sábado, 8 de junio de 2019

El Papa pone coto al negocio de los milagros en Lourdes

Visitantes de Lourdes, en una tienda de recuerdos, cerca del santuario.

Visitantes de Lourdes, en una tienda de recuerdos, cerca del santuario. GETTY IMAGES

Francisco interviene el santuario y manda a un delegado para recuperar el lado espiritual del lugar, sepultado por su vertiente comercial y turística



El santuario de Lourdes funciona como un tiro. Los números cada vez son mejores: crecen las visitas y aumenta el presupuesto. Pero los peregrinos se han convertido en clientes o turistas, objetos de deseo de la caja registradora. Reciben un trato demasiado lejano al de unos devotos que viajan hasta este lugar remoto para la oración en busca de algún milagro, sostiene la Santa Sede. Sobra marketing, en suma, y falta algo de fe. Así que, tras el veredicto del arzobispo Rino Fisichella, presidente del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, a quien Francisco confió la tarea de mejorar el cuidado pastoral de los santuarios, el Papa ha decidido intervenir Lourdes para que recupere su dimensión más espiritual y abandone su deriva empresarial.
Lourdes es la joya de la corona de los milagros. Desde que la niña Bernadette Soubirous afirmó haber presenciado casi una veintena de apariciones de la Virgen María en la gruta de Massabielle, hace 161 años, se han contabilizado unos setenta milagros validados y más de 7.000 curaciones sin explicación científica. Medallas, souvenirs religiosos y locales tematizados conforman el valle de los Pirineos que se ha convertido en una suerte de parque temático del que viven la mayoría de sus 15.000 habitantes.

Las finanzas del cielo siempre fueron difíciles de gestionar. Lourdes, sin embargo, era una excepción en estos momentos. Francisco ha ignorado este dato y ha decidido intervenir el lugar. El jueves mandó a monseñor Antoine Hérouard, obispo auxiliar de Lille, para sustituir temporalmente al pastor de dicha diócesis, Nicolas Jean René Brouwet, y poner orden. Tras años de crisis, en 2016 se nombró como director al economista Thierry Lucereau para sanear las cuentas y relanzar el santuario que, además, había perdido numerosos peregrinos. Y funcionó. Pero el Vaticano, tal como ha expresado en su web a través del director editorial de la Santa Sede, cree que ahora se debe “acentuar la primacía espiritual sobre la tentación de subrayar demasiado el aspecto empresarial y financiero, y quiere promover cada vez más la devoción popular que es tradicional en los santuarios".
Los enviados del Papa leyeron su carta el jueves en Lourdes, uno de los centros de peregrinación más concurridos del mundo (alrededor de tres millones de visitantes, pero no existe una cifra exacta). Los capellanes y los gestores del santuario descubrieron de repente que no era suficiente con que el santuario funcionase económicamente y hubiese salido de su crisis. La misión del lugar estaba siendo pervertida. “Tras las verificaciones correspondientes, quiero saber qué otras formas puede adoptar el santuario, además de las múltiples ya existentes, para convertirse cada vez más en un lugar de rezo y testimonio cristiano acorde con las exigencias del pueblo de Dios”.
El personal del santuario hace tiempo que no estaba contento. La subida de precios, el trato a los peregrinos y las exigencias laborales habían sublevado a algunos de ellos. El gestor contratado en 2016 como manager, Guillaume de Vulpian, un exdirectivo de Renault, llevó a cabo su objetivo saneando las cuentas (tenían un agujero de 2,3 millones de euros) e incrementando el presupuesto hasta unos 30 millones de euros. Todo ello se hizo a cuenta, entre otras cosas, de subir la tasa de pernoctación de 2 a 2,5 euros al día y de exprimir al límite a algunos de los 330 empleados, muchos en edad de jubilación.
El Vaticano considera que se dejaron de lado las necesidades de los visitantes, que en ocasiones son enfermos que han viajado miles de kilómetros en busca del milagro que les cure. Francisco, que a menudo critica en sus discursos estas prácticas en las multinacionales, hace tiempo que intenta que no suceda en los organismos de la propia Iglesia.

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