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Son muchas las personas que tras sufrir un fuerte traumatismo, o incluso sobrevivir a una muerte clínica, han contado una serie de experiencias comunes que el mundo del cine, televisión o los amantes de lo paranormal han tratado de explicar y popularizar.
Sentir que el alma abandona el cuerpo, ver pasar tu vida ante tus ojos y descubrir una luz cegadora al final de un túnel son algunas de las vivencias más repetidas, pero ¿realmente ocurren?
Más allá de aceptar la idea de que se trata de algo digno de Cuarto Milenio, la ciencia ha encontrado una explicación neurológica en la que no hay sitio para los espíritus ni trabajo para Melinda, sino que se trata de una mala pasada del cerebro, un descontrol de los niveles de dopamina debido a un suceso traumático.
Una nueva investigación realizada por científicos de las universidades de Cambridge y Edimburgo, publicada en la revista científica Trends in Cognitive Sciences, sugiere que muchos de estos fenómenos tienen una explicación biológica.
La sensación de estar muerto no se limita a las experiencias cercanas a la muerte. Existe un curioso síndrome, el de Cotard o de los muertos vivientes, en el que los pacientes tienen la ilusión de que han fallecido después de un trauma muy fuerte, por cambios en la corteza parietal y prefrontal.
Las experiencias extracorpóreas, la sensación de dejar el propio cuerpo y flotar sobre el mismo en la habitación, son comunes al despertar o cuando se tiene una parálisis del sueño, en la que uno se siente paralizado al mismo tiempo que es consciente del mundo exterior.
Un estudio anterior encontró que estas experiencias pueden inducirse artificialmente estimulando áreas concretas del cerebro.
En cuanto a la revisión de la propia vida, el culpable puede ser una región cerebral que libera noradrenalina, una hormona del estrés que se libera sin control durante un trauma.
Los investigadores creen que algunos medicamentos y drogas, como la ketamina, pueden desencadenar euforia, experiencias extracorpóreas y alucinaciones.
Esta ketamina afecta al sistema opioide del cerebro, que puede activarse de forma natural cuando los animales son atacados. Un gran trauma lo provocaría en el ser humano.
Y en el caso del túnel de luz, puede suceder que el flujo sanguíneo y de oxígeno se agote en el ojo, algo que podría producirse ante una situación extrema cercana a la muerte.
¿Más bonito imaginar la versión televisiva? Pues sigamos soñando.
Vía ABC Science por Capitan Tomate from xatakaciencia.com 25 de octubre de 2011
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