martes, 18 de octubre de 2011

Deja ya el teléfono y mírame


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Últimamente hablamos con insistencia de lo mucho mejor que es el mundo gracias a Internet, y lo mucho más conectados que estamos los unos con los otros. Yo discrepo.
En los restaurantes se ve a muchas familias sentadas con sus smartphones encima de la mesa. En cuanto la conversación se hace aburrida o tensa, los niños o sus padres cogen su pantallita electrónica y se auto excluyen de la conversación. O quizás baste con que el teléfono anuncie una llamada de cualquier desconocido para interrumpir ese rato de conexión familiar con un “me parece que se ha equivocado de número”.
Los estudios empiezan a hablar de familias que se comunican dentro de casa por mensajitos desde una habitación a otra y de nuevas adicciones a los cambios de estado y cotilleos que aparecen en las redes sociales. Se diría que no es un estado de mayor conexión, sino de mayor intermediación electrónica de nuestras conexiones.
Es obvio que un cara a cara no puede sustituirse por un texto en pantalla, pero alguna mano invisible nos está convenciendo a todos de que estar permanentemente conectado a internet es mucho más eficiente y práctico que gastar tiempo innecesario en ir a un sitio para ver a un amigo o un colega de trabajo.
El primer problema con la conexión a través de una pantalla es que da completo predominio al lenguaje verbal. Aísla el resto de percepciones sensoriales que actúan inconscientemente en cualquier encuentro cara a cara para interpretar le mensaje explícito. Más del 90% del mensaje que recibimos de nuestro interlocutor se compone de señales no verbales como el tono de voz, la mirada, la postura corporal o el modo de respirar del otro. Este 90% queda amordazado cuando nos comunicamos a través de una pantalla.
Entonces, ¿el cariño es algo que uno tiene que verbalizar continuamente o es uno de esos mensajes que se sobreentienden la mayoría del tiempo en el modo de decir las cosas? Y, si se trata de conversaciones profesionales, ¿cómo se expresan el compromiso, la desmotivación o la falta de confianza? Aunque es cierto que podemos leer entre las líneas de alguien a quien conocemos bien, también lo es que acabamos metiéndonos en peleas ridículas por no llevar el conflicto al cara a cara.
Adiós a las reacciones inesperadas
El segundo problema de la conexión por pantalla es que somete todo lo que ocurra a nuestra voluntad, es decir, elimina todas las sorpresas y posibilidades que salen de lo que no buscamos intencionalmente. Al escaparnos del momento incómodo en el restaurante inhibimos la declaración de tristeza inesperada de nuestro hijo adolescente. Perdemos la oportunidad de escucharlo, consolarlo, acompañarlo. Y así vamos perdiendo contacto con él poco a poco y sin notarlo.
Lo mismo ocurre a nivel profesional, puesto que las reuniones que no hemos mantenido por ahorrar tiempo no han dado paso a la idea nueva sobre cómo enfocar este cliente, o a compartir la incomodidad surgida alrededor del proyecto fracasado de hace dos semanas. Los momentos incómodos o aparentemente lentos de nuestras interacciones cara a cara son a menudo los espacios que preparan una nueva idea, una confesión incómoda o incluso un conflicto latente que aún puede resolverse sin grandes perjuicios.
Lo cierto es que gran parte de los ideales de gestión que perseguimos se producen en la parte inconsciente de nuestras interacciones: la creatividad y la innovación, el liderazgo, la confianza, la gestión de la incertidumbre o la comunicación, por citar algunos. Son conceptos que se materializan siempre en la conexión humana, y que sólo perduran en la interacción a través de pantallas cuando tienen base en el cara a cara.
Internet, las redes sociales y los mensajitos de móvil a móvil nos abren muchas posibilidades para gestionar la información de modo más eficiente. Pero más que conectarnos, interrumpen nuestra conexión. Aunque nos engañemos con esa ilusión de que todo el mundo está a nuestro alcance con un golpe de click.

Por Pino Bethencourt  from elconfidencial.com    17/10/2011

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