lunes, 8 de junio de 2020

Qué está haciendo el trepa de tu empresa mientras teletrabajas

Foto: Foto: iStock.
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¿Qué habrá sido de ellos ahora que no hay máquina de café donde conspirar? ¿Han desaparecido o simplemente han mutado para adaptarse a la nueva realidad?


El otro día me dije: "voy a ser hoy un poco trepa". Está la cosa muy mal como para andar escatimando en elogios, que en relación coste-eficiencia son más rentables que un máster. No funcionó. Me quedé en tímidos conatos de lisonjería, 'amateurismo' servil como contestar con un "fantástica idea, tienes toda la razón, ojalá se me hubiese ocurrido a mí" en lugar de ese pulgar hacia arriba que compone el 90% de mis respuestas (el equivalente posmoderno del "sí, señor, como mande, señor").
Si uno no es un pelota a tiempo completo, un auténtico profesional de la ambición, mejor no serlo, que de arribistas fracasados están las empresas llenas. Tampoco es que haya muchas oportunidades. En la era del teletrabajo no hay paseos arrastrando los pies por la oficina, no hay golpecitos en el cristal del despacho, no hay máquinas de café, solo chats incapaces de destilar el sincero cariño del maquiavélico trepa, ese que tan bien funciona en el ambiente distendido del 'afterwork'.
Y el trepismo no se puede hacer a puerta fría, hay que cocinarlo a fuego lento, especiarlo poco a poco, que no se note. Imagínese que usted recibe un WhatsApp que le dice que es un genio. Nada, fatal. Eso sol se puede dejar caer en el bar, en el despacho, en el ascensor.
¿Quieren saber qué ha sido de él? Fíjese quién manda el primer mail cada mañana y el último cada noche y quizá tengan una buena pista

Me pregunto qué habrá sido del trepa todos estos meses, a qué dedicará su tiempo, cómo le irá, si estará sintiendo síndrome de abstinencia. Es difícil dejar el vicio de la oficina, del amiguismo y de las comidas interminables, del "te invito a un café". ¿Cómo se alimenta un ser acostumbrado a devorar cotilleos y digerirlos en forma de información privilegiada? ¿Cuál habrá sido en estos meses su máquina de café, ahora que han tenido que sentarse (o no) delante de un ordenador a hacer algo? El sector del 'vending' les echa de menos.
La proxémica es complicada. No es lo mismo la palmadita en la espalda que el emoticono por el chat de Skype. Las intrigas palaciegas, al fin y al cabo, se llaman así porque tienen lugar en palacios: todos sus ingredientes, desde esas jerarquías sociales dentro de la corte que permiten soñar con un destino mejor, los recovecos en los pasillos que facilitan poner la oreja y las alcobas donde los deslices humanos se convierten en gasolina para el chantaje encubierto se pueden replicar punto por punto en la oficina tal y como la hemos conocido. En la oficina virtual, o te conviertes en hacker, o lo tienes difícil.


Sola se queda Fonseca. (Reuters/David W Cerny)
Sola se queda Fonseca. (Reuters/David W Cerny)
Existe la popular teoría de que el trepa disfraza su mediocridad y vaguería con los ropajes del adulador. En realidad, es todo lo contrario: si el trepa es tan peligroso es porque, aunque asciende a base de pisar callos, nadie puede reprocharle su profesionalidad ni las horas echadas. Desde luego, más que lo que la salud y el convenio colectivo consideran recomendable. Lo contaba una investigación realizada en la Escuela de Negocios de Harvard: el trabajador tóxico es "demencialmente productivo".
¿Quieren saber en qué ha mutado el trepa de su empresa? Fíjense en quién manda el primer mail a primera hora de la mañana y quién lo hace a última hora de la noche. Si es el mismo, o es un pringado, o tal vez sea el trepa 2.0. Es posible que en ese reciclaje forzado, nuestro amigo el arribista sea aquel que ha provocado que las jornadas se alarguen, el dispuesto a hacer siempre un poco más que los demás, el que ha sentado el peligroso precedente que ha obligado a miles de trabajadores con las canillas temblorosas a dar más, siempre un poco más.
El trepa es el mayor aliado de la meritocracia: una vez consigue su objetivo, todos se ponen de acuerdo en que lo ha hecho por su talento

Se suele pensar también que el trepa es el mayor enemigo de la meritocracia, cuando en realidad se trata de su mejor aliado. Llega lejos por pelota, pero una vez lo consigue, venderá que lo ha hecho por su duro esfuerzo, su talento, su buena mano con las personas y su capacidad de comunicación. Y así se lo reconocerán, porque quién quiere admitir que ha ascendido a un trepa. Hemos inventado toda una serie de términos —'skills', liderazgo, iniciativa, proactividad— que sirven para maquillar el reguero de cadáveres morales que el pelota ha dejado por el camino una vez alcanza su tope, que suele ser un puesto intermedio desde el que atizar a los que hace no tanto eran sus iguales, antes de volver a comenzar su camino hacia el escalón superior.

La nueva cultura (tóxica) de empresa

Así visto, uno podría decir que el teletrabajo ha acabado con lo peor de la cultura de empresa. No hay camarillas, no hay maquiavelismo, y la productividad de cada cual resulta más clara. Siguiendo esta lógica, el mayor perjudicado sería el mando intermedio, que ya no puede pasearse arriba y abajo repasando las filas, "gestionando" y "organizando". Asintiendo hacia arriba y disparando hacia abajo. Ese que, como explicaba David Graeber en 'Trabajos de mierda', necesita tener a la gente junta y quieta para justificar su estatus y su sueldo. Reyes de la oficina, exiliados en el hogar.
Príncipes de la máquina del café.
Príncipes de la máquina del café.
No canten victoria. Que no se les oiga hacer ruido no quiere decir que no lo estén haciendo en la oscuridad de los privados de Slack. Antes era más fácil calarlos, porque su 'modus operandi' hacía daño a los ojos: guiños cómplices, apariciones marianas en círculos de jefazos, control estratégico de la máquina de café. Ahora a saber a quién le estará escribiendo por privado. Es sociología básica. Cuanto más atomizada esté una empresa y menos espacios comunes existan, menos capacidad de control habrá hacia los comportamientos socialmente repudiados. Barra libre.
A lo mejor, en lugar de acabar de liquidar con la cultura tóxica de empresa, el teletrabajo lo que consigue es agudizarla aún más. Nunca infravaloren la capacidad de la empresa española de sacar lo peor de cada situación. Trepas en el chat, acoso por WhatsApp. La presencialidad tiene sus dramas, pero también sus ventajas. En 'La corrosión del carácter', el sociólogo Richard Sennett explicaba cómo la cultura laboral que había emergido a partir de los 90, de extrema flexibilidad y aislamiento de los trabajadores dentro de las empresas, había debilitado el carácter, que él entendía como conexión con el mundo.
Uno puede ser despedido en remoto y que sus compañeros no se enteren hasta meses después

Dicho de otra forma, el carácter de los trabajadores en la era del teletrabajo está en peligro. Imagínense al becario que está bajo el ala del supervisor de turno, y que no tendrá la posibilidad de encontrarse con otros en su misma situación para intercambiar consejos, poner información en común y advertirse. Uno puede morir en el metro de Los Ángeles y que pasen horas hasta que alguien se dé cuenta, como decían en 'Collateral', y alguien puede ser despedido y que sus compañeros no se enteren hasta meses después. Un contexto ideal para el arribista sin escrúpulos, que ha abandonado el ágora más o menos pública de la oficina para sumergirse en una sucesión interminable de encuentros bilaterales con las personas apropiadas, a quien masajeará como teclas de un piano invisible que le garantice un camino hacia lo más alto.
Recuerden, el trepa nunca muere. Tan solo muta.


AUTOR
HÉCTOR G. BARNÉS   07/06/2020

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