Seguidores de PEGIDA sostienen carteles contra Angela Merkel durante una manifestación en Dresde. (Reuters)
Esta crisis a cámara lenta estallará a escala continental con las elecciones de mayo. Los partidos antiUE pueden conseguir un tercio de los escaños. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Se suele atribuir al economista alemán Rüdiger Dornbusch la frase según la cual “las crisis tardan en llegar más de lo que creías, pero cuando llegan lo hacen de manera mucho más rápida de lo que esperabas”. La gran crisis financiera de 2008 puso en marcha una subsecuente crisis política, pero con una enorme lentitud. En España, en 2012 comenzó un “procés” todavía tentativo y en 2014 Podemos entró en el Parlamento Europeo. En 2015, tuvieron lugar la gran crisis de los refugiados de procedencia siria, un millón de los cuales fueron acogidos en Alemania por Angela Merkel, y la llegada al poder de Syriza en Grecia, con las consiguientes negociaciones con la Comisión Europea para renegociar una gigantesca e impagable deuda.
En 2016, se produjeron la victoria del Brexit en el referéndum convocado por el primer ministro británico David Cameron y el rechazo a las reformas del primer ministro italiano Matteo Renzi en un referéndum convocado por él mismo. En 2017, en Francia, Marine Le Pen pasó a la segunda ronda de las elecciones presidenciales; en Países Bajos, el partido populista de derechas de Geert Wilders logró la segunda posición en las elecciones parlamentarias; y en Alemania, Alternativa para Alemania entró en el Bundestag con más del 12% de los votos. En 2018 se formó en Italia la coalición de gobierno entre la Liga y 5 Estrellas.
Esta crisis a cámara lenta, según este relato, estallará repentinamente a escala continental con las elecciones al Parlamento Europeo del próximo mayo: los democristianos y socialdemócratas podrían perder la mayoría, según un pronóstico del European Council on Foreign Relations, y los partidos anti-UE conseguir un tercio de los escaños. Lo cual podría llevar, de acuerdo con el ECFR, a “desde abolir sanciones a Rusia, hasta bloquear la agenda comercial exterior de la UE”. De alguna manera, su mensaje de “otra Europa es posible” (menos liberal, menos abierta, más nacionalista) lograría una mayor legitimidad, y su capacidad para “paralizar la toma de decisiones de la UE desactivará el argumento proeuropeo de que el proyecto es imperfecto pero susceptible de ser reformado”. En ese momento, dice el ECFR con cierto dramatismo, ya “estaríamos en el tiempo de descuento”.
Pero, ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Básicamente hay dos explicaciones que, aunque no son ni mucho menos incompatibles, enfatizan motivos distintos. Una explicación es la económica: la crisis financiera afectó mucho a la clase media, las instituciones de la UE fueron extremadamente lentas a la hora de buscar una salida de la crisis, al tiempo que dejaron a los gobiernos nacionales sin apenas herramientas para abordarla por su cuenta. El desempleo, la reducción de los servicios públicos y la falta de empatía provocaron una ira contra las élites políticas y económicas basada en el resentimiento, pero también en el miedo a no recuperar una vida decente.
José Fernández-Albertos elabora de manera más sofisticada esta tesis en su libro 'Antisistema. Desigualdad económica y precariado político' (Catarata). “Lo que tienen en común los individuos que se ven atraídos por estas opciones antisistema -dice- es su percepción de que sus vidas no son suficientemente reconocidas, que la sociedad no otorga valor a lo que ellos aportan”. A partir de eso, “la predisposición a adoptar valores autoritarios es en parte consecuencia de sufrir cambios económicos negativos”.
La otra versión está magníficamente sintetizada en el libro 'After Europe', del pensador búlgaro Ivan Krastev, y se puede resumir en dos palabras: “pánico moral”. “Uno de los grandes impactos de la crisis de los refugiados en la política europea es el pánico moral que ha provocado, una sensación de que la situación se ha escapado al control. La miríada de actos de apertura hacia los refugiados que huían de la guerra y la persecución que vimos en 2015 en lugares como Alemania o Austria, se ven hoy sustituidos por lo contrario: una ansiedad iracunda provocada por la posibilidad de que esos mismos extranjeros, a los que hace unos años se les dio una cálida bienvenida, pongan en riesgo el modelo de estado de bienestar y la cultura de Europa, y que destruyan nuestras sociedades liberales”. Eso, sumado a una rápida transformación tecnológica, ha llevado a los votantes de los nuevos movimientos populistas a tratar de detener el tiempo, para que su mundo permanezca lo más invariable posible. O, incluso, a intentar darle marcha atrás.
Los dos argumentos, el económico y el identitario, son juiciosos y probablemente se realimenten. Cabe pensar que la crisis política no se habría producido de no haber tenido lugar la financiera. Pero, por poner solo algunos ejemplos, AfD crece en Alemania en un momento de pleno empleo y sueldos al alza, Vox lo ha hecho cuando en España el crecimiento es razonable y en Reino Unido quienes votaron mayoritariamente a favor de la salida de la UE fueron los mayores, menos golpeados por la crisis que los jóvenes, que votaron mayoritariamente por permanecer en ella. Por otro lado, el mayor pánico moral por la llegada de refugiados e inmigrantes se produjo en Polonia y Hungría, países en los que apenas hay refugiados ni inmigrantes.
Pero el hecho es que ambas ansiedades han creado una ira permanente contra unas élites tradicionales que, a juicio de muchos ciudadanos, y no sin algunas buenas razones, simplemente no sabían lo que hacían: los economistas no acertaron en sus predicciones económicas, los financieros no supieron calcular los riesgos, los periodistas no entendieron lo que estaba pasando y los políticos no hicieron nada al respecto. No parece muy probable que, si las nuevas élites consiguen sustituir en el poder a las élites tradicionales, sean capaces de hacerlo mejor. Pero tampoco está claro cómo se rehacen los viejos lazos de confianza con unos tecnócratas de los que se esperaba, al menos, que no metieran la pata.
Quizá el gran estallido que se espera para el mes de mayo tenga menos consecuencias de las que anuncia el ECFR. Es probable que sigamos experimentando crisis lentas, episódicas, conectadas entre sí y de repercusión tardía. Lo cual no es una buena noticia. Pero es la situación económica e identitaria en la que los europeos nos estamos acostumbrando a vivir.
AUTOR
RAMÓN GONZÁLEZ FÉRRIZ 21/02/2019
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