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Las revueltas árabes y la guerra de Libia son motivo de esperanza, pero también de inquietud por la incertidumbre sobre su futuro y la inestabilidad que han generado en un área tan próxima.
Las grandes revoluciones constituyen un espectáculo desagradable. Son largas, sangrientas y de final incierto. Por el momento, el fenómeno histórico que alguien bautizó con el delicado nombre de primavera árabe exhibe todos los atributos revolucionarios. Con alguna característica adicional que lo hace especialmente inquietante para Europa: ocurre muy cerca, en una región de vital importancia geoestratégica para el planeta y en un momento en el que la población europea, alarmada por la inmigración, la crisis económica y el terrorismo, tiende a cobijarse en ideologías reaccionarias. Lo que en enero suscitaba cierta simpatía provoca ahora escepticismo, miedo o, en los sectores más receptivos al fenómeno, reacciones de impaciencia. La primavera árabe, sin embargo, no ha hecho más que empezar.
Es muy pronto para evaluar la magnitud del terremoto diplomático, comercial y demográfico, y para trazar el contorno de sus consecuencias. La última revolución registrada en la región que se extiende por el norte de África y Oriente Próximo fue la iraní, en 1979, y su onda expansiva sigue haciéndose sentir con fuerza a través de Hezbolá en Líbano, de Hamás en los territorios palestinos y de la dinastía El Asad en Siria.
Lo que se intuye ya con alguna claridad es que el libro de referencia para interpretar estos compases introductorios no parece El choque de civilizaciones, de Samuel Huntington, donde se vaticinaba una era de conflicto permanente entre Occidente y el Islam, sino más bien Orientalismo, de Edward Saïd. En su obra, el ensayista palestino proclamó que Occidente sólo era capaz de mirar el mundo árabe a través de un caleidoscopio de prejuicios y de un profundo complejo de superioridad, por lo que su visión sufría una distorsión que de alguna forma alcanzaba a la visión que los propios árabes tenían de sí mismos.
Cada vez que los políticos y los comentaristas auguran un rápido tránsito a "la libertad y la democracia" (las palabras son siempre esas) como hizo George W. Bush en 2003 refiriéndose a Afganistán o como acaba de hacer el británico David Cameron en referencia a Libia, se homenajea a Saïd. Ni Afganistán ni Libia han tenido jamás instituciones sólidas, o un sistema judicial al margen de las tradiciones clásicas, o una clase media, y eso hace improbable que se conviertan en sociedades de tipo occidental en un futuro previsible. Ocurre que las palabras "libertad" y "democracia" funcionan en estos casos como código justificador de las intervenciones bélicas de tipo neocolonial, y encubren tanto el desconocimiento como los intereses poco confesables.
El simple hecho de generalizar y de englobar dentro de la primavera árabe a países tan distantes y distintos como Marruecos, Libia, Siria, Egipto o Bahréin, unidos solamente por el idioma y los gobiernos represivos o estrictamente tiránicos, complica las cosas. Y fomenta el prejuicio orientalista. Como cuando se atribuye a las poblaciones árabes un resentimiento antioccidental que, sin embargo, sólo se percibe en la gastada retórica de los déspotas.
Los riesgos son muy grandes, tanto para las poblaciones directamente implicadas como para sus vecinos y en general para el mundo. El riesgo principal no consiste en la guerra, sino en la guerra crónica que caracteriza el colapso del Estado o su inexistencia. Y no existe una fórmula que permita predecir qué país va a convertirse en un fracaso, en un espacio sin ley, fértil en bandas armadas y acogedor para el terrorismo. Somalia fracasó, pero Etiopía, a su lado y en condiciones similares, va tirando.
Libia, un invento de hace medio siglo cuya población se dedicaba, hasta el hallazgo de petróleo, a vender la chatarra militar abandonada por sus invasores, muestra características similares a las de Somalia e induce al pesimismo.
La guerra de Libia es la primera en la primavera árabe y muestra rasgos muy específicos. Por primera vez desde la desastrosa invasión del canal de Suez, en 1956, Francia y Reino Unido se han aliado para una intervención militar en el extranjero sin la tutela de Estados Unidos, escarmentado por las guerras de Afganistán e Irak y deseoso de asumir un papel muy secundario, casi invisible. Sin los bombardeos francobritánicos, apoyados en la estructura de la OTAN, y sin los soldados de élite enviados para ayudar a los rebeldes (aunque oficialmente no se haya hecho uso de tropas de tierra), Muamar Gadafi seguiría retozando en su jaima de Trípoli. Pero ese apoyo militar, reclamado por los jefes rebeldes, contamina el futuro del país.
El Foreign Office británico insiste en que la intervención era necesaria por razones humanitarias y, sobre todo, para evitar que la crisis arrojara sobre las costas europeas grandes oleadas de inmigrantes y terroristas. No existe ninguna garantía de que eso se haya evitado. Lo que se procura no nombrar, después de las tropelías cometidas en Irak, es el petróleo. Incluso creyendo que el petróleo ligero libio, uno de los mejores y el más fácil de transportar a Europa por la evidente proximidad, no ha constituido un factor determinante en la actitud de Londres y París, ¿quién no interpretará las futuras concesiones petroleras a compañías británicas y francesas como una forma de pago? En los meses próximos, ¿será posible mantenerse al margen de una evolución política previsiblemente caótica? Libia compendía casi todo lo que puede ir mal en el proceso de cambio árabe.
Alguna consecuencia negativa de la guerra en Libia se percibe ya en Oriente Próximo. Grandes cantidades de armas, en parte proporcionadas por países de la Unión Europea en estos últimos meses, han salido del país y se venden en el mercado negro de Oriente Próximo. Egipto e Israel coinciden en que cada vez son más las caravanas de armamento clandestino vendido por grupos rebeldes libios que cruzan el desierto del Sinaí para dirigirse a organizaciones armadas como Yihad Islámica. Esas caravanas no desembocan siempre en Gaza. Aunque no existe confirmación oficial, el nuevo Gobierno de El Cairo admite que al menos tres de los participantes en los recientes ataques terroristas en Israel eran egipcios, no palestinos, y podrían considerarse la expresión de una incipiente nueva generación de guerrilla islamista en los amplios espacios del Sinaí.
Lo cual no significa que la primavera árabe conduzca por fuerza a una eclosión del islamismo y a la creación de sistemas religiosos. Ese es uno de los grandes temores europeos, y una de las muchas paradojas de la situación: cuesta concebir una tiranía religiosa más severa que la impuesta por el régimen wahabí en Arabia Saudí, uno de los más antiguos aliados de lo que llamamos Occidente. Y a la vez, cierto, el principal financiador de los movimientos salafistas que preconizan la guerra santa.
Resulta complejo analizar lo que está sucediendo en Siria, porque el régimen de Bachar el Asad no permite la estancia de periodistas extranjeros y solo realiza alguna invitación selectiva con fines propagandísticos. Dada la fidelidad que el Ejército sirio ha mantenido hasta ahora hacia El Asad, no ha estallado una guerra como en Libia sino una campaña de protestas civiles que el Gobierno ha reprimido con mucha dureza y ocasionales arrebatos de sadismo.
La ausencia de información independiente y fiable ha permitido a ambos bandos, el centralizadísimo régimen dictatorial y la difusa constelación de comités de coordinación que impulsan las protestas, mentir con liberalidad. El Gobierno de Damasco, por ejemplo, insiste en que no hay manifestaciones significativas sino sólo acciones terroristas de bandas armadas. Los comités de coordinación y los activistas que ejercen como portavoces, necesitados de atraer la atención internacional, inventan a su vez bulos como el supuesto cañoneo de ciudades desde buques de guerra.
La oposición siria, a diferencia de la oposición libia (cuyos dirigentes eran hasta hace poco miembros de la élite gadafista), no ha pedido la ayuda de la OTAN ni apoyo militar alguno. Alepo, la principal ciudad del país, y Damasco, la capital, se mantienen en relativa calma, lo que concede al régimen un margen vital. Más allá de un goteo informativo compuesto por recuentos de víctimas no del todo fiables (la ONU estima unas 2.500 en total, desde marzo hasta ahora) y relatos no siempre creíbles sobre la brutalidad del régimen, hierve un debate intelectual y político de gran riqueza. La revuelta de Siria carece de líderes, cosa que inquieta en Europa y Estados Unidos porque sería mucho más fácil cambiar a un presidente por otro y propiciar algo parecido a una reforma, y un cambio de programa. Solo aspira a derribar al dictador y comenzar de nuevo. Es decir, se aspira estrictamente a la revolución.
La agresión sufrida el jueves en Damasco por el dibujante Ali Ferzat, el caricaturista político más popular y mordaz de Siria, es solo una muestra de que los resquicios tolerados por la censura gubernamental (se puede criticar al poder en general, por ejemplo, aunque no caricaturizar a El Asad), la facilidad con que se puede viajar a una ciudad liberal como Beirut y una cultura antiquísima hacen que la sociedad siria sea mucho más refinada que la libia, y que las ideas cuentan tanto como las armas o más.
Conviene recordar, en cualquier caso, que en esta región las paradojas son recurrentes y el fundamentalismo islámico no es siempre monolíticamente retrógrado. En Líbano, un país desgajado de Siria por las potencias coloniales y tan fragmentado como Siria en grupos religiosos, se puede pasear por un barrio controlado por la milicia chií Hezbolá (Partido de Dios) y ver en las vallas publicitarias anuncios de corsetería que tal vez no se tolerarían, por exceso de erotismo o por utilización de la mujer como objeto sexual, en algunas ciudades europeas. Líbano, que en los años ochenta, invadido por Israel y martirizado por una guerra civil a múltiples bandas, no solo se consideraba un país fracasado sino muerto y enterrado, es hoy, con Turquía, ejemplo de que en Oriente Próximo pueden existir sistemas políticos capaces de conceder a sus ciudadanos una cierta libertad y una cierta representación en el poder.
Se puede ser muy pesimista respecto a Siria. El régimen creado por Hafez el Asad y seguido por su hijo Bachar muestra rasgos totalitarios, lo cual hace improbable una reforma controlada: si El Asad cae, y parece probable que lo haga a medio plazo por su falta de apoyos externos y su creciente fragilidad económica, habrá que afrontar una revolución, sin la posibilidad de que el Ejército asuma una dictadura teóricamente benevolente como en Egipto a la espera de elecciones y Parlamento constituyente. Las minorías religiosas (los alauíes que componen la élite del régimen, los cristianos, los drusos, los chiíes) pueden sentirse avasalladas por la minoría mayoritaria de los suníes, que hoy se siente a su vez discriminada por los alauíes y tal vez acumule ansias de revancha. El desastre es posible.
Sin embargo, la impresión no es esa cuando uno sigue la polémica que se desarrolla en torno a Ali Ahmad Said Esber, más conocido por el seudónimo Adonis, poeta eximio, tótem de la intelectualidad siria y candidato recurrente al Premio Nobel de Literatura. Adonis, que ha residido largo tiempo en Francia y se vincula al posmodernismo, lleva años pregonando la muerte de la cultura árabe y la esterilidad de sus sociedades. El mes pasado, el escritor iraquí Sinan Antoon (profesor en Nueva York) publicó un artículo en el que denunciaba a Adonis como un neo orientalista de los definidos por Edward Saïd, incapaz de percibir la vitalidad de sus conciudadanos y, por su pesimismo frente a las revueltas, cómplice implícito de El Asad.
El artículo respondía a una carta de Adonis a la oposición siria en la que recomendaba cooperación con el Gobierno para emprender reformas y preservar la laicidad del Estado. Han aflorado muchas opiniones y se ha llegado pronto a la cuestión crucial del orientalismo y del hipotético complejo de inferioridad de las sociedades árabes. Antoon y quienes se alinean con él se preguntan por qué los árabes deberían estar condenados a la sumisión ante regímenes tiránicos y abrumadoramente corruptos, sin dar con una respuesta válida.
Debates como este, llenos de matices, indican que debajo de la dictadura no hay un simple magma de tribus y religiones, sino una sociedad compleja y madura.
La primavera árabe comenzó en otoño en un país no árabe, Túnez, y es allí donde permite albergar mayor confianza de éxito inmediato. La crisis económica y la explosión demográfica (las sociedades del norte de África y Oriente Próximo se caracterizan por su gran porcentaje de adolescentes y jóvenes sin perspectivas de futuro) fueron una de las causas de la revuelta y ahora actúan como lastre, pero la audacia de ciertas medidas, como la obligación de mantener la paridad de hombres y mujeres en las listas electorales, revela que el cambio es ambicioso.
Egipto, la gran potencia cultural del mundo árabe, aún ofrece numerosas incógnitas, pero la potencia icónica de las concentraciones en la plaza de Tahrir y de la caída del raïs Hosni Mubarak, reducido ahora a la condición de viejo enfermo juzgado por asesinato de masas, fue lo que contagió a otros países la convicción de que los tiranos no eran invencibles y el cambio era posible. De la próxima evolución política en Egipto, muy en especial del resultado de las elecciones presidenciales y parlamentarias (aún sin fecha), dependerá en gran medida el rumbo de la primavera árabe.
En Bahréin, la monarquía suní ha aplastado sin miramientos la revuelta de los chiíes y ha apelado al apoyo militar saudí; la crisis permanece interrumpida pero no finalizada. En Yemen, el presidente Alí Abdulá Saleh (32 años en el poder) fue herido y tuvo que refugiarse en Arabia Saudí, pero amenaza con volver; las posibilidades de que el país desemboque en un caos de bandas armadas similar al de Somalia son bastante altas, aunque eso entroncaría con el turbulento pasado reciente del país.
¿Bastarán las tímidas reformas aplicadas por el rey de Marruecos para desligar su país del terremoto revolucionario? ¿Bastarán las promesas del rey de Jordania? ¿Cuánto tardará Argelia en recibir de lleno la onda expansiva de las revoluciones en sus vecinos Túnez y Libia? ¿Podrán mantenerse inmunes las dos grandes potencias de Oriente Próximo, el Irán chií y la Arabia Saudí suní? ¿Caerá el régimen sirio en la tentación de provocar una guerra regional para sostenerse por más tiempo en el poder? ¿Cómo asumirá Irak la tormenta a su alrededor? ¿Qué hará Israel si algún día se disipa su estupefacción?
Por el momento, quedan muchas preguntas sin respuesta. Y el fragor revolucionario aumenta día a día.
DICIEMBRE DE 2010
17/12/2010. Mohamed Bouazizi prende la mecha de la revolución tunecina al quemarse a lo bonzo cuando la policía tunecina confisca su mercancía.
ENERO DE 2011
12/1/2011. Zine el Abidine Ben Ali, presidente de Túnez, impone un toque de queda en la capital.
14/1/2011. El presidente de Túnez huye a Arabia Saudí, presionado por los manifestantes. Asume el poder el primer ministro Mohamed Ghannuchi.
25/1/2011. Manifestación en la plaza de la Libertad de El Cairo (Egipto) convocada por Internet contra el régimen de Hosni Mubarak.
27/1/2011. Manifestación en Saná (Yemen) por el fin de la presidencia de Ali Abdalá Saleh.
28/1/2011. El Cairo: los policías que se negaron a disparar a los manifestantes son tiroteados por sus mandos.
FEBRERO DE 2011
1/2/2011. Manifestación masiva en El Cairo contra Hosni Mubarak, que anuncia que no se presentará a las elecciones. O
El rey de Jordania, Abdalá II, disuelve el Gobierno y nombra a un nuevo primer ministro Marouf Bakhit.
3/2/2011. El presidente de Yemen se compromete a no presentarse a la reelección y entablar un diálogo con la oposición.
7/2/2011. Liberan a Wael Ghonim, responsable de mercadotecnia de Google y miembro de la oposición egipcia. Fue secuestrado el 27 de enero.
11/2/2011. Hosni Mubarak dimite de su cargo tras 30 años de Gobierno de Egipto y huye hacia su mansión de Sharm el Sheij en el mar Rojo.
12/2/2011. Manifestación en Argel (Argelia) en la plaza del 1 de mayo pidiendo el cambio de sistema.
14/2/2011. Manifestaciones en Teherán (Irán), Sana (Yemen) y Manama (Bahréin).
16/2/2011. Enfrentamientos con la policía durante una manifestación en Bengasi (Libia) por la liberación de un abogado defensor de presos de conciencia. Causan tres muertos y varios heridos.
19/2/2011. Gadafi reprime las protestas libias con morteros y ametralladoras.
20/2/2011. En Marruecos miles de manifestantes piden reformas al rey.
22/2/2011. Tras 19 años en vigor, el Gobierno argelino deroga el estado de excepción que vetaba las manifestaciones al aire libre.
26/2/2011. El sultán de Omán, Qabús bin Said, cambia a varios ministros.
27/2/2011. Dimite el primer ministro de Túnez, Mohamed Ghannuchi. O Se establece en Bengasi (Libia) un Consejo Nacional para dirigir el cambio.
MARZO DE 2011
3/3/2011. El Ejército egipcio nombra a Essam Sharaf para que forme un gobierno de transición.
4/3/2011. Decenas de muertos en el ataque de tropas leales a Gadafi a dos ciudades clave dominadas por los rebeldes (Zauiya y Ras Lanuf).
7/3/2011. Túnez disuelve la policía política del presidente Zine el Abidine Ben Ali.
9/3/2011. Mohamed VI de Marruecos anuncia una reforma de la constitución que recortará sus poderes en respuesta a las protestas.
13/3/2011. Los antidisturbios marroquíes reprimen una manifestación en Casablanca.
14/3/2011. Tropas de Arabia Saudí entran en Bahréin para frenar las protestas.
19/3/2011. La coalición internacional liderada por EE UU, Francia y Reino Unido ataca Libia para frenar la represión lanzada por Muamar el Gadafi.
20/3/2011. El presidente de Yemen, Ali Abdalá Saleh, destituye al Gobierno en pleno. O Manifestantes sirios queman la sede del partido de Baaz, los tribunales y dos compañías telefónicas. O Medio centenar de ciudades marroquíes piden al rey que ceda sus poderes.
25/3/2011. Tropas sirias causan decenas de muertos al reprimir la manifestación de Deraa.
30/3/2011. El ministro de Exteriores de Libia, Musa Kusa dimite y retira su apoyo a Gadafi.
ABRIL DE 2011
1/4/2011. Cientos de miles de yemeníes se manifiestan en Saná, Adén, Taiz y otras ciudades para exigir la dimisión Ali Abdalá Saleh.
12/4/2011. Túnez anuncia paridad de sexos en las listas electorales del 24 de julio.
13/4/2011. La fiscalía egipcia detiene a Hosni Mubarak y a sus hijos Gamal y Alaa.
15/4/2011. El presidente de Argelia anuncia una revisión controlada de la Constitución.
23/4/2011. El presidente de Yemen acepta abandonar el poder 30 días después de firmar un acuerdo con la oposición.
MAYO DE 2011
7/5/2011. Siria cerca con tanques los barrios suníes del pueblo de Banias.
11/5/2011. La UE abrirá una oficina en Bengasi para apoyar al Consejo Nacional de Transición.
21/5/2011. Las fuerzas de seguridad disparan contra los asistentes a un funeral de 10 activistas Homs (Siria). Mueren al menos 11 personas.
JUNIO DE 2011
3/6/2011. El presidente de Yemen, Ali Abdalá Saleh resulta herido en un ataque a su palacio.
16/6/2011. El Gobierno español expulsa al embajador y a otros tres diplomáticos libios en Madrid como muestra de su ruptura con Gadafi.
17/6/2011. El rey Mohamed VI presenta la nueva Constitución. O Mujeres de Arabia Saudí conducen pese a la prohibición de la monarquía.
JULIO DE 2011
15/7/2011. Cientos de miles de personas se manifiestan en Hama (Siria) contra Bachar el Asad.
30/7/2011. El rey de Marruecos, Mohamed VI, adelanta a otoño las elecciones legislativas.
31/7/2011. El Ejército sirio entra en la ciudad de Hama y mata a un centenar de civiles.
AGOSTO DE 2011
3/8/2011. El pueblo egipcio juzga a Mubarak.
5/8/2011. Centenares de miles de personas se manifiestan en las principales ciudades de Siria contra el régimen de El Asad.
18/8/2011. Barack Obama exige al presidente sirio, Bachar el Asad, que abandone el poder.
21/8/2011. La Liga Árabe insta a Muamar el Gadafi a entregar el poder al pueblo de Libia.
23/8/2011. Las fuerzas rebeldes libias conquistan el cuartel general de Gadafi y controlan la mayor parte de Trípoli. El dictador y su familia siguen en paradero desconocido.
Por ENRIC GONZÁLEZ from elpais.com 28/08/2011
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