La inseguridad laboral y vital causada por la pandemia eleva las consultas psiquiátricas y el consumo de ansiolíticos
Psiquiatras y psicólogos han tratado en España los efectos de una gran crisis económica (2008), atendido a supervivientes de atentados y consolado a padres que acaban de perder a hijos en cunetas. Esta vez, la COVID-19 provoca la tormenta perfecta: la vida dominada por la incertidumbre, las muertes sin luto –que dejan secuelas de culpabilidad- y las angustias laborales. Y sus efectos empezarán a notarse a partir de ahora, coinciden los especialistas entrevistados. “Este mes de agosto las urgencias psiquiátricas en el hospital Vall d’Hebron han aumentado un 20%”, constata el jefe del servicio de psiquiatría, el doctor Ramos Quiroga.
Son varias crisis en una. He aquí el problema. Entre las “filosóficas” aparece con fuerza el hundimiento de las certezas. “Hay personas que no tienen tolerancia a la incertidumbre. Vivían convencidas de que si uno hace esto y aquello tiene garantizado un resultado determinado. También la sociedad creía tener un control de todas las cosas. Y este panorama se agrava porque no hay respuesta al ¿y cuándo acabará esto?”, destaca el psicoterapeuta y divulgador Luis Muiño, padre de la memorable frase “creo que el 90 por ciento de las cosas que nos preocupan no van a suceder nunca”.
“Hay mucha gente que piensa que la vida son certezas cuando es todo lo contrario”
Para el doctor Ramos Quiroga, la pandemia ha tambaleado la convicción de muchas personas de que tenían sus vidas bajo dominio. “Hay mucha gente que piensa que la vida son certezas cuando es todo lo contrario. Siempre han existido. Quien piensa eso es que no sabe lo que es la vida”. Y otro factor adverso que puede propiciar el empeoramiento de la salud mental colectiva es el final del mito de vivir un mundo bajo control y con conocimientos y tecnología capaz porque de solucionarlo todo.
Pues no. “El consumo de ansiolíticos ha aumentado notablemente. El perfil de la persona que más lo acusa es el del varón de más de 40 años, edad a partir de la cual la responsabilidad se impone a la libertad. Ya no controla su vida y además, en muchos casos, tiene miedo a mostrarse vulnerable, por ejemplo admitir que le cuesta volver al trabajo o a la vida cotidiana”, señala Jordina Betoret, psicóloga clínica.
“No hay culpables en esta crisis. Y todo esto genera más vulnerabilidad”, señala Ramos Quiroga, cuyo hospital apechuga con doce de los quince barrios de rentas más bajas de Barcelona. “Naturalmente, esa sensación de ‘control interno’ sobre nuestras vidas desaparece”, indica el psicoterapeuta Luis Muiño.
“El miedo principal no es tanto a que aparezcan nuevos enfermos sino a la descompensación de los más vulnerables antes ya de la pandemia. También nos preocupan las secuelas en los enfermos de la COVID-19. Hemos detectado que entre el 20 y el 40% de los que estuvieron ingresados en una UCI presentan secuelas psicológicas, con muchos cuadros de depresión y ansiedad”, señala el psiquiatra Joan Vegué, director del CPB Serveis de Salut Mental.
El consumo de ansiolíticos ha aumentado; el perfil de persona que más acusa la situación es de los varones de más de 40 años
La pandemia se cebó en las 5.457 residencias de ancianos registradas en España, con un balance de residentes muertos que ronda los 20.000, según estimaciones basadas en registros de las comunidades autónomas. La mayoría de estas 20.000 personas se fueron en un silencio cuyo desgarro permanece. Nunca en la historia de este país desde la Guerra Civil (1936-39), hubo tantos muertos sin despedida. “El duelo de las familias es un problema que sigue sin estar resuelto”, observa el doctor Ramos Quiroga. Meses después, los familiares continúan sin poder celebrar funerales debido a las limitaciones sobre los actos públicos. Son muchos los que han descubierto, muy a su pesar, la importancia de ritos, duelos y ceremonias a la hora de aceptar la muerte. Sin ellos, las heridas no cicatrizan. ¿Desarrollan algunos, además, un sentimiento de culpabilidad por creer que hubiesen podido evitar dichas muertes? “Ya he comentado que no hay culpables pero eso no quiere decir que muchos lo sientan así, sucede lo mismo con los suicidios: y si yo hubiese hecho o le hubiese dicho…”, añade Ramos Quiroga.
Sin embargo, Adela –nombre ficticio- ha acudido a un psicólogo por primera vez en su vida. Le cuesta digerir los hechos. “Mi marido contrajo la COVID-19. Tardamos más de la cuenta en avisar a un médico y lo ingresaron ipso facto. Quince días sin poderlo ver. Ha fallecido, me dijeron. Y un mes más tarde me entregaron las cenizas y hasta otro mes después no puede esparcirlas en la montaña, un deseo que había expresados en muchas excursiones, una afición que nos apasionaba”.
La muerte de 20.000 personas en residencias ha sido devastadora, el duelo de las familias es un problema que sigue sin estar resuelto
El tedio es otra “novedad” en el panorama de la salud mental, destaca Luis Muiño. Se trataba de un concepto mal valorado, despachado socialmente un poco a lo “si te aburres, niño, lee”. “Muchas personas han percibido que el tedio es algo más que cinco minutos de su vida –agrega-. Es más profundo y es grave en términos de salud mental cuando se convierte en un patrón y se convierte en hastío”.
Dos secuelas que ya se aprecian en los consultorios son el miedo a salir a la calle –la agorafobia- y un celo enfermizo por la higiene. El hospital de Sant Pau de Barcelona controló a distancia a sus pacientes más graves –estima el jefe del servicio de Psiquiatría, doctor Enríc Àlvarez- y confía en la capacidad de los centros de asistencia primaria para que sean quienes den respuesta a, por ejemplo, la agorafobia, “que ha aumentado entre las personas de mayor edad” y “personas que pasan a lo mejor dos o tres horas limpiado obsesivamente aunque eso no sea grave, al contrario: es sólo un comportamiento exagerado pero conviene recordar que esa mayor higiene ha salvado vidas”.
Los especialistas detectan el aumento de agorafobia y de personas que se obsesionan con la limpieza
Para la terapeuta Jordina Betoret, la aparición de un ciudadano-policía es un hecho. “Una vez no controlan su vida, las personas aumentan las fobias y las angustias. Y se convierten en ciudadanos que van por la calle amonestando a los que no llevan bien la mascarilla. Su impulso sería ir a un policía y animarle a poner multas. Buscan terapia no porque se den cuenta de que están exagerando sino por la angustia que les lleva a actuar antisocialmente”.
Siempre nos queda, sobre todo para los ciudadanos de una cierta edad, el teléfono de la esperanza, creado en 1971, pionero en España de la atención a distancia (no presencial, según el lenguaje al uso). Desde Valladolid, José María Martínez, psicoanalista, atiende la llamada con suma amabilidad. La esperanza ya es otra historia: “de las llamadas que recibimos concluiría que estamos un poco paranoicos. Hacemos lo que podemos”.