Quema de una foto de Angela Merkel con indumentaria nazi frente al Parlamento griego. (EFE/Simela Pantzartzi)
Grecia, Portugal y España registran datos de crecimiento económico por encima de la media europea, pero la posible vuelta de las políticas de austeridad acecha en el horizonte
"Los países del sur no pueden gastar en alcohol y mujeres y después pedir ayuda", palabras pronunciadas por Jeroen Dijsselbloem, expresidente del Eurogrupo y exministro de Finanzas de Países Bajos. "Lo siento por los griegos, han elegido un Gobierno irresponsable", declaraba Wolfgang Schäuble, el ministro de Finanzas alemán que negoció en 2015 con Yanis Varoufakis, refiriéndose a la victoria electoral de Syriza en las elecciones griegas de ese mismo año. "Pisoteamos la dignidad del pueblo griego", sentenciaba el predecesor de Ursula von der Leyen al frente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, en su discurso de despedida en 2019.
Todos ellos, además de ocupar altos cargos de poder político e influencia en la arquitectura de la Unión Europea, comparten que son nacionales de países del norte europeo. Unos países del norte y centro continental que durante la crisis financiera mundial de 2008, y sobre todo en la posterior crisis del euro, sufrieron una recesión de menor magnitud que sus vecinos mediterráneos.
Sin embargo, más de una década después, la situación parece haberse invertido. Países Bajos se encuentra en recesión técnica tras haber caído su PIB los dos primeros trimestres de 2023 y Alemania, el motor industrial de la UE, que ya entró en recesión a principios de 2023, ha registrado en este segundo trimestre del año un crecimiento nulo.
Por el contrario, los países del sur europeo, con la salvedad de Italia, que muestra una trayectoria más irregular, están acumulando un crecimiento económico superior al de sus pares norteños. Fue el Financial Times, a inicios de la crisis financiera mundial, el que acuñó el acrónimo PIGS para referirse a Portugal, Italia, Grecia y España como los cerdos (PIGS, por sus iniciales) que vivían de la productividad del centro-norte europeo para mantener sus amplios sistemas de bienestar y subsidios sociales. Pero, actualmente, The Economist ya habla de "los antiguos cerdos que vuelan, mientras el norte de Europa se estrella". La pregunta es, ¿se puede hablar de un retorno de los PIGS, entendido este no solamente como mayores tasas de crecimiento macroeconómicas, sino políticamente, como derrota de las políticas de austeridad y recortes de gasto social?
¿Datos para el optimismo?
Grecia, Portugal y España han registrado un crecimiento del PIB anual mayor al 5% durante 2021 y 2022. Sin embargo, Michael Roberts, economista británico que ha trabajado durante más de 30 años en la City de Londres, argumenta en entrevista con El Confidencial que el crecimiento debe relativizarse sobre la base de la mayor caída que sufrieron estos países el año del estallido de la pandemia: "Tomando los datos acumulados desde 2020, hasta ahora Bélgica ha crecido un 4,3% y los Países Bajos un 6,4%; lo que es más que el 4,3% de Portugal, el 1,6% de Italia o el escaso 0,3% de España".
"El supuesto resurgimiento del sur solo es cierto en parte y se limita a los últimos años, partiendo desde una base muy baja"
El mayor milagro económico pospandémico se atribuye a Grecia, que ha crecido un 7,2% los últimos dos años. Pero incluso para el Estado heleno deben relativizarse estos datos, ya que el PIB griego aún sigue un 7% por debajo de los niveles de 2010, cuando fue sometido al primer programa de rescate y recortes del gasto público. "Tomado en su conjunto, el núcleo de Europa creció mucho más rápido en la última década que los PIGS. El aumento del centro europeo fue de en torno a un 16-22%, mientras el del combinado de España y Portugal fue del 13%. Así, el supuesto resurgimiento del sur solo es cierto en parte y se limita a los últimos años, partiendo desde una base muy baja", añade Roberts.
Los datos positivos se agotan si ponemos el foco en la composición económica de los Estados del sur. El IX monitor Adecco de salarios, publicado recientemente, muestra que en todos los países de los denominados PIGS la productividad ha crecido por debajo de la media de la UE entre 2017 y 2022, registrando Grecia una caída del 1,7% y España la mayor caída de la Unión, con un 4,3% de retroceso. Roberts recuerda que "los países periféricos europeos son dependientes de los procesos productivos de los centrales, que muchas veces deslocalizan parte de su cadena productiva industrial a estos". "Por eso, que al núcleo europeo le vaya mal no son buenas noticias para los PIGS", concluye.
Esto se refleja en el ámbito salarial. Puesto que, pese al crecimiento del empleo registrado los últimos años en los países mediterráneos, estos cuentan aún con salarios para el conjunto de sus trabajadores por debajo de la media europea. "Grecia y Portugal se han recuperado más rápidamente en los dos últimos años debido a sus ventajas en materia de bajos costes salariales y a que dependen mucho más del turismo u otros servicios que de las manufacturas intensivas en energía. En cuanto a España, ha conseguido un avance muy pequeño, pese a que su dependencia de las importaciones energéticas rusas es mucho menor que en el núcleo europeo", señala Roberts.
De la economía a la política
Una supuesta vuelta de los PIGS no debe valorarse por meras mejoras de crecimiento, sino que apela al poder político que estos Estados tienen dentro del andamiaje institucional comunitario. Uno de los momentos de mayor tensión de la crisis del euro se produjo durante la primera mitad del año 2015, cuando el Gobierno griego de Syriza intentó, sin éxito, cambiar el rumbo de las políticas de austeridad. Una de las medidas estrellas propuesta por el aquel entonces ministro de Finanzas griego, Yanis Varoufakis, era la mutualización de las deudas nacionales a nivel europeo. Algo que muchos comentaristas económicos, incluso desde la izquierda, dicen que se ha conseguido con los fondos de recuperación Next Generation EU —de los que los principales receptores han sido precisamente los PIGS—, que marcarían el punto de inflexión y un giro keynesiano de la UE.
Sin embargo, Javi Murillo, profesor de economía política en la Universidad Complutense de Madrid, opina que "el mecanismo de emisión de deuda por parte de la Comisión Europea no es novedoso, puesto que ya existían hasta cuatro programas financiados con deuda comunitaria para varias partidas presupuestarias, como los fondos SURE de desempleo". "Por lo tanto, la Comisión se endeuda por su cuenta y no en nombre de los Estados de la UE, los cuales siguen financiando su propia deuda, con sus propios intereses y su propia prima de riesgo", agrega. De hecho, el profesor recuerda que "el BCE sigue siendo sostén último de la deuda de los países periféricos europeos mediante el mecanismo TPI —Instrumento para la Protección de la Transmisión— para paliar los efectos negativos sobre las primas de riesgo".
Además, el otro mito del supuesto cambio de rumbo europeo, que sería más benevolente con los PIGS, viene fundamentado en que las nuevas inyecciones monetarias no tendrían condicionalidad alguna. Esto habría dado un mayor margen para la ejecución de políticas sociales, como los ERTE o el Ingreso Mínimo Vital en el caso español. Pero medidas como la financiación de los salarios durante la crisis pandémica, han sido aplicadas por gobiernos de izquierda y derecha. Es el caso del mecanismo adoptado por el Gobierno conservador griego de Nueva Democracia, denominado Sin-Ergasia, por el que el Estado pagaba hasta un 60% de los salarios de los trabajadores dados de baja temporal por la pandemia. Es por ello, que Stravos Mavroudeas, profesor de Economía Política en la Universidad Panteion de Atenas, habla de "medidas pragmáticas tomadas en una situación excepcional, pero que no cambian el rumbo estructural del proceso de integración europeo y las consecuencias en sus Estados miembro".
Con frecuencia, se entiende que las políticas de expansión monetaria conllevan un mayor grado de inversión en políticas sociales. En opinión de Murillo, el objetivo final puede ser muy distinto: "Los Estados han activado diferentes medidas de política económica para evitar el hundimiento de la acumulación. La intervención estatal ha resultado funcional para los intereses del capital, al permitir sostener los niveles de demanda agregada mediante ciertos programas de gasto público y medidas asistenciales, pero también con la socialización de pérdidas empresariales".
"La eurozona se construyó para facilitar la integración europea sobre la base de una determinada división del trabajo"
Lo que no existe todavía, y lo que muchos partidos de izquierda de los países mediterráneos exigían durante la crisis del euro a la UE, es un mecanismo de trasferencias fiscales de los países más productivos hacia los que menos. "La eurozona se construyó para facilitar la integración europea sobre la base de una determinada división del trabajo. Esta última comprende un eurocentro [de economías más avanzadas] y una europeriferia [de economías menos avanzadas]. Si los excedentes de los primeros se gastan como transferencias fiscales a los segundos, entonces esta división específica del trabajo, y la integración europea concomitante, carecen de sentido", asevera Mavroudeas.
La austeridad que no se fue
Los planes de austeridad que la Troika (Comisión Europea, FMI y BCE) aplicó a los países del sur durante la década anterior se justificaron en la necesidad de la reducción de la deuda y déficits públicos. Sin embargo, para el estallido de la crisis pandémica, los niveles de deuda pública en los PIGS no se habían reducido. Actualmente, su proporción respecto al PIB está reduciéndose, pero como recuerda Mavroudeas esto se debe a un efecto estadístico: "El denominador [el PIB] ha aumentado debido al incremento de la inflación, pero esto no puede ocultar el espectacular aumento de la deuda pública en términos reales. Por ejemplo, la deuda del Estado griego se ha disparado en 2022 hasta superar los 400.000 millones de dólares".
Ante esto, la Comisión Europea ya está preparando una vuelta a las políticas fiscales restrictivas. En sus recomendaciones para el año 2024, a los países que forman parte de los PIGS, se les exige "adoptar una política fiscal prudente” y “eliminar gradualmente las medidas de apoyo en materia energética”. A pesar de ello, este recorte del gasto público no se aplicará en los gastos de defensa, con visos a cumplir con lo acordado en la cumbre de la OTAN de Madrid y aumentar el gasto militar hasta un mínimo del 2% del PIB. En Grecia, este gasto ya supone más del 2,5% del PIB; España, sin llegar aún al 2%, lo ha aumentado respecto a 2022 en más del 26%, siendo la partida que más ha crecido en los presupuestos estatales; y desde Italia, ya han prometido un aumento sustancial en los presupuestos de 2024.
Con la reactivación de las reglas fiscales europeas en el horizonte, para Mavroudeas no existe "un frente común de los países del sur europeo para flexibilizar estas". Ante lo que Murillo añade que las políticas de recorte en el gasto social pueden "perpetuarse". Según las orientaciones que han publicado hasta ahora las instituciones comunitarias para reformar el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, no se esperan grandes cambios. Más allá de una flexibilidad en el tiempo en el que deben corregirse las desviaciones macroeconómicas, dado que actualmente ya ni Alemania cumple los niveles máximos de deuda y déficit acordados en Maastricht.
Murillo recuerda que pese a que mediáticamente el foco siempre se centre en las relaciones entre los Estados, subyace que la clase trabajadora de toda la Unión afrontan el problema conjunto de pérdida salarial directa e indirecta: "Según la OCDE, los trabajadores de los Países Bajos sufrieron un recorte del 8,3% en sus salarios durante el año 2022; tendencia parecida a la del sur de Europa, en Grecia la caída fue del 7,4% y en España del 5,3%. La disciplina fiscal se sacraliza como si fuera el resultado lógico de sesudas teorías económicas, pero bajo ese discurso late el conflicto esencial entre capital y trabajo".
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