lunes, 7 de septiembre de 2020

La larga historia del trastorno bipolar

 

En 'Autorretrato con una botella de vino', Edvard Munch refleja sus conflictos internos.

 Terceros


Friedrich Nietzsche, Edvard Munch, Robert Schumann o Virginia Woolf son algunos de los personajes que sufrían esta dolencia, un mal tratado desde la Antigüedad



“Una mujer de Tasos […], como resultado de un dolor justificado, se volvió lúgubre; sufría insomnio, perdió el apetito […], tenía miedo y hablaba demasiado; mostraba un gran abatimiento […], utilizaba un lenguaje sin sentido […], padecía dolores intensos, brincaba y no podía ser sujetada”. Esta descripción del médico griego Hipócrates (ss. V-IV a. C.) podría ser el primer caso del que tenemos noticia de una persona con lo que hoy conocemos como trastorno bipolar.

Según la medicina hipocrática, toda enfermedad surgía de un desequilibrio de los cuatro humores que componían el cuerpo humano: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra. Un exceso de esta última (del griego melasté, negro, y kholé, bilis, literamente, melancolía) daría lugar a un temperamento melancólico, léase depresivo. En cambio, un exceso de sangre o de bilis amarilla derivaría en ataques de manía (probablemente del griego ania, angustia, aunque en la literatura griega clásica este término también describe otros estados).

Hoy identificamos estos ataques como períodos de actividad frenética que, en algunos casos severos, pueden acompañarse de psicosis. Hipócrates consideraba ambos síntomas como pertenecientes a enfermedades distintas, pese a que en la descripción que hizo de su paciente se aprecia una alternancia de signos depresivos (abatimiento y pérdida de apetito) con maníacos (incapacidad para el descanso y verborrea). Melancolía y manía eran los dos extremos de la dolencia mental, extremos esenciales en la medicina griega, de carácter eminentemente binario.

Areteo de Capadocia (s. I) fue uno de los primeros médicos en proponer que ambos extremos podían pertenecer a la misma enfermedad. Para él, la melancolía podía ser el principio de la manía. Algunos autores creen que Aristóteles, tres siglos antes, ya había anticipado esta posibilidad.

Pintura medieval que representa a dos de los grandes médicos de la Antigüedad, Galeno e Hipócrates.

Pintura medieval que representa a dos de los grandes médicos de la Antigüedad, Galeno e Hipócrates.

 Dominio público

Del círculo a la alternancia

Una de las primeras descripciones modernas del trastorno bipolar se debe al médico de corte Andrés Piquer-Arrufat, profesor de Anatomía en la Universidad de Valencia. En su Discurso sobre la Enfermedad del Rey Nuestro Señor Don Fernando Sexto (que Dios guarde), escrito en 1759, a la muerte de su paciente, Piquer-Arrufat considera la melancolía y la manía como dos aspectos de un mismo mal, entre los que la mente del enfermo se alterna. En este tratado, el especialista aragonés acuña el témino affectio melancholico-manica

Un siglo después, los franceses Jean-Pierre Falret (en 1851) y Jules Bailleret (en 1854) describieron, respectivamente, la folie circulaire (locura circular) y la folie à double forme (locura de dos formas). Aunque ambos psiquiatras se referían a trastornos de tipo bipolar, existía una fuerte rivalidad entre sus posiciones. Falret tenía muy en cuenta para su diagnóstico el intervalo de tiempo en el que se presentaban los diversos síntomas, algo carente de importancia para Bailleret, que publicó sus estudios en respuesta a los de su colega.

Sin embargo, fue el influyente psiquiatra alemán Emil Kraepelin, para algunos el padre de la psiquiatría moderna, quien sentaría las bases de la clasificación moderna de las enfermedades mentales, al establecer el concepto de locura maníaco-depresiva en 1899.

Existe una cantidad significativa de personajes que atribuyeron a su enfermedad una producción artística sobresaliente

Genios melancólicos

Aristóteles ya propuso la asociación del carácter melancólico con la excepcionalidad. También se preguntó la razón por la que todos los que sobresalían en filosofía, poesía o las artes eran melancólicos. En efecto, la historia nos revela una cantidad significativa de personajes que atribuyeron a su enfermedad una producción artística sobresaliente. 

Aunque algunos psiquiatras dudan de la completa validez de los estudios que vinculan una mayor creatividad con enfermedades mentales como el trastorno bipolar, otros defienden la idea. El caso es que no pocos genios han sufrido este trastorno.

Friedrich Nietzsche sufrió sufrió ataques maníaco-depresivos

Friedrich Nietzsche sufrió sufrió ataques maníacos e hipomaníacos.

 Dominio público

Desde su adolescencia, Friedrich Nietzsche padeció migrañas y una delicada salud. Parece ser que, a los 28 años, el filósofo alemán tuvo su primer episodio depresivo, acompañado de pensamientos suicidas. Diez años después empezó a sufrir ataques maníacos e hipomaníacos (una forma leve de manía). Pero Nietzsche agradece a su enfermedad –y a todo lo que era imperfecto en él– el haberle “proporcionado un centenar de puertas traseras de escape”.

En la misma línea, Edvard Munch, que pasó varias épocas de su vida en instituciones psiquiátricas, escribe: “Mis problemas son parte de mí y de mi arte; si los destruyera, destruiría mi arte. Quiero mantener mis sufrimientos”. Conforme sus ataques se agravan, no puede separarse de sus obras, y todo lo que se presente frente a él debe pintarlo. El artista trasladó el paisaje de su cerebro al lienzo, un paisaje que se funde con el personaje, como en El grito, y amenaza con tragarlo.

Litografía que representa a ocho mujeres en los jardines del Hospital de la Pitié-Salpêtrière a mediados del siglo XIX.

Litografía que representa a varias mujeres en los jardines del Hospital de la Pitié-Salpêtrière a mediados del siglo XIX.

 Dominio público

Acerca de esta pintura, Munch deja una nota escrita en 1892. No podemos menos que estremecernos al leer en ella la descripción de su estado mental mientras concibe su obra más famosa: “Iba caminando con dos amigos por el paseo, el sol se ponía, el cielo se volvió de pronto rojo –yo me paré–, cansado, me apoyé en una baranda –sobre la ciudad y el fiordo azul oscuro no veía sino sangre y lenguas de fuego–, mis amigos continuaban su marcha y yo seguía detenido en el mismo lugar, temblando de miedo, y sentía que un alarido infinito penetraba toda la naturaleza”.

En poco se asemeja el alarido maníaco de Munch a la melancolía de la pieza Träumerei, de Robert Schumann. Sin embargo, ambas figuras comparten diagnóstico. El compositor alemán nació en el seno de una familia con un historial significativo de enfermedades mentales. Sus cambiantes estados de humor guardan relación con su productividad. Componía más cuando se encontraba hipomaníaco, y se sentía incapaz de ello cuando le invadía la depresión. Schumann se lanzó al Rin en 1854. Tras este intento de suicidio fue internado en un hospital psiquiátrico, donde falleció dos años después.

Por desgracia, nadie pudo rescatar a Virginia Woolf cuando, a los 59 años, se lanzó al Ouse. Woolf veía su “locura” como la fuente de sus creaciones, y escribía, nos dijo, para alejar el dolor. Antes de morir envía una carta a su marido en la que le explica su decisión. Sabe que esta vez no podrá vencer a su enfermedad. Escucha voces, no puede leer. Su cuerpo sin vida es recuperado semanas más tarde.

Las dos caras del litio

Ocho años después, en 1949, un artículo publicado en el Medical Journal of Australia, firmado por John F. J. Cade, informaba de diez casos de pacientes aquejados de manía cuyos síntomas habían mejorado gracias a la administración de un sencillo fármaco: sales de litio

Hoy el litio aún se administra de forma rutinaria para tratar la depresión y el trastorno bipolar, y es uno de los medicamentos más potentes en la prevención del suicidio. Tal vez su uso hubiese salvado a Virginia Woolf, aunque quién sabe si quizá ello nos hubiera privado también de sus escritos. Curiosamente, este tratamiento podría haber sido vislumbrado en el siglo II por el médico griego Sorano de Éfeso, que recomendaba a sus pacientes tomar aguas alcalinas, ricas en sales de litio.

La escritora Virginia Woolf se suicidó.

La escritora británica Virginia Woolf.

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La lista de posibles afectados por trastorno bipolar es larga: Ernest Hemingway, William Faulkner, Francis Scott Fitzgerald, Charles Dickens, Piotr Tchaikovsky, Sergei Rachmaninoff, lord ByronPaul Gauguin

En la década de 1960, la definición de locura maníaco-depresiva cedió su puesto a la de trastorno bipolar, en un giro del lenguaje destinado a eliminar el injusto estigma que pesa sobre las personas con enfermedades mentales. Dos tercios de las depresiones pertenecen al espectro bipolar. Hasta un 2% de la población lo sufre.

Según la Asociación Nacional para la Salud Mental de Reino Unido (MIND), una de cada cuatro personas experimentará algún tipo de problema relacionado con la salud mental al menos una vez en su vida. Resulta esencial reconocer los síntomas de estas enfermedades y prestar ayuda sin ningún prejuicio a quienes las padecen.

No olvidemos que algunos psiquiatras consideran, como Aristóteles hace siglos, que los genes implicados en las enfermedades afectivas, como el trastorno bipolar, son los mismos que contribuyen al desarrollo de temperamentos geniales. O, como dirían los antiguos, que la melancolía es el precio a pagar por la sabiduría.


Un mal en el trono

Tres reyes afectados por esta enfermedad

El trastorno bipolar llegó a la corte española con la familia Borbón. Tanto Felipe V como su hijo Fernando VI sufrieron graves episodios maníacos que les mantenían despiertos durante la noche y les provocaban ataques de violencia contra ellos mismos, sus esposas y cortesanos. Tras varios intentos de suicidio, Fernando VI murió a los 45 años postrado en su cama y entre convulsiones.

La dolencia de Jorge III de Inglaterra se halla envuelta en controversia. Al tradicional diagnóstico de porfiria se suman voces que claman que, en realidad, padecía trastorno bipolar. Comoquiera que fuese, sufrió en sus propias carnes los tratamientos más salvajes de la época: sangrías, purgas y reclusión con camisa de fuerza durante meses.

Curiosamente, el rey fue víctima de dos intentos de asesinato por parte de dos enfermos mentales, Margaret Nicholson (en 1786) y James Hadfield (en 1800). En lugar de penarlos con la horca, a ambos se les internó en el hospital de Belén. El beneplácito del soberano no pudo ser más empático hacia el mal que lo trastornaba.




CARMEN AGUSTÍN PAVÓN