Generaría grandes riesgos económicos para Occidente, y su voluntad de mantener su vital apoyo militar a Ucrania
Once meses después de que la invasión de Ucrania desencadenara un aluvión de represalias económicas por parte de EE UU y sus aliados, algunos están presionando para que se impongan nuevas restricciones a las exportaciones de petróleo y gas rusos. Pero hacerlo conllevaría grandes riesgos económicos, y podría socavar la voluntad de Occidente de mantener su vital apoyo militar a Kiev.
Los suministros de material militar a Ucrania han sido el verdadero factor de cambio en su defensa. Los controles a la exportación de material de uso militar, incluido el de doble uso como los semiconductores, también han degradado la maquinaria bélica de Putin. Empiezan a aparecer lagunas, como el suministro de chips procedentes de China, según el think tank Silverado. Occidente debería reforzar estos controles.
Las sanciones económicas han jugado un papel menor a la hora de frenar a Putin. La decisión de EE UU, Europa y otros países de congelar unos 300.000 millones de dólares de las reservas del banco central ruso ha servido para recortar el tamaño de la hucha de la que dispone el político para eludir mediante sobornos los controles a la exportación. En cambio, las sanciones impuestas al petróleo y el gas de Moscú han sido más perjudiciales que beneficiosas. No han paralizado la economía rusa ni han obligado a Putin a retirarse.
Tras la invasión, la mayoría de los aliados occidentales amenazaron con dejar de comprar crudo y gas rusos. Ello contribuyó a elevar los precios de la energía, lo que dio prosperidad a Putin. El superávit por cuenta corriente de Rusia se duplicó, hasta alcanzar los 227.000 millones de dólares el año pasado.
La inflación mundial se disparó. Los europeos tuvieron que pagar un dineral para asegurarse fuentes alternativas de energía y los Gobiernos acumularon grandes déficits para amortiguar el impacto en empresas y hogares. Ello provocó tensiones entre los países que podían permitírselo, como Alemania, y los que no. Mientras, las economías emergentes lideradas por China obtuvieron grandes descuentos en el petróleo que compraban a Rusia. A Occidente no le conviene que Pekín, su mayor rival geopolítico y económico, se beneficie de una energía más barata.
Ello no ha impedido que algunos argumenten que los aliados deberían redoblar las sanciones contra los hidrocarburos rusos. Un informe de la Escuela de Economía de Kiev (KSE) sostiene que las principales economías del G7 deberían rebajar su tope de precios sobre el crudo ruso de 60 dólares por barril a 50, y después quizá a 30-35. Europa también debería, dice, prohibir todas las importaciones restantes de gas ruso, excepto el que pasa por Ucrania. El informe sostiene que los tiempos han cambiado. Mientras que Europa era en 2022 vulnerable a una pérdida repentina de importaciones energéticas rusas, ahora Putin está entre la espada y la pared. Europa ha hecho un notable trabajo de desarrollo de fuentes de energía alternativas. Los precios han del gas vuelto a caer a los niveles de antes de la guerra.
Mientras, los precios mundiales del crudo han caído bruscamente desde su máximo, y el Kremlin tiene que ofrecer un descuento de unos 30 dólares por barril en comparación con la referencia mundial para mover su petróleo. Según Tim Ash, estratega de BlueBay Asset Management, su déficit fiscal podría alcanzar este año el 6% de la renta nacional. El superávit por cuenta corriente se ha reducido, y ha sufrido una fuga masiva de capitales.
Según Jacob Nell, uno de los autores del informe de KSE, los ingresos de Rusia por exportación de hidrocarburos se reducirán ya a la mitad, hasta unos 180.000 millones este año. Nuevas restricciones reducirían esa cifra en 40.000 millones, dos tercios de los cuales procederían de la reducción de los ingresos por petróleo y un tercio del gas.
Según Nell, eso podría llevar a la economía rusa al borde del abismo. El rublo podría desplomarse y la inflación dispararse, provocando avalanchas bancarias y una mayor fuga de capitales. El Gobierno tendría que subir los tipos y recortar el gasto. El Kremlin podría responder con medidas drásticas, como un estricto control de capitales o la impresión de moneda. Pero estas medidas harían impopular al gobierno, socavando el Gobierno y aumentando la presión para que se retire de Ucrania.
Pero puede que las cosas no salgan así. Rusia podría amortiguar cualquier golpe derivado de la reducción de las exportaciones de energía vendiendo parte de las reservas del banco central que no están congeladas. Y puede que ni siquiera necesite mucho de ese dinero. Después de todo, el Kremlin no aceptaría un recorte unilateral del precio del petróleo que vende a 30 dólares.
Rusia podría hacer subir el precio mundial cumpliendo sus amenazas de reducir sus exportaciones. Presumiblemente, tendría que ofrecer a clientes como China un descuento aún mayor, ya que los compradores no tendrían acceso al transporte marítimo y los seguros occidentales. Pero si el precio mundial subiera lo suficiente, Rusia podría seguir ganando cantidades similares con volúmenes menores. Una dinámica similar podría darse con el gas. Es cierto que Rusia no puede redirigir fácilmente el que canaliza a través de Turquía. Pero el precio mundial subiría, y Rusia podría dirigir a otras regiones el gas natural licuado que ahora vende a Europa.
Es más, aunque el endurecimiento de las sanciones perjudique aún más a la economía rusa, eso podría no desbancar a Putin ni poner fin a la guerra. La lección de países como Irán y Corea del Norte es que los regímenes no se doblegan aunque su pueblo sufra penurias.
Pero lo que realmente preocupa es que las sanciones se vuelvan en contra de los países occidentales, que acaban de recuperar el aliento tras la conmoción del año pasado. El consenso en los mercados es que cualquier recesión será breve y poco profunda, y que muchos países evitarán por completo una recesión. Un fuerte aumento de los precios del petróleo y el gas cambiaría este cálculo. Volverían los temores sobre la recesión, la inflación, los tipos y los déficits, y con ellos la preocupación por las consecuencias políticas. Los políticos nacionalistas afines a Putin encontrarían nuevos partidarios a ambos lados del Atlántico. El mayor riesgo sería que EE UU eligiera a un presidente aislacionista en 2024 y se detuviera el flujo de armas a Ucrania. Teniendo en cuenta que Kiev se beneficia del apoyo militar y que las ganancias del endurecimiento de las sanciones son inciertas, intentar llevar a Rusia a la bancarrota no merece la pena.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías