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Las familias Aquino, Marcos y Macapagal siguen dominando la vida política - Los ciudadanos dicen que la democracia no ha servido para repartir la riqueza.
Teddy Casiño era un adolescente cuando en febrero de 1986 cientos de miles de personas -él entre ellas- se echaron a la calle en Manila para pedir la salida de Ferdinand Marcos, que durante 20 años había dirigido el país con puño de hierro. Tenía 17 años, pero recuerda con entusiasmo los cuatro días de la llamada "revolución del poder del pueblo", en la que familias enteras, estudiantes, monjas y curas ocuparon la avenida de Epifanio de los Santos, conocida como EDSA, y se resistieron a desalojarla a pesar de las amenazas del dictador, que finalmente dejó el poder y se refugió en Hawai, donde moriría en 1989.
"Yo estudiaba entonces en el colegio de los hermanos La Salle, que estaban contra Marcos, y era miembro del Movimiento Nacional para unas Elecciones Libres. Fue mi bautismo de fuego en política. Lo vi como una lucha entre el bien y el mal. Estaba siendo parte de la historia y me encontraba en el lado correcto", asegura este hombre, de 42 años, diputado del partido de izquierdas Bayan Muna, en su despacho del Congreso, situado en una zona ajardinada en Quezon, una de las 16 ciudades que componen el área metropolitana de Manila.
Veinticinco años después del levantamiento popular pacífico, también llamado EDSA, los filipinos se muestran orgullosos de su democracia recuperada, de haber expulsado a Marcos, de disfrutar de libertad de prensa y de que el ejército se mantenga bajo el poder civil. Pero se quejan de que Filipinas sigue gobernada por dinastías como las del actual presidente, Benigno (Noynoy) Aquino III, o el propio Marcos, y la vida política está dominada por los clanes familiares.
"La revolución nos trajo una nueva Constitución y ahora hay participación política, pero los señores de la guerra [clanes que crean feudos políticos y asesinan en ocasiones a sus rivales] limitan la verdadera participación en algunas regiones, y las dinastías políticas hacen que no exista democracia real", dice Max de Mesa, de 67 años, presidente de la Alianza Filipina de Defensores de Derechos Humanos.
De Mesa habla en la sede-museo de la asociación, en una habitación lúgubre en la que cuelgan fotos de algunas de las 21.000 personas asesinadas extrajudicialmente, desaparecidas o torturadas durante el régimen de Marcos y cuyos casos tienen documentados. En una pared, una puerta metálica reproduce la entrada de una celda.
"Las mismas familias siguen controlando Filipinas. No ha habido distribución de la riqueza. Los que eran pobres hace 25 años siguen siendo pobres", asegura este antiguo sacerdote, que fue encarcelado más de un año, acusado de apoyar al grupo guerrillero comunista Nuevo Ejército del Pueblo, en medio de la ola de represión lanzada por Marcos a principios de la década de 1970. "La Constitución prohíbe las dinastías políticas, pero el proyecto de ley para implementarlo ha sido ignorado continuamente", afirma Casiño.
El 33% de la población filipina vive por debajo del umbral de la pobreza, según datos de 2006; una cifra que golpea al visitante en las calles de Manila, una metrópolis bulliciosa de más de 12 millones de habitantes plagada de chabolas, en la que a la puerta de muchos establecimientos hay carteles que dicen: "Por favor, depositen aquí sus armas de fuego". Por las avenidas deambulan niños descalzos, que mendigan en los semáforos bajo la lluvia o a las puertas de sus incontables iglesias. Al caer la noche, miles de personas sin hogar ni trabajo duermen tiradas en el malecón, en los parques, en las aceras.
Tres de las principales dinastías políticas llevan los apellidos Marcos, Aquino y Macapagal. El actual presidente es hijo del principal opositor a Ferdinand Marcos: Benigno (Ninoy) Aquino Jr., asesinado en 1983 en el aeropuerto de Manila nada más bajar del avión en el que regresaba de Estados Unidos. Allí se había exiliado tras siete años encarcelado en su país. Marcos ascendió al poder en 1966 tras ganar las elecciones presidenciales, pero en 1972 declaró la ley marcial y robó la democracia a los filipinos.
El asesinato de Ninoy catalizó la lucha por las libertades perdidas, y la oposición se unió en torno a su esposa, Corazón (Cory) Aquino, que subió a la presidencia después de que las campañas de desobediencia civil, la rebelión de algunos importantes militares, las protestas populares y el abandono de Estados Unidos obligaran a Marcos a claudicar.
Desde la revolución de 1986, Filipinas ha vivido numerosas intentonas golpistas, fraudes electorales, continuos ataques de movimientos islamistas y comunistas, asesinatos políticos, violaciones de los derechos humanos por parte del Gobierno y escándalos de corrupción que forzaron la salida del presidente Joseph Estrada en 2001, en la conocida como "segunda revolución del poder del pueblo" o EDSA Dos.
Los filipinos se quejan de la corrupción crónica y de que el progreso económico y social no haya seguido el de otros países del sureste asiático, lo que ha obligado a emigrar a gran parte de la población. El 10% de los 95 millones de filipinos vive en el extranjero. El año pasado enviaron a su país remesas de dinero por un valor equivalente al 10% del Producto Interior Bruto. Como dicen algunos intelectuales, "se han convertido en materia prima de exportación".
En el lugar en el que se concentraron en 1986 los manifestantes fue construido un santuario, coronado por una gran estatua dorada de la llamada Nuestra Señora de EDSA. En uno de los muros hay una inscripción con una frase de Benigno Aquino Jr.: "Merece la pena morir por los filipinos".
José Mari Quiazon, promotor inmobiliario, de 50 años, come un perrito caliente en un centro comercial cercano antes de ir a misa al santuario. "Yo también estuve en las manifestaciones a pesar de que mi padre fue secretario de Comercio de Marcos entre 1971 y 1979. En 1986, todos queríamos, incluido mi padre, que Marcos se fuera, que volviera la democracia", afirma. "Se fue, pero Filipinas no ha sido capaz de progresar. Entonces, nuestra economía solo iba detrás de la de Japón en Asia oriental; ahora estamos en el grupo de cola. La democracia es un sistema mucho mejor, pero sola no basta".
Algunos analistas consideran que las protestas filipinas sirvieron de inspiración a otros procesos democratizadores, como los ocurridos en Corea del Sur, Taiwán y el este de Europa. Pero en su propio país no lograron deshacer el sistema político dinástico. La anterior presidenta y actualmente diputada Gloria Macapagal-Arroyo es hija de Diosdado Macapagal, que sirvió como presidente en la década de 1960. Y la familia de Ferdinand Marcos está de nuevo en activo. Su esposa, Imelda, de 81 años, fue autorizada a regresar a Filipinas en 1991 y ahora es diputada; su hija Imee es gobernadora de una provincia, y su hijo Ferdinand (Bongbong) Marcos Jr. es senador y se da por seguro que se presentará a las elecciones presidenciales en 2016.
Por JOSE REINOSO - Manila - from elpais.com 22/08/2011
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