El rastreo a través de los dispositivos digitales ejerce un control que no reprime pero etiqueta, y puede llegar a modificar nuestra conducta
Pantallas, dispositivos móviles, Alexa, Siri, Smart Tv… son los ojos del Gran Hermano que nos controla. Aquello que el escritor George Orwell concibió como una distopía en el año 1949, hoy es una absoluta realidad: nuestra vida y experiencias están bajo el control de distintos ojos que nos monotorizan para almacenar y traspasar toda nuestra información.
Vivimos una falsa libertad bajo este control que no reprime pero codifica, etiqueta, transfiere, computa y puede llegar a modificar nuestra conducta humana. Ya no es un ministerio de la verdad o una policía del pensamiento como en la novela de Orwell, sino un aparato tecnológico digital. Nuestros datos se acumulan para producir el bien consumible que se pondrá a la venta en el mercado. Durante el capitalismo industrial, las personas éramos clientes o empleados; ahora somos fuentes de información. El cebo son múltiples apps o servicios gratuitos que almacenan nuestros datos para venderlos a otras empresas.
¿Quién está detrás?
Para la mayoría de expertos parece claro que los grandes monopolios de las redes: Google, Apple, Facebook y Amazon. Los primeros en alertar de las formas de la nueva era, son muchos de los jóvenes, con apenas treinta años, que han trabajado como diseñadores éticos o creativos en estas empresas. Todo ello se cuenta en The Social Dilema, uno de los documentales más vistos en Netflix y que se estrenó en el Festival de Sundance a inicios de este año.
Previamente, Shoshana Zuboff había acuñado el término “capitalismo de vigilancia” para designar estos tiempos de control. Su libro La era del capitalismo de vigilancia (Paidós, 2020) es un referente para entender las nuevas formas del mundo en el que vivimos.
Nuestros datos se acumulan; el cebo son las apps o servicios gratuitos
Así lo define: “Capitalismo de vigilancia: Nuevo orden económico que reclama para sí la experiencia humana como materia prima aprovechable para una serie de prácticas comerciales ocultas de extracción, predicción y ventas”.
La definición va más allá, e incluye aspectos cruciales como que las máquinas no sólo conocen nuestra conducta sino que moldean nuestros comportamientos. Pero una cosa que hay que tener en cuenta es que el capitalismo de vigilancia no es una tecnología sino la lógica que la impregna y la pone en acción.
Como propone Zuboff, es el titiritero no el títere. Resulta curioso constatar que somos controlados sin que sepamos nada de quienes están al otro lado. Siendo un poco apocalípticos como la autora del libro, diríamos que ellos “predicen nuestros futuros para el beneficio de otros, no para el nuestro”.
Alguno pensará que estamos bajo el influjo de las conspiraciones, pero este parece ser el mundo que nos rodea. La cuestión es cómo queremos vivir bajo este control y cómo nos afecta. Pienso que una de las claves es darse cuenta, ser consciente de este control y por ejemplo, decidir qué imagen queremos mostrar en las redes, validar si nos mostramos como verdaderamente somos o creamos un personaje a conciencia.
La clave es ser conscientes y decidir qué mostramos en las redes: ¿la imagen real o un personaje?
Saber que si hacemos una búsqueda de un reloj determinado, al día siguiente recibiremos múltiples anuncios y estímulos de modelos diferentes, o que si tecleamos la búsqueda de un destino deseado como Córdoba, nos llegaran diversas ofertas. La base es no perder el centro y no dejarse arrastrar por estas formas de control que generan respuestas para llevarnos hacia destinos no deseados.
Quienes quieran salirse de este control, pueden empezar por hábitos como pasarse un fin de semana sin móvil o sin consultar las redes sociales, aunque el ”enemigo” no es la tecnología sino el uso que hacemos en este momento.
Por citar un ejemplo, la cultura de los likes ha creado grandes frustraciones cuando no cumplimos las expectativas generadas. Sobre esto hay un excelente episodio de la serie distópica Black Mirror llamado Nosedive (T3-E1).
Próximamente, daremos diez claves para liberarnos de la vigilancia, pero de momento vamos a repasar algunas de las consignas y referentes que nos han llevado hasta aquí. Vaya por delante que toda vigilancia implica una represión o ausencia de libertad. Como seres humanos, tenemos derecho a vivir una libertad plena, no tutelada o bajo control.
Los referentes
El mundo feliz
La primera distopía después de Nosotros (1920), del ruso I. Zamiatin. Aldous Huxley describía en su novela Un mundo feliz (1932), una sociedad supuestamente ideal, ordenada en castas y permanentemente feliz gracias a las dosis de Soma que manejaba nuestras emociones como píldoras de la felicidad.
En este mundo feliz existía tecnología para la reproducción, la hipnosis o lavado de cerebro y el control o manipulación de las emociones. Todo era tan maravillosamente perfecto que el hombre acababa viviendo en la pesadilla de una aséptica sociedad formada por jaulas de oro.
La sociedad orwelliana
Recluido en la isla de Jura con una tuberculosis que le llevaría a la muerte, George Orwell escribió, en 1949, la fabulosa 1984, una radiografía de lo que podía devenir del capitalismo incipiente y los totalitarismos de primera vitad del siglo XX.
El Gran Hermano como ojo que todo lo ve, el instrumento de un sistema que controla, reprime y vigila. Un lugar terrible en el que el amor y el pensamiento libre no existen. Allí los ciudadanos que piensan contrariamente a las consignas del partido son arrestados por la policía del pensamiento. Mientras, el ministerio de la Verdad se encarga de rectificar la información y los hechos históricos. Todo está bajo control.
La estructura de la sociedad orwelliana se fundamenta en: manipulación de la información, represión política y vigilancia masiva.
En 1984 Michael Radford rodó una adaptación cinematográfica con John Hurt de protagonista. Antes, en 1954, Peter Cushing había encarnado al desdichado Winston Smith, en una versión para la BBC que escandalizó a las gentes de su tiempo.
Todos somos Truman
Los años noventa vivieron el auge de los reality shows televisivos, de los que el programa Gran Hermano (emitido por primera vez en 1999) se convirtió en el más popular de todos. La gente se sentaba ante el televisor a espiar la vida de unos concursantes que exponían su privacidad en un estudio. Peter Weir rodó El show de Truman (1998), una magistral película en la que Jim Carrey era Truman, el pobre desdichado que vivía una falsa realidad en un plató, y Ed Harris encarnaba al dios Cristoff, el realizador televisivo que le tenía bajo control. Todos sufríamos con el títere Truman y ansiábamos su liberación del titiritero que lo controlaba. En aquella ficción, el héroe llegaba a descubrir el engaño y se revelaba para abrir la puerta de su libertad.
Hoy, parece que todos seamos Truman, controlados por unos dispositivos digitales y un entramado de redes sociales. Poco a poco, vamos perdiendo la noción de realidad y se difuminan los límites de nuestro mundo. Tampoco tenemos muy claro a qué obedece nuestra conducta. Nuestra vida podría llegar a ser un juego o una partida controlada por otros. ¿Estamos viviendo en un gran reality show digital?
El dilema de las redes
En el documental de Jeff Orlowski, diversos protagonistas del control ejercido en las redes explican por qué abandonaron sus trabajos en gigantes de Silicon Valley como Facebook, Apple u Google. Después de un tiempo ganando dinero, entraron en el conflicto ético de estar manipulando emocionalmente a millones de personas con motivos lucrativos para unas empresas que ambicionaban y se reinventaban para exprimir al máximo sus beneficios.
La información que revelan es para abandonar las redes durante meses. Explotación, dependencia, control, vigilancia, cebos… Todo ello en una población aletargada, mansa y dominada, de todas las edades, con especial impacto sobre los más jóvenes.
Las redes sociales buscan acaparar el tiempo de las personas, una moneda valiosa para empresas, políticos u organizaciones que quieran vender productos o ideas a audiencias vulnerables. Cuanto más tiempo pasamos enganchados a las redes, más información recaban sobre nuestros gustos o hábitos y, con ello, más dinero ganan. Como se dice en este docudrama “si no pagas por el producto, el producto eres tú”. Y la adicción nos dispersa y nos hace menos felices.
El futuro del capitalismo de vigilancia
Defender la libertad o caer en la tiranía
Siendo conscientes de estas premisas, habría que pensar en la fórmula para saber llevar este control, poder trascenderlo y hallar las estrategias para burlar al capitalismo de vigilancia. En caso contrario, podemos acabar siendo una sociedad orwelliana en pleno siglo XXI.
Viendo la parafernalia y grandilocuencia de los mítines del gobierno chino o la puesta en escena de los anuncios de la campaña presidencial de EEUU, se cumplen los peores pronósticos, pero como seres humanos, estamos dotados de múltiples recursos para defender la libertad.
Hay que ser valientes y apelar a nuestro sentido individual y colectivo en defensa del derecho a decidir y la democracia. El control reprime y manipula. La libertad vitaliza.
Shoshana Zuboff advierte: “Si llegáramos a cansarnos de nuestra propia lucha y nos rindiéramos a los seductores cantos de sirena del Gran Otro (aparato digital o Gran Hermano), estaríamos cambiando inadvertidamente un futuro de vuelta al hogar por un árido porvenir de sorda y esterilizada tiranía”. Nos toca ser Ulises de regreso a Ítaca, desplegando las velas al viento de la libertad.