sábado, 22 de octubre de 2011

Michelle


Foto from rankingfamosos.com


Si no se conoce el papel ejemplarizador que debe de cumplir el presidente de Estados Unidos, no se puede comprender la importancia capital que tiene su esposa en el éxito general de su gestión. A diferencia de Europa, un presidente norteamericano es el símbolo de los valores que comparten los ciudadanos de este país, no solo un administrador temporal de los bienes comunes. Su figura se utiliza como modelo en las escuelas y como referencia constante para el estímulo de toda la nación. El fragor de la política cotidiana prima con frecuencia sobre esa función. Pero, aún así, el presidente es, como el himno o la bandera, un emblema de esta democracia al que siempre se recibe con una ovación en el Congreso y ante quienes se ponen de pie los periodistas en las conferencias de prensa.
Es indudable que no todos los presidentes de Estados Unidos han tenido una conducta personal merecedora de ese respeto. Se rinde deferencia a la institución, no a la persona. Pero se confía, muchas veces con enorme decepción, en que la persona esté a la altura del cargo, y por esa razón se examina su pasado, se investigan sus aficiones, se cuestiona sobre sus creencias, sus principios y sus relaciones familiares. Y por eso también se observa con enorme atención a su mujer. No ha habido aún ningún caso de una presidenta, por lo que no existen pruebas de que eso ocurra a la inversa. Solo ha habido un presidente soltero en la historia, James Buchanan, y otro que se casó durante su presidencia, Grover Cleveland. De los siete que enviudaron en ejercicio, cuatro volvieron a casarse mientras estaban en la Casa Blanca.
Practicamente siempre, por tanto, los norteamericanos han tenido una primera dama. Entre las más recientes, casi todas mejoraron a sus maridos. Unas, con un gran protagonismo, como Hillary Clinton o Nancy Reagan, y otras desde una posición más oscura, como Barbara y Laura Bush, la esposas, respectivamente del primer y el segundo presidente George Bush. El mito indudable es Jacqueline Kennedy. Sin embargo, es Eleanor Roosevelt la unánimemente reconocida como la mejor primera dama de la historia. Su biografía y su ejemplo dan para varios post, así es que me limito a remitirles a la numerosas publicaciones al respecto, como el magnífico libro de Jean Edward Smith FDR.
¿Qué tal Michelle Obama? Su marido y los asesores de su marido tienen una enorme confianza en ella, como demuestra el hecho de que, con bastante sorpresa, le hicieran hablar junto al presidente este miércoles (vídeo) durante la gira en autobús que ha hecho por los estados de Carolina del Norte y Virginia. Los responsables de prensa de la Casa Blanca nos advirtieron antes de un acontecimiento que no nos podíamos perder. El acontecimiento resultó ser Michelle.
La idea es que Michelle humaniza a Obama, le complementa ese lado frío y académico que a veces ofrece el presidente. Michelle ha sido descubierta haciendo la compra en un supermercado de precios bajos, como cualquier ama de casa en estos tiempos difíciles, lleva a la familia a comprar calabazas para Halloween y consigue sacar a su pareja a cenar en privado algún que otro fin de semana. También cumple con las obligaciones tradicionales de las primeras damas, como visitar colegios y preocuparse por la alimentación familiar. Pero ella ha extendido esa labor hasta convertirla en una causa a favor de una mejor nutrición para toda la población. Ayudada por algunos cocineros relevantes, entre ellos el español José Andrés, Michelle impulsa diversos proyectos para que los norteamericanos coman de forma más sana.
Al principio del mandato llevó ese propósito hasta algunos extremos, como el de abrir un mercadillo de alimentos naturales todos los jueves en las calles próximas a la Casa Blanca, lo que generó gigantescos problemas de tráfico, o el de construir un huerto en la residencia presidencial. Parece ser que el huerto sigue aquí, pero nadie ha vuelto a hablar de él.
En plena Obamamanía, Michelle quiso recuperar el papel social que la Casa Blanca tuvo con Jacqueline y organizaba todos los miércoles unas reuniones informales a las que asistían congresistas, políticos y periodistas de renombre. El clima político en seguida se deterioró mucho en Washington, y esas terturlias son ya muy esporádicas.
No se puede calificar a Michelle de una mujer sencilla. Usa ropa cara, se peina con sofisticación y guarda las distancias. No soy capaz de decir si los norteamericanos la quieren. Aunque esto sea un asunto intratable en este país, su raza ejerce una cierta influencia en la proximidad afectiva con sus compatriotas. Pero lo que sí es seguro es que la respetan. Nunca, ni en los más sangrantes cruces de acusaciones, se la ha incluido como blanco de críticas. Solo una vez, precisamente con ocasión de su semana de vacaciones en Marbella en el verano de 2010, se le hicieron algunos reproches por la elección de un lugar que aquí se considera tan elitista. Su popularidad supera el 60% -69% en una encuesta de Fox este año- y, aunque hay algunos síntomas de que puede estar a la baja, Michelle es todavía claramente un activo para el presidente.

Por: Antonio Caño  from elpais.com   21 de octubre de 2011

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