El amor entre humanos y robot ha sido un tema recurrente en la ciencia ficción (TheCrimsonMonkey / Getty Images/iStockphoto)
Los expertos pronostican que cuando la gente deje de ser biológica al 100% será inevitable que nazca el amor entre humanos y dispositivos digitales
El cerebro humano es la fuente de las emociones, las experiencias y los recuerdos de las personas. Por este motivo, muchos científicos consideran que si hubiese que replicar la estructura y la función del intelecto de los seres de carne y hueso, habría que reproducir las vivencias que este lleva asociadas, lo que equivaldría a repetir artificialmente sensaciones subjetivas.
Como señaló en la novela publicada en 1982 2010: Odyssey Two (Space Odyssey) el eminente escritor de ciencia ficción Arthur C. Clarke, “tanto si hemos sido creados a partir del carbono como a partir del silicio, cada uno de nosotros debe ser tratado con el debido respeto”. Con este presupuesto, investigadores como Ray Kurzweilpronostican que llegará el momento en el que las personas se declaren a sistemas de inteligencia artificial.
¿Tan cerca de la realidad está el relato que se desarrollaba en la premiada película Her(Spike Jonze, 2013), en la que un hombre, personaje interpretado por el actor Joaquin Phoenix, entablaba una relación afectiva con un sistema operativo informático, con la voz de Scarlett Johansson? El propio Kurzweil predice que la inteligencia artificial estará a “nuestro nivel” en 2029, y que será mil millones de veces más capaz que los humanos en 2040.
Según indica este experto, en el siguiente nivel “llegaremos a la fusión con las máquinas”. En un mundo en el que la existencia de las personas en buena medida no será biológica, será inevitable que haya amor entre humanos y dispositivos tecnológicos, añade. Warren Brown, psicólogo del Seminario Teológico Fuller y miembro del Instituto de Investigación Cerebral de la UCLA (Estados Unidos), señala que la conciencia “podría estar encarnada en algo no biológico”.
La facultad de experimentar apasionadas y poderosas formas de amor ha sido una de las ventajas evolutivas que ha permitido que las personas hayan progresado como especie. Ello ha estimulado el impulso de procrear y de mantener vivos a los seres queridos y a uno mismo. La posibilidad de programar la inteligencia artificial para que pueda sentir amor serviría para alejar las previsiones más apocalípticas sobre la cuarta revolución industrial.
Los avances en aprendizaje automático y profundo han propiciado que los robots y los ordenadores rivalicen con la gente en áreas que tradicionalmente habían sido monopolio de los individuos: el reconocimiento de patrones, el procesamiento del lenguaje natural, etc. Las redes neuronales artificiales mejoran sin necesidad de que se dé la intervención humana. Por ahora, uno de los límites lo constituye la conciencia. Por ese motivo, costaba enamorarse de un objeto inanimado que no reflexionaba ni podía corresponder los sentimientos. Sin embargo, la situación está cambiando, y con ella, sus consecuencias.
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