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Pekín no está dispuesto ya a vivir dentro de un orden mundial diseñado y dominado por Estados Unidos.
Los cimientos de la relación de Estados Unidos con China se derrumbaron la semana pasada. Los acontecimientos clave fueron un bandazo de EEUU hacia el proteccionismo y un giro de China hacia el gobierno de un solo hombre.
En los 40 últimos años, las dos mayores economías mundiales han abrazado la globalización, partiendo de cómo pensaban que se comportaría el otro. Los chinos asumían que EEUU seguiría apoyando el libre comercio. Los estadounidenses creían que la liberalización económica en China derivaría al final en la liberalización política.
Estos dos supuestos se han truncado. El domingo, el Congreso Nacional del Pueblo (NPC) aprobó un cambio constitucional que permitiría gobernar al presidente Xi Jinping de por vida. Tres días antes, el presidente Donald Trump anunció aranceles sobre el acero y el aluminio y tuiteó que "las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar".
Pero la confianza de Trump ignora los peligros implicados en desatar una guerra comercial. Esos riesgos no son sólo económicos: una guerra comercial hace más probable que, un día, EEUU y China puedan sumirse en una guerra real.
Hasta ahora, la necesidad de mantener abiertos los mercados occidentales había contenido las ambiciones geopolíticas de una China en auge. Pero si el proteccionismo estadounidense aumenta, los cálculos de China cambiarán. Y, de hecho, es muy probable que los aranceles de Trump sólo sean la salva de una guerra comercial. Las medidas anunciadas la semana pasada eran de caracter global, y causan poco daño directo a China. Pero es probable que futuros aranceles, sobre todo los que afectan a la propiedad intelectual, vayan dirigidos de forma más precisa contra Pekín. Peter Navarro, el director del Consejo Nacional de Comercio de la Casa Blanca, es, después de todo, el autor del libro Death by China (Muerte por China).
El desafío económico de EEUU a China se produce en un momento en el que un Pekín cada vez más confiado redobla su desafío ideológico y político a Washington. Durante los años de Xi, China se ha embarcado en un ambicioso programa de "construcción de islas" en el Mar de la China Meridional, para reforzar sus aspiraciones territoriales y marítimas. El objetivo es poner fin al dominio estadounidense en el Pacífico Occidental -que alberga las rutas marítimas comerciales más importantes.
Al mismo tiempo, se promociona el nuevo autoritarismo de Pekín no sólo como un método de gobierno adecuado para China, sino como un modelo global alternativo a la democracia occidental. A medida que ambos países avancen hacia la confrontación por el comercio, el territorio y la ideología, es probable que aumente la sensación de agravio en ambas partes. Los presidentes chino y estadounidense son nacionalistas, y han avivado con frecuencia el sentimiento del orgullo nacional herido. Trump ha asegurado que el mundo se ríe de los estadounidenses, y que China ha violado a EEUU. Xi ha prometido presidir una "gran renovación" del pueblo chino -que terminará enterrando el "siglo de humillación" que comenzó en 1839, cuando el país fue invadido y colonizado parcialmente.
La emergencia de líderes como Trump y Xi refleja cambios ideológicos más amplios en ambos países. Treinta años de estancamiento o descenso de los salarios reales de los trabajadores estadounidenses han minado la creencia en la globalización y el libre comercio en EEUU. Trump fue el defensor más claro del proteccionismo en la campaña presidencial de 2016. Pero incluso su oponente, Hillary Clinton, se vio obligada a repudiar el Acuerdo Transpacífico de Asociación Económica que defendió en otro tiempo.
Los sucesivos presidentes estadounidenses también creyeron que el capitalismo actuaría como un Caballo de Troya -minando el gobierno unipartidista de China. Como dijo en una ocasión el expresidente de EEUU George W. Bush: "Comerciemos libremente con China, y el tiempo estará de nuestra parte". La clase dirigente estadounidense pensaba que una China más liberal tendría menos probabilidades de desafiar a EEUU en la escena internacional. Uno de los principios del internacionalismo liberal es que las democracias no se declaran la guerra entre ellas.
Pero los acontecimientos en la China de Xi han refutado las expectativas de la visión internacionalista liberal creada por las sucesivas presidencias estadounidenses. China no se ha vuelto más democrática. Tampoco está dispuesta ya a vivir tranquilamente dentro de un orden mundial diseñado y dominado por EEUU.
Estos cambios reflejan una creciente sensación de poder nacional en China, que ha dado relevancia a nuevas ideas y pensadores. En la era pre-Xi, a los líderes y académicos chinos les gustaba acentuar la dependencia mutua entre su país y EEUU. El argumento era que el rápido desarrollo de China se estaba produciendo en el contexto de un mundo dominado por EEUU -y por lo tanto tenía poco sentido desafiar a EEUU. Pero esta versión china del internacionalismo liberal ya no es común en Pekín. Más recientemente, intelectuales chinos han empezado a exponer que "el orden mundial liderado por EEUU es un traje que ya no queda bien" -en palabras de Fu Ying, el presidente del Comité de Asuntos Exteriores del NPC.
Esta nueva combinación de unos EEUU proteccionistas y nacionalistas, y una China segura y nacionalista, puede ser explosiva. Pero también hay aspectos de la ideología de Trump que hacen menos probable un conflicto. A diferencia de sus predecesores recientes, el presidente de EEUU tiene poco interés en promover la democracia en el extranjero. Es probable que se muestre despreocupado por el paso de Xi hacia el mando de un solo hombre. De hecho, puede incluso que lo envidie.
GIDEON RACHMAN | FINANCIAL TIMES
14 MAR. 2018 - 00:17
http://www.expansion.com/opinion/2018/03/14/5aa8259f268e3e2f128b4581.html
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