La temperatura del agua se dispara. (EFE/Carlos Barba)
El mar llega a los 30 °C, una cifra preocupante por su relación con las lluvias torrenciales, cada vez más intensas y más frecuentes fuera de las fechas y los lugares habituales
El calor no está solo en el aire. Es posible que el verano de 2022 quede para la historia como el momento en el que despertamos ante una nueva realidad: a partir de ahora, las temperaturas extremas como las de la pasada ola de calor se van a convertir en la norma, según todos los modelos climáticos. Y, si acudimos a la playa para refrescarnos, el alivio va a ser cada vez menor, porque, junto a los récords de temperatura ambiental, otro dato del que se habla menos está llamando la atención de los especialistas. La temperatura de las aguas del Mediterráneo ha alcanzado y superado los 30 °C en algunos puntos. La comparación salta a la vista para muchos: son cifras propias del Caribe.
No suena mal porque lo asociamos con un paraíso vacacional y unos grados más podrían convencer incluso a los bañistas más frioleros, pero las consecuencias de una "tropicalización" del Mare Nostrum no son nada halagüeñas. De hecho, el umbral a partir del cual se producen los huracanes en el Caribe está en los 27 °C. Sin llegar a esas consecuencias, que dependen de otros factores, las altas temperaturas del agua son el combustible necesario para que se produzcan las típicas lluvias torrenciales en la cuenca mediterránea. De hecho, en los últimos años, este fenómeno se ha intensificado: ocurre con más frecuencia, de forma más intensa e, incluso, fuera de los lugares y las fechas habituales. Además, está dejando numerosas víctimas mortales. Si el calentamiento marítimo produce perturbaciones que ya han tenido resultados dramáticos, ¿qué nos espera?
A corto plazo, "el hecho de que el agua esté mucho más caliente de lo normal no va a implicar necesariamente que vaya a llover de forma torrencial más que otros años, pero ese factor va a estar ahí y, cuando se den las condiciones adecuadas, se puede desencadenar un episodio de precipitaciones bastante fuerte", afirma en declaraciones a Teknaturas José Miguel Viñas, divulgador científico y meteorólogo de Meteored. De hecho, "cualquier primera entrada de aire frío de finales de verano, que suelen ser habituales, puede tener una potencia mayor por este factor".
La clave está, precisamente, en que un fuerte contraste de temperaturas genere inestabilidad, aunque se tienen que producir varios factores. A veces, se trata de una masa de aire frío en altura, lo que se conoce como DANA (depresión aislada en niveles altos), antes llamada gota fría. Al chocar con una zona cálida y con abundante vapor de agua, la tormenta está servida. Sin embargo, no siempre es necesario que se produzca este fenómeno, "basta con que se cuele algo de aire frío y que el viento de levante aporte humedad".
Una tendencia imparable
El Mediterráneo, según las estadísticas meteorológicas, alcanzaba su momento de mayor calentamiento hacia el final del verano, entre septiembre y octubre. En ese momento, con las entradas de aire más fresco, se daban las condiciones propicias. Sin embargo, "lo que está ocurriendo ahora es muy raro comparado con lo que sucedía hace décadas. No es normal estar en el mes de julio con el mar a estas temperaturas", advierte el experto. "Si por casualidad esa entrada se produce ya en agosto, las condiciones serían similares a las de otoño, así que no podemos descartar un episodio importante en pleno verano", añade.
Una investigación de la Universidad de Barcelona publicada en la revista 'Atmospheric Research' hace menos de un año muestra un claro aumento de las precipitaciones convectivas, es decir, lluvias muy intensas en forma de tormenta y que conllevan un gran riesgo de inundaciones. Según el estudio, la tendencia es muy clara en los últimos años en la Comunidad Valenciana y en gran parte de Cataluña. La paradoja es que las estadísticas también indican que los periodos secos aumentan, así que, cuando llueve, lo hace de forma torrencial. En definitiva, se trata de episodios de corta duración y gran intensidad.
Las lluvias torrenciales no solo son más habituales, sino que el periodo en el que ocurren, antes circunscrito al comienzo del otoño, se ha ampliado de forma considerable. En 2021, apenas había comenzado el mes de septiembre cuando ya se habían registrado estos fenómenos en Benicàssim (Castellón) o Alcanar (Tarragona), pero también en lugares completamente inusuales, como Toledo y Navarra. A comienzos de mayo de este año, una fuerte tormenta ya batió el récord histórico de lluvia en Valencia en ese mes. En definitiva, este tipo de aguaceros amplían su presencia en el calendario y en el territorio. Es más, en los últimos tiempos algunas zonas del interior, que solían registrar la mayor parte de las precipitaciones en primavera, están cambiando sus registros para parecerse más a los del litoral mediterráneo.
Curiosamente, el incremento de temperaturas no está siendo homogéneo en todo el mar. La zona que registra temperaturas más elevadas casi todo el año es la oriental, las costas de países como Grecia y Turquía, "pero, en este caso, en la parte occidental estamos a la par, es una situación muy anómala", insiste el experto. Las altísimas temperaturas de las olas de calor, la debilidad de los vientos y la elevada insolación que se registra este verano son factores clave, según el análisis que ha difundido el Laboratorio de Climatología de la Universidad de Alicante.
Un verano por delante
Para colmo, queda mucho verano por delante. "Lo lógico es que el calentamiento del agua superficial del mar continúe con esta misma inercia y que no haya alcanzado su pico", comenta Viñas. Es decir, que es muy probable que siga acumulando calor hasta finales de septiembre. El problema es que "ya estamos en valores de récord absolutos, nunca se han registrado picos tan altos". No obstante, los expertos no descartan que, si se produce algún episodio de inestabilidad, aguas más profundas y más frías puedan reemplazar a las superficiales y hacer que descienda un poco la temperatura.
Por otra parte, al margen de que la situación derive o no en episodios de lluvias torrenciales, la temperatura del agua repercute en la tierra. Si las temperaturas ya están registrando valores inusuales por toda Europa, en los lugares más cercanos a las costas mediterráneas se produce un efecto multiplicador. "El tiempo típico de verano incluye un régimen de brisas en la zona mediterránea, pero el hecho de que el agua esté más caldeada aporta más humedad al ambiente. La sensación de bochorno, asociada a altas temperaturas y a mucha humedad, es mayor con esta situación", comenta Viñas.
La extraordinaria situación de altas temperaturas ha multiplicado este año las noches tropicales (en las que el termómetro no baja de 20 °C) y tórridas (cuando ni siquiera desciende de los 25 °C). "Esto era exclusivo de la zona costera mediterránea, pero ya se da con frecuencia en zonas del interior", destaca. Es cierto que, a medida que nos alejamos del mar, la humedad tiene menos importancia, pero, "en la costa, una noche con 23 °C y con una humedad del 90% produce una sensación de mucho agobio".
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24/07/2022 - 05:00
www.elconfidencial.com/tecnologia/ciencia/2022-07-24/el-mediterraneo-es-el-nuevo-caribe-por-que-la-temperatura-del-agua-anticipa-un-desastre_3465722/