martes, 2 de agosto de 2011

Guerras, burbujas y medidas populistas: Cómo ha llegado Estados Unidos al abismo


Foto from turismo.org

La todopoderosa Estados Unidos se ha encontrado con su kriptonita y se ha quedado sin fuerza. La deuda ha superado su techo legal, por encima de los 14,3 billones de dólares, y la escapatoria parece complicada. Sin embargo, los problemas no son recientes: un modelo económico demasido ombliguista y una continua huída hacia delante explican la tensión actual.
Érase una vez un empresario hecho a sí mismo. De ésos que empiezan repartiendo el periódico en bicicleta y terminan coleccionando aviones privados. Estados Unidos acumula miles de historias como ésta; incluso la propia nación podría ser una historia de éxito en sí misma.

Pero a los americanos también le encantan los héroes caídos que se levantan de la lona. Porque la economía de la primera potencia mundial está por los suelos por culpa de no poder rebasar un particular techo: el de la deuda, que ha roto la claraboya de los 14,3 billones de dólares, más o menos el total del Producto Interior Bruto del país, que es de unos 14,5 billones.

Ya no se puede gastar más (en realidad, la alarma saltó el 16 de mayo, que es cuando se rebasó el límite legal) y ya no hay dinero en efectivo para pagar las facturas más inmediatas.

Así empieza esta película. Con el héroe derrotado. Para hacerse una idea de la magnitud del gancho recibido, todo el PIB de España es de un billón de euros y la deuda conjunta de los 27 países de la
Unión Europea ni siquiera llega a igualar a la del gigante americano. Alemania o Reino Unido soportan deudas por encima del 80% de su PIB; España se acerca, pero aún no ha alcanzado ese 80%.

Pues ni siquiera ese nivel de gasto alcanzado ha sido suficiente. Sin acuerdo político mediante, el país que sirve de referencia mundial en estabilidad y solvencia dejará de pagar mañana, 2 de agosto, a sus acreedores. Hay quien dice que este primer límite podría salvarse con algunos enjuagues contables (retrasar el pago de algunas nóminas, por ejemplo, a funcionarios o a las Fuerzas Armadas).

Podría ser, ya que el verdadero reto de la caja americana está marcado en rojo el próximo 15 de agosto, cuando tiene que desembolsar 30.000 millones en intereses correspondientes a bonos del Tesoro.

La tensión sube en esta particular película: el abismo se acerca y los mercados tiemblan ante esa posibilidad. Las agencias de calificación no se atreven a dar el paso; con Estados Unidos falta valor. "Afrontamos el fin del imperio", asegura Jim Leaviss, director de renta fija de M&G Investments. "Los políticos americanos juegan con fuego", añade Paul Brain, gestor del BNY Mellon Global Bonf Fund.

Pero el camino al precipicio se empezó hace mucho tiempo en una guerra muy lejana. Corría 1946 y Estados Unidos mantenía una aceptable deuda de 242.000 millones. Hasta que las cosas se pusieron feas en
Vietnam, las cifras se mantuvieron: 283.000 millones en 1970.

Desde entonces, ha sido una carrera hacia delante y la deuda no ha dejado de crecer presidente tras presidente.
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Ronald Reagan la triplicó, a razón de casi un billón de dólares por legislatura y Bush padre la llevó hasta los 4,4 billones (tras engordarla con 1,5 en cuatro años). Bill Clinton fue un punto de inflexión: la cuenta siguió creciendo, pero en sus ocho años la aumentó como su predecesor en cuatro. Además, dejó un colchón de superávit para futuras deudas.

A Bush no le fue suficiente y Obama le culpa de gran parte de los males actuales. Según consta en un gráfico realizado por la misma
Casa Blanca sobre la composición de su deuda, las guerras de Irak y Afganistán provocaron 1,4 billones de saldo aún sin pagar, a lo que hay que sumar otros 1,7 billones de gastos domésticos de seguridad y defensa.

Del presidente republicano también ha heredado el actual gabinete un volumen en el debe de 3 billones de dólares a causa de los recortes de impuestos decretados. En total, Bush hijo más que duplicó los números rojos de Estados Unidos, de 5,9 a 12,9 billones de dólares en dos mandatos entre las guerras y medidas dirigidas a contentar a sus electores ricos.

Sin embargo, el líder demócrata de estos días tampoco está libre de culpa, puesto que en sus tres años al frente ya ha sumado otros 2,4 billones por mucho que él diga que todo viene dado por la crisis,
los menores ingresos por impuestos derivados de la recesión y el panorama global.

Sea como sea, Obama se ha visto obligado a pedir un aumento del techo de gasto, una medida que en absoluto es nueva, dado que se ha autorizado en 78 ocasiones desde 1960 (49 de ellas a petición de un presidente republicano). Esta cifra, a más de una solicitud al año, deja claro que la economía americana ha vivido en una escalada insostenible.
"El problema es que el país siempre ha dependido en exceso del consumo interior", apunta Mauro F. Guillen, director del Lauder Institute y profesor del Wharton School.
Una muestra de ello es el propio estallido de la burbuja inmobiliaria: en primer momento, con la polémica en torno a las hipotecas subprime en el verano de 2007 (créditos inmobiliarios a población de alto riesgo); y en un segundo, con la caída de Lehman Brothers, en el otoño de 2008, cuando el sector financiero se quitó la careta.

Eso, desde el punto de vista de una estructura macroeconómica demasiado basada en los crecimientos rápidos e insostenibles. Porque otro de los grandes agujeros de la deuda americana viene de los acreedores extranjeros, que ostentan deuda de EEUU por unos 4,5 billones. China Japón y Reino Unido se juegan la mitad de ese dinero, es decir, que dependen de que Obama vaya pagando sus intereses.
En su día (y todavía hoy) los inversores se fiaron de los bonos y letras de Estados Unidos, pero esa confianza masiva también hay que pagarla en algún momento. Ahora, sin ir más lejos.
Porque, hablando de pagos aplazados, otra de las grandes cifras que alumbran la crisis estadounidense es que ya se deja 200.000 millones sólo en el pago de intereses, cuando hace un lustro no pasaba de 150.000
Pero vale, de acuerdo, el gigante anda derrotado y por los suelos. ¿No se puede levantar y listo? De nuevo, los expertos dudan sobre el impacto que tendría en el resto del mundo (y dentro de sus fronteras) un impago parcial.
El primer efecto sería de confianza. Jim Leaviss, de M&G, recuerda que quizá ya se empieza a notar cierta desconfianza hacia el dólar y la economía USA en general. No tanto porque se haya dejado de invertir en ellos sino porque ya se han notado movimientos hacia el oro y el franco suizo.
Por su parte, Paul Brain especula ya sobre una eventual bajada de la calificación a Estados Unidos. Para él, más importante que un acuerdo de mínimos antes de la fecha límite del 2 de agosto es que se despeje el panorama de una vez.
Esta misma tesis, de hecho, la defiende la Casa Blanca desde hace una semana en sus comunicaciones oficiales: nada de un acuerdo que sólo dé árnica para unos meses extra (como defienden los republicanos): hay que aprobar un paquete de medidas a medio plazo. Como mínimo, que aparque la crisis hasta las elecciones. La razón de aprobar algo consistente es que cualquier parche ahondaría en la idea de desconfianza.
Lo que ya es toda una novedad para Estados Unidos. De puertas hacia dentro, el impacto de un impago podría degenerar en sueldos a medias para funcionarios y fuerzas armadas, así como en recortes en los préstamos a estudiantes, la asistencia social y sanitaria (la poca que haya) y, definitivamente, subida en bloque de los tipos de interés en las tarjetas de crédito de cada ciudadano.
Una reflexión final sobre la profundidad de las raíces de esta crisis: "Las consecuencias finales de un impago, o incluso de una seria perspectiva de impago, por parte de los Estados Unidos es imposible de predecir e impensable de contemplar". No, estas palabras no las ha pronunciado Barack Obama en una de sus múltiples y desesperadas intervenciones para rogar por un acuerdo; estas palabras las dirigió a la población Ronald Reagan en plena guerra fría, allá por los ochenta.

Por Álex Medina R. / Chiqu Esteban  from lainformacion.com  01/08/2011

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