sábado, 10 de diciembre de 2011

Europa: se acabó el chantaje, se acabó la parálisis


Foto from ellitoral.com

La cumbre ha alumbrado por fin un gran proyecto, aún incompleto, de unión económica que complete la unión monetaria.
Ha muerto una Europa y otra ha empezado a nacer. La cumbre de Bruselas ha alumbrado por fin un gran proyecto (aunque aún incompleto) de unión económica que complete la unión monetaria iniciada con la creación del euro en 1999. Era una asignatura pendiente clave. Iba en ella la supervivencia de la moneda única, seguramente del mercado interior y quizá de la propia Unión. Para garantizarla, la cumbre ha tenido que prescindir de lastre, de quienes se negaban a dar el paso, Reino Unido y Hungría,por intereses nacionalistas, gallináceos o fundamentalistas.
Contrariamente a lo que pueda parecer, no surge una UE más fracturada, porque las fracturas ya estaban,pero siempre se aplazaba su sutura. No nace una Unión con menos miembros,porque los 27 seguirán siendo los 27. Pero habrá dentro de ellos una eurozona ampliada más articulada, una Unión premium,con voluntad expresa de emprender no sólo su "integración presupuestaria", sino también de trazar una "política económica común".Palabras mayores. Se inaugura así la doble velocidad formal (aunque de hecho la libertad de circulación de Schengen y el propio euro ya venían a constituir dobles círculos) que permitirá cancelar el chantaje del veto de un solo socio, y por tanto la parálisis del conjunto, posibilitadas por la persistencia del voto por unanimidad. Como por ejemplo, ante la necesidad de avanzar hacia una unión económica que comportará una más honda regulación financiera y bancaria común, una convergencia impositiva (al menos en Sociedades y con la Tasa Tobin) y la desaparición de estatutos privilegiados de algunos.
Hay que celebrar esa doble velocidad, porque la velocidad única que teníamos no era velocidad, era ir siempre al ritmo lento del socio más perezoso o egoísta. Era, cada vez más, la parálisis. Ahora habrá un "grupo de vanguardia" (como evocaba Jacques Delors), nutridísimo, quizá de 25 socios. Un "núcleo duro", como por vez primera propusieron, en septiembre de 1994, los demócrata-cristianos alemanes Karl Lammers y Wolfgang Schauble (sí, el mismo Schauble de hoy) en un sonado documento que consagró la idea de la doble velocidad. Esperaban entonces que eso no implicara "el abandono de la esperanza de que Gran Bretaña asumirá su papel en el corazón de Europa ya sí en su núcleo", vana esperanza.
Esas formulaciones abrieron paso en el Tratado a las "cooperaciones reforzadas" y a las "cooperaciones estructuradas", como la prevista para la eurozona en el artículo 136. Y eso no debe resultar necesariamente en una "Europa a la carta", más desordenada, con capas impermeables de miembros siempre condenados a no promocionar de categoría. Para evitarlo conviene recordar que esas cooperaciones exigen, según el vigente tratado, que se respete y no se fragmente el acervo jurídico comunitario; que no se diluya el peso de las instituciones comunes; que se trate de asociaciones más estrechas pero siempre abiertas a la incorporación de los restantes socios.
La vía abierta esta madrugada, por mayoría cualificadísima, al nuevo Tratado, certifica la segunda muerte de la EFTA, que parecía haberse infiltrado en, e infectado a, la Unión. La EFTA era la Asociación de Libre Comercio que promovió en 1959 Reino Unido para competir contra la Comunidad Económica Europea creada por el Tratado de Roma en 1957. La alternativa de una zona de mero librecambio sin articulaciones económicas superiores murió por inanición, al ingresar algunos de sus socios más relevantes (Austria, Finlandia, Suecia) en la UE en la ampliación "nórdica" de 1995. Quedó en un Espacio Económico Europeo que ha ido sirviendo como sala de espera y aprendizaje para los candidatos aún no preparados para el ingreso. Pero si la EFTA-institución quedó arrumbada, no así su filosofía, que Londres desarrollaba apoyando con gran ímpetu cualquier ampliación, porque así era más fácil diluir la articulación o cohesión interna del club, y ejerciendo todo tipo de --siempre sofisticado--filibusterismo institucional.
En realidad, todas las ampliaciones (al Oeste, al Sur, al Norte y al Este) fueron precedidas o inmediatamente seguidas de una profundización, a través de una reforma del Tratado, para que no chirriasen las costuras de una asociación inicialmente pensada para seis socios, hoy casi quintuplicada. El problema es que, como ha demostrado la poca vivacidad de los avances europeos desde la vigencia del último gran texto, el de Lisboa, éste estaba incompleto (sobre todo en lo económico, con cambios menores desde Maastricht) y era poco funcional para permitir decisiones ágiles de 27 Estados miembros.
Con la de ahora, las grandes mutaciones en la unificación económica se han producido cada veinte años. En1970, con el Informe Werner que abrió paso a una coordinación monetaria que culminó en el Sistema Monetario Europeo (la segunda serpiente) de1979; en 1991, con el Tratado de Maastricht que diseñó la moneda única, creada en 1999. En 2011, cuando lo que se prometía como una unión fiscal limitada a vigilar la disciplina presupuestaria, ha puesto las bases de un compromiso más amplio de integración económica.
Con el paradigma anterior, consistente en mantener a todos en el mismo barco a cualquier precio,ganaba el chantaje. Con Margaret Thatcher y John Major, pero también con Toni Blair y Gordon Brown, aunque en menor medida porque era algo más proeuropeos,en caso de conflicto el problema lo tenía Europa. Ahora el problema lo tiene Reino Unido. Si hay niebla en el canal de la Mancha, son las islas las que marginadas,contra el famoso titular de The Times, "Europa está aislada", de la época imperial. Y si perdemos un poco de Gran Bretaña,ganamos a cambio un mucho de Polonia, la revelación europeísta de la temporada.
Con la experiencia de más de medio siglo, la nueva planta de la Unión debe plantearse la eliminación casi completa del requisito de unanimidad. No ya por furor europeísta, sino por pragmatismo. Desde que se liberalizaron los movimientos de capitales en los años ochenta y se generó la globalización, mercados y agentes financieros toman sus decisiones casi al nanosegundo. Mientras que Gobiernos e instituciones se arrastran durante meses para conseguir redactar un reglamento que, una vez impreso, requiere al instante ser modificado. Las decisiones por mayoría cualificada deben ser la norma, también por ser más rápidas. Es la única manera de adaptarse a la velocidad de los mercados e intentar encauzarlos. La vía para superar dualidad de velocidades que debe preocuparnos: la del dinero y la de la democracia.

Por Xavier Vidal-Folch   from elpais.com    9 DIC 2011

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