuanto se estrenó. De hecho es de un racismo inconcebible hoy en día.
Entre los méritos para lograr tal calificativo estaba su glorificación del Ku Klux Klan y el retrato absolutamente denigrante de los afroamericanos como borrachos, violadores o villanos que, para más inri, estaban interpretados por actores blancos con las caras pintadas. Admirable desde el punto de vista técnico, con avances en el montaje paralelo, el flash back o la profundidad de campo, el cineasta sentó las bases del lenguaje cinematográfico narrando en poco más de tres horas la historia de dos familias amigas que representan el norte y el sur de los Estados Unidos durante la Guerra de Secesión.
Para paliar las críticas negativas, Griffith estrenó al año siguiente la película Intolerancia , con la que pretendió borrar las acusaciones de racismo poniendo el dedo en la llaga en las injusticias provocadas por la intolerancia religiosa y social. Y ya con la mirada puesta en la década de los setenta, Richard Fleischer tampoco estuvo acertado con Mandingo , un filme ambientado en 1820 que mostraba parejas interraciales pero perpetuaba el racismo con grandes dosis de violencia explícita. El gran crítico de cine Rogert Ebert la tildó de “basura racista obscena en su manipulación de los seres humanos y sus sentimientos, una atrocidad”.

Cómic

En el país de los estereotipos


La imagen es bien conocida: un explorador, un misionero o un conocido personaje de cómic están siendo cocinados dentro de una gran olla rodeados de negros caníbales, habitualmente con unos labios enormes y cabezas más bien pequeñas. La mayoría de veces, la escena está enmarcada por palmeras. También resultaba frecuente que las primitivas tribus del cómic acabaran venerando como dioses a los intrépidos occidentales. O alguno de sus objetos: incluso una botella de champán llegada accidentalmente a la playa era motivo de genuflexión.
'Tintín en el Congo'
'Tintín en el Congo' (.)

Eran imágenes populares de los tebeos humorísticos españoles de hace unas décadas que ahora resultarían chocantes y que entonces eran estereotipos que resultaban convenciones narrativas muy útiles. Unos estereotipos herencia, como en tantos otros países, de los siglos de aventura colonial europea en los que se retrató a los africanos como atrasados, salvajes, obsesionados por el sexo y sin duda caníbales. Tintín en el Congo ha sido el cómic que ha llegado más lejos en ese sentido: a los tribunales, que finalmente dictaminaron que las escenas que protagoniza el rubio reportero -porteado por un grupo de jóvenes negros o escribiendo en una pizarra ‘2+2’, suma que ninguno de ellos sabe resolver- no pretendían ser racistas sino que pertenecían a un contexto histórico determinado.
En Reino Unido sin embargo el cómic lleva una explicación histórica por decisión judicial. Las polémicas en los últimos años se han disparado: el personaje mexicano Memín, nacido en los años 40, causó revuelo en los EE.UU. de Bush hijo -fue retirado de los Wal-Mart- por sus estereotipos: un adolescente negro de familia pobre obligado a la picaresca pero, sobre todo, retratado con labios enormes y una cabeza que parece la transición entre el mono y el homo sapiens. Los mexicanos lo defendieron diciendo que era el héroe del cómic y que transmitía valores positivos.
También Will Eisner tuvo críticas con su Ebony White , un personaje de su mítico cómic The Spirit nacido en la misma época y con unos rasgos físicos bastante similares a Memín. Es bajito, con enormes ojos blancos y gruesos labios rosáceos. En Astérix en Hispania los estereotipos sobre los hispanos son extremos, pero quizá la polémica más curiosa de los últimos años ha sido la del álbum Los pitufos negros . En EE.UU. apareció como Los pitufos púrpuras y se les cambió el color. En él una mariposa negra pica a un pitufo y le cambia el color y ya no puede hablar y grita y salta como loco. Pronto toda la comunidad pitufa parece una tribu primitiva, señala el ensayista francés Antoine Buéno, que en El pequeño libro azul ha denunciado el tebeo como racista y antisemita: Gargamel, obsesionado por el oro, sería un estereotipo judío. Y el papá pitufo, de rojo, un trasunto de líder comunista en una sociedad supuestamente perfecta.

Música

Incorrecta pero corregible


Que los estándares de lo políticamente correcto están cambiando es obvio y hasta lógico, y en el mundo de las músicas modernas es algo especialmente evidente. Género contemporáneo donde los haya, las temáticas de estas músicas suelen ser bastante reflejo de la realidad del momento. Lo que es uno de sus grandes atractivos y, como ocurre ahora mismo, un lastre.
Centrándonos en las músicas de mayor audiencia, en el ámbito anglosajón y con el tema del racismo, la oferta es amplia y lustrosa. Solo unos ejemplos clásicos. El Brown sugar de los Rolling Stones es referencial. Compuesta por Mick Jagger en 1969 y publicada dos años después, es un compendio de temas incorrectos tratados bastamente como sexo interracial o esclavitud.
(Los primeros Rolling Stones)

Hasta tal punto, que el propio autor desde unos cuantos después cuando la canta en directo cambia algunas palabras y expresiones ofensivas. La letra está parcialmente inspirada en la actriz afro-americana Marsha Hunt, madre de uno de sus hijos.
También levantó polvareda con Some girls (1978), canción que da nombre al álbum de igual nombre y que se ganó el boicot público de Jesse Jackson por frases como “las chicas negras solo quieren ser folladas toda la noche”. Jagger luego dijo que era en tono satírico. Elton John y Bernie Taupin tampoco evitaron la temática en su Island girl de 1975 donde hablan de una prostituta jamaicana “negra como el carbón pero que arde como el fuego”. Los expertos dicen que John no la toca en directo desde 1989.
Paul McCartney firmó conjuntamente con Stevie Wonder la muy exitosa Ebony and ivory en 1982, donde cantan que “el ébano y el marfil viven juntos en perfecta armonía” lo que ya entonces produjo mucho hilaridad por tratar de forma tan naïve una cuestión altamente inflamable.
Una banda también con mucho predicamento en otros ámbitos como los Grand Funk Railroad quizás se inspiraron en el mencionado Brown sugar stoniano al escribir Black licorice en 1973 incluida en su legendario álbum We are an american band . Allí la musculosa banda explicaba el poder intoxicador de una mujer afroamericana que “lleva al diablo en sus ojos” y que “me envuelve con sus esbeltas piernas, su ardiente piel negra con la mía”.

Ópera

El peso de cuatro siglos


Y la ópera, por su parte, ha tenido cuatrocientos años de historia para dejar constancia del racismo imperante en cada época (la misoginia daría para varios capítulos aparte), hasta el punto que hoy se empieza a dar la vuelta con las puestas en escena a ciertos argumentos del repertorio. Por ofensivos. El propio Mozart en La flauta mágica parodia al personaje de Monostatos, el guardián al servicio de Sarastro, que responde al cliché del negro patético, lascivo y traidor, pues incluso intenta violar a la princesa Pamina que ha llegado al reino de Sarastro para encontrase con su recto y equilibrado amado.
Tradicionalmente, además, se ha pintado de negro al intérprete de este papel, de la misma manera que se hizo –y se sigue haciendo en montajes tradicionales– con tantos tenores para dar vida a Otello, el posesivo y shakespeariano moro veneciano que mata a la inocente Desdémona en la ópera de Verdi. O con tantas sopranos que debían convertirse en la Aida etíope que cae esclava de los egipcios. El año pasado, sin ir más lejos, la soprano Tamara Wilson plantó a Plácido en la Arena di Verona cuando se vio obligada a ennegrecerse la cara para salir a escena. “Es racista”, dijo, dejando al divo boquiabierto.
.
Placido Domingo en la película 'Otello' de Franco Zeffirelli , en febrero de 1986
Placido Domingo en la película 'Otello' de Franco Zeffirelli , en febrero de 1986 (Micheline PELLETIER / Getty)

Y luego se da el caso contrario: ¡cuánta resistencia no ha habido estas últimas décadas a admitir a cantantes afroamericanas en papeles icónicos como el de Madama Butterfly o el de Carmen. Éste último sí lo asumió Jessye Norman, causando revuelo a finales del siglo pasado.
“También los universos de fantasía que se recreaban en momentos orientalistas de la historia de la ópera, con la China soñada de Turandot o el Japón de Madama Butterfly , se prestaban a acentuar el exotismo. Y como sólo había cantantes blancas, se pedía que fueran maqueadas en época supremacista. Pero en los tiempos actuales eso ya es una caricatura”, explica Víctor Garcia de Gomar, director artístico del Liceu.
No hay que contribuir a subrayar esta mirada aún racista respecto a ciertas obras de repertorio, sino cambiar el canon. No hay que caer en la caricatura de pintar la piel. Que venza el carácter y la propia interpretación de la cantante”.
En cuanto al carácter racista y sexista de los libretos, el homicidio policial de George Floyd va a agudizar, en estos momentos, la sensibilidad respecto al supremacismo de algunas historias operísticas. Un legado en el que una persona homosexual es ridiculizada, la etnia gitana reducida a la figura de la bruja mala y conspiradora, y las prostitutas de lujo en la sociedad de la diversión y la lujuria de la paradigmática Traviata no tienen permiso a enamorarse, pues sobre ellas se cierne el clasismo.

“Lo que hay que hacer es advertir, como se hizo en el Liceu cuando se programó recientemente Cavalleria rusticana Pagliacci: en la semana de la violencia contra las mujeres, el Liceu rechaza y advierte que se verán algunas acciones sobre el escenario...”

  

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.