miércoles, 30 de septiembre de 2020

Google asalta la enseñanza universitaria, el urbanismo y la salud

El logo de Google en la central de energía solar de Ivanpah en el desierto de Mojave (California, EE.UU.) (Steve Marcus / Reuters)

El gigante tecnológico se proyecta en servicios sociales básicos que en muchos países son propios del Estado


 Ricardo vive y trabaja en Londres, tiene 49 años, y por su empleo –es director comercial de una empresa tecnológica– es usuario habitual del smartphone, utiliza a menudo el Google maps y mail entre otras app, y lo hace bajo el paraguas del sistema operativo Android, también de Google. Lo que no imaginaba es que sus datos en el Sistema Nacional de Salud británico (NHS en sus siglas en inglés) podrían acabar como ya acaban los de su móvil, en manos de la empresa con sede en Silicon Valley. Pero durante un breve espacio de tiempo, así fue. “Recuerdo la polémica. No fue muy cubierta aquí”, relata a La Vanguardia.

El caso es un ejemplo de lo que este gigante tecnológico toca fuera del radar de su muy popular buscador; de sus tentáculos que ya afectan a cada faceta de nuestro día a día y que buscan reinar incluso en pilares en la base del Estado como la sanidadeducaciónviviendaseguridad transporte público.


 

En el Reino Unido la noticia llegó a los titulares cuando se descubrió que una de las empresas filiales de Alphabet , la matriz de Google, tenía un acuerdo con el sistema sanitario del país para la gestión con inteligencia artificial de datos médicos. El objetivo era mejorar su servicio, pero el contrato hizo que los expedientes de más de un millón de personas fueron a parar –sin su consentimiento expreso– a las manos de DeepMind. Las dudas sobre la confidencialidad del paciente y la preocupación por su uso para otros fines (por ejemplo publicitarios) la hicieron caer. Y una polémica similar y con millones de afectados volvió a darse en EE.UU. Google acordó con una aseguradora católica estadounidense, Ascension, el acceso a millones de expedientes médicos en el país.

Uno y otro escándalo ponían así la lupa sobre un cambio que va más allá del gran éxito público de Google sea en el sistema operativo Android o de su buscador en Internet. Porque es tras la punta del iceberg, y tal y como relatan los expertos, que la compañía de Mountain View esconde una especie de nuevo Leviatán, en especial, en Occidente. En general –como explica Andoni Alonso, profesor de la Universidad Complutense especializado en filosofía de la tecnología–, en sectores costosos y de pocos beneficios inmediatos, aunque ámbitos “que son, a largo plazo, muy rentables, porque conforman nuestra vida cotidiana; porque son inelásticos, que dirían los economistas”.


 

Entre los nuevos intereses de Google está, como se ha mencionado, el de la salud, ya sea para aplicar la inteligencia artificial en su gestión a través de DeepMind (la empresa tras el escándalo en el Sistema de Salud británico, pero que se dedica también a otros muchos sectores), para crear en los laboratorios secretos de X lentes de contacto que monitoricen a los pacientes de diabetes y sus niveles de glucosa; o, sobre todo, para, a través de Calico, empresa creada en el 2013, intentar curar la muerte, objetivo al que destina grandes sumas de dinero con el fin de desarrollar tratamientos contra las enfermedades asociadas al envejecimiento, ya sea el cáncer, alzheimer, etc. –y en parte por el interés personal de Serguéi Brin, cofundador de Google y con antecedentes en su familia.

Siete años después de fundarse, Calico sigue en pie aunque no abundan sus publicaciones y sus trabajos continúan bajo un secretismo que lo inunda todo. Sus investigaciones, eso sí, van de la mano de la experiencia científica de su vicepresidenta, Cynthia Kenyon, una mediática profesora que a principios de los años 1990 descubrió cómo ciertas mutaciones en el gen daf-2 duplicaban la vida de un pequeño gusano. Y es que, según José Luis Martínez, catedrático de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) especializado en biotecnología, “no tengo conocimiento del trabajo de esta empresa, pero en el campo biotecnológico no es sencillo desarrollar nuevas estrategias y son trabajos por lo general a largo plazo. Calico parece estar involucrada en estudios del envejecimiento, y estos son complejos porque es difícil saber si se está ante causa o consecuencia además de que requieren tiempo. Siete años no son tantos, especialmente si el objetivo es terapéutico”.

Google también da el salto a la vivienda través de SidewalkLabs, fundada en el 2015 y orientada a la innovación urbana por medio –cómo no– de la tecnología, ya sea para la edificación, las infraestructuras o el planeamiento urbanístico. Hasta el momento ha desarrollado sobre todo planes piloto pero, más allá, ha participado junto a las autoridades locales en la planificación y el desarrollo de una vasta reconversión de los muelles de Toronto en Canadá; proyecto ahora mismo paralizado por la incertidumbre generada tras la crisis de la Covid-19. La empresa, sin embargo, continúa con su trabajo. Porque como señala su director, Daniel L. Doctoroff, desde esta filial de Google han salido “empresas innovadoras que abordan la construcción con madera, las herramientas digitales de planificación urbana, y seguimos con el objetivo de hacer de los vecindarios un entorno totalmente eléctrico”. La smart city es desde el inicio su bandera.

La educación es otro de los pilares en la base del contrato social, y, asimismo, otro de los sectores en los que Google se ha lanzado al ruedo. Según anunció el vicepresidente de la compañía, Kent Walker, el pasado mes de julio, empezará a impartir cursos específicos e intensivos, de apenas unos meses, que se equipararán con los títulos universitarios de cuatro años pero que en total serán a un precio menor a los 1.000 euros. Lo harán en alianza con Coursera, serán totalmente online –como lo son ya muchos títulos por la Covid-19 en la universidad presencial–, sin necesidad de contar con un título previo, y principalmente en inglés (aunque en alguno ya activo existe la posibilidad de realizarlo en otras lenguas, como en español o en portugués).

Google espera que el resto de empresas acepten y valoren sus certificados como lo harán ellos, de tú a tú con el diploma de las universidades tradicionales, lo que marcaría un antes y un después en el sector. Porque su modelo –insisten– es parejo al dominio de la técnica y especialidad profesional (sea en soporte técnico, data analyticsproject management o user experience). Sus intenciones de futuro, con todo, se resumen en su propio nombre: de la mano de Grow with Google (crece con Google) se gestiona lo que en otras partes se llama la Google University.

Por si no fuera suficiente, su abanico de intereses llega incluso al ámbito de la seguridad de la mano de Chronicle Security, su filial centrada en el análisis y aprendizaje de datos de seguridad para prevenir las amenazas y que tiene acuerdos con compañías de toda clase, desde industriales (Quanta), a culturales y de ocio (Aspen Skiing) pasando por empresas en España como ElevenPaths, de Telefónica. También al clásico think tank, con Jigsaw, que desde el 2016 usa tecnología punta para rastrear los dilemas geopolíticos en ámbitos como la censura, el extremismo, el acoso... O cómo olvidarse de Waymo, el proyecto de coches de conducción autónoma de Google que ha firmado acuerdos para complementar el transporte público y así hacer de lanzadera hasta las estaciones de bus y tren en grandes ciudades como por ejemplo Phoenix. Eso sí, las pruebas piloto llegan a decenas de urbes del país.

“Tras 20 años, Google [que se fundó en 1998] ha creado un auténtico tecnofeudo digital, pero no sólo en Internet. Está fuertemente involucrada en empresas militares en EE.UU., y también en financieras; de hecho hace dos años pidió la licencia para operar como entidad financiera global”, resume Javier Echeverría, catedrático del CSIC e investigador Ikerbasque en la Universidad del País Vasco especializado en sociología, tecnología e innovación. Porque “el poder de Google”, sigue, “está en una escala muy superior a la de cualquier Estado europeo, y a la de cualquier empresa europea”.

Todo ello, y desde el 2015, se engloba en Alphabet, una estructura empresarial por encima de Google que acumula decenas de siglas que hacen de esta corporación multinacional un pulpo cada vez más grande. El repaso a todas, divididas en las unidades propiamente de Google y las que lo hacen en las calificadas como de otras apuestas del grupo, poco o nada tienen que ver así con el popular buscador e incluso con Internet. Su ambición es “cambiar el mundo y para ello aplican la innovación en todo lo que se les ocurra. Llevan la tecnología a las manos de la gente de la manera más sencilla. Y ante los desafíos, plantean soluciones radicales. No están hechos para ganar dinero”, explica a este diario Enrique Dans, profesor de Innovación y Tecnología de IE Business School. Con todo, y como recuerdan los expertos, Google es una de las dos empresas del mundo con mayor capitalización en bolsa y sus presupuestos anuales por ejemplo para I+D, son superiores a los de Estados como Francia, y, de eso, hace años.

Es así que vivimos rodeados de tecnología y dependemos en gran medida de ella. Pero de todas las grandes tecnológicas, es Google la que se lleva la palma: reúne siglas y siglas que la hacen algo parecido a un Estado por el que todos pasamos, en el que todos estamos y también del que todos dependemos –aunque, a menudo, ni se sepa. Algo así como el nuevo Leviatán que empezó como un simple buscador digital, pero ya escapa de él. “Por cierto, el futuro pinta muy mal para la democracia. Tiene un poder político considerable, pero su poder económico y social es mucho mayor, sobre todo sobre los jóvenes. Y dicho poder es creciente, a diferencia del poder de los Estados, que es menguante. Ahora bien, ocurre que casi ninguno de los tecnofeudos informales es una organización democrática…”, concluye Echeverría.