lunes, 12 de septiembre de 2022

La humanidad está en peligro (y los multimillonarios 'preppers' tienen la culpa)



Pasillo de entrada a uno de los búnkeres secretos en el estado de Utah. (Reuters)



Uno de los intelectuales tecnológicos más prestigiosos del mundo, Douglas Rushkoff, publica un libro en el que cuenta su experiencia asesorando a este selecto grupo social para sobrevivir al día final. Y no les ha gustado nada




Para una mente tan brillante como la de Douglas Rushkoff, la preocupación por el apocalipsis estriba más en los grandes dilemas morales que traerá consigo que en toda la tecnología que seremos capaces de utilizar para evitarlo. Su carrera de éxito como escritor, divulgador y filósofo tecnoptimista le convierten en una de las personas más influyentes a la hora de reflexionar sobre los futuros distópicos y potenciales catástrofes que aguardan a la humanidad. Si hubo un tiempo en el que Internet se asociaba con el punto de inflexión histórico que nos llevaría a una especie de sociedad libre, democrática e igualitaria, fue en parte gracias a intelectuales como él.

Toda su vida ha estado reflexionando sobre las estructuras de poder y el modo en que la alta tecnología podría hacer de este mundo un lugar más justo, definiéndose a sí mismo como un marxista teórico. Y en los tiempos que corren, cuando los algoritmos se encargan de maximizar el beneficio de los inversores en la arena de las finanzas, predecir cuál será el próximo giro político o simplemente rellenar el 'feed' de las redes sociales con contenidos basura a una población ebria (y enferma) de entretenimiento, es una de las pocas personas que parece tomarse con serenidad la amenaza de un final inminente, sea cual sea la causa: un apocalipsis nuclear, climático, biológico o guerra originada por el descontento social.


"Para ellos, el futuro de la tecnología solo iba de una cosa: escapar del resto de nosotros"


Tal vez por ello un buen día recibió una invitación de un selecto grupo de multimillonarios excesivamente preocupados por el porvenir más aciago a los que bautizó él mismo como "The Mindset" (en español, "La Mentalidad" o "La Actitud", pero que recuerda curiosamente al concepto de "jetset", tan usado en nuestro país para referirse a la élite social). Una limusina le estaba esperando nada más aterrizar en un aeropuerto situado en un país desértico del que no ofrece más pistas. El chófer aparcó en un lugar recóndito del mundo, en el que seguramente no habría ni una sola alma a cientos de kilómetros a la redonda. Y, después de tres largas horas esperando dentro del lujoso automóvil, un jet privado taponó los rayos del sol, descendiendo hacia donde estaba para recogerle. Al día siguiente, dos hombres le llevaron en un coche de jugar al golf hasta una sala de reuniones que, suponemos, estaba sumergida bajo tierra.

Allí le aguardaban cinco multimillonarios, solo cinco, que presumían estar en lo alto de la pirámide social mundial. Acostumbrado como estaba a rechazar por convicción invitaciones de dueños de empresas tecnológicas que buscan diseñar un nuevo producto o plataforma digital con la que absorber al mayor número de personas y datos, Rushkoff pensaba que se trataba de una nueva 'masterclass' de este tipo; pero su intuición y curiosidad le hicieron aceptar esta convocatoria, suponiendo que quizá podría sermonear sobre las ideas que siempre defendió: más pensar en el bien común que nos puede brindar Internet que en identificar productos que puedan "dominar al mayor número de individuos posible de cara al futuro", como él mismo narra en un artículo de 'The Guardian' en el que relata este hecho, ahora crucial en su vida.

Dicho artículo viene titulado con la palabra 'prepper', que alude a ese grupo de personas que afloró durante la pandemia, aquellas cuya obsesión por el apocalipsis les hace vivir en alerta constante y que, al fin y al cabo, son el lado extremo de una actitud muy concreta que surgió cuando todos acabamos confinados de un día para otro: arramplar con todo el papel higiénico del supermercado. Este podría ser uno de los iconos de este modo de vida que ha venido desarrollándose desde entonces y que perdura hasta el presente. En las más altas esferas esto se traduce en búnkeres privados bajo tierra y estudios en profundidad sobre análisis de riesgos y peligros que acechan a la humanidad. Pero, en el caso de los multimillonarios con los que se entrevistó Rushkoff, su actitud iba mucho más allá. Su perspectiva era totalmente diferente y profundizaba en los asuntos a los que no podía llegar su vasta fortuna, en los detalles que el dinero no podía comprar.


La mayor preocupación de un multimillonario es...

"¿Cómo mantener la autoridad sobre mis fuerzas de seguridad después del evento?". Esta pregunta, en concreto, es la que más tiempo acaparó en su reunión. El "evento" es el término con el que se referían a ese hipotético colapso producido por cualquier agente, ya fuera ambiental, nuclear o social. En resumidas cuentas, los cinco superricos querían que Rushkoff les dijera cómo actuar en caso de que los encargados de velar por su seguridad salieran corriendo en esa situación de emergencia. Al fin y al cabo, ¿para qué serviría el dinero ante un desastre medioambiental? ¿Qué podría ofrecer a cambio a estos hombres una vez que su fortuna construida a partir de criptomonedas careciera de valor? ¿Cómo mantener su fidelidad por defender a una sola persona cuando emergiera el caos?

"La forma de lograr que tus guardias muestren lealtad en el futuro era tratarlos en el presente como si fueran tus amigos"

"Los multimillonarios entonces empezaron a considerar la opción de usar cerraduras con contraseñas especiales en sus almacenes de alimentos que solo ellos conocerían", afirma Rushkoff. "O hacer que los guardias llevaran collares disciplinarios para que siguieran velando por su supervivencia", aunque fuera por la fuerza. "O tal vez fabricar robots que les sustituyeran". El caso es que se dieron cuenta de algo que no podían comprar: la voluntad humana y el instinto de supervivencia una vez desatado el caos. La respuesta del intelectual fue clara. "La forma de lograr que tus guardias muestren lealtad en el futuro era tratarlos en el presente como si fueran tus amigos. No invirtáis en municiones y cercos eléctricos, invierte en relaciones personales", les dijo. Y después, "pusieron los ojos en blanco ante lo que debió sonarles como filosofía 'hippie'".

Pronto, se dio cuenta de que no podía hacer nada para convencerles. Ellos, de alguna forma, encarnaban el más alto sentido de egoísmo con el que se había encontrado a lo largo de su vida. "Su extrema riqueza y privilegio solo les había servido para obsesionarse con la idea de tener que aislarse del peligro muy real del cambio climático, el aumento del nivel del mar, las migraciones masivas, las pandemias globales o el agotamiento de los recursos. Para ellos, el futuro de la tecnología solo iba de una cosa: escapar del resto de nosotros". Cuando antes estas personas se amparaban en razones bienintencionadas a la hora de crear productos tecnológicos que harían a la humanidad avanzar como nunca, y precisamente por ello acrecentaron los problemas ambientales y sociales generados por la industria capitalista extractivista en países subdesarrollados (por ejemplo, las minas de coltán en África para fabricar móviles de última generación), ahora se enfrentaban a una curiosa paradoja: huir del desastre que ellos mismos habían originado.

"Nunca antes los hombres más poderosos habían asumido que el impacto de sus conquistas era hacer que el mundo fuera inhabitable"

"Me di cuenta de que estos hombres eran realmente los perdedores", asevera Rushkoff, categórico. "Esos multimillonarios no eran tanto los vencedores del juego económico como las víctimas de sus reglas perversamente limitadas. Más que nada porque sucumbieron a la mentalidad de que 'ganar' significa 'acuñar el suficiente dinero como para protegerse del daño que ellos crearon al aglutinar su fortuna de esa forma'. Era como si quisieran construir un automóvil lo suficientemente rápido como para escapar de su propia velocidad. Nunca antes los hombres más poderosos de nuestra sociedad habían asumido que el impacto principal de sus propias conquistas era hacer que el mundo fuera inhabitable para todos los demás".

Todo ello le hizo pensar que su obsesión por salvarse de un apocalipsis inminente los llevaba a desearlo y forzarlo de manera apresurada. Precisamente por el hecho de resolver la partida y volver a ser los ganadores del juego. No en vano, una de las últimas corrientes de pensamiento más ilustrativas de esta pretensión de las altas esferas de la sociedad de querer dinamitarlo todo para garantizar su propia supervivencia se encuentra en el 'largoplacismo radical', del que ya hablamos en otro artículo. Esta ideología, propuesta por dos filósofos de Oxford, ve mucho más acuciante garantizar el futuro de la humanidad de aquí a unos cuantos siglos (y con ello destinar el mayor dinero posible a la colonización del Sistema Solar o en desarrollar inteligencia artificial que no atente contra nosotros), que en resolver problemas socioeconómicos actuales, como la desigualdad o la pobreza que sufren actualmente millones de personas en el mundo.

Pero no todos los millonarios tienen esta perspectiva, afortunadamente. Rushkoff habla en su artículo de un antiguo representante diplomático estadounidense que estaba especializado, precisamente, en sistemas de seguridad y planes de evacuación, la materia que más interesa a los 'preppers'. "Él creía que la mejor manera de hacer frente al desastre inminente era cambiar la forma actual en que convivimos, la economía y el planeta", a la par que "desarrollar una red de comunidades agrícolas secretas totalmente autosuficientes para millonarios custodiadas por Navy Seals armadas hasta los dientes". Actualmente, este se encontraba planificando dos granjas-refugio secretas en el subsuelo estadounidense.


Nadie quiere ser bueno en el fin del mundo

Más allá de las preocupaciones por cómo garantizar la seguridad o el mantenimiento de estas granjas bajo tierra (muy costosa, como admite Rushkoff, ya que es difícil hacer prosperar vida vegetal en el interior de la tierra o requeriría unos costosos y frágiles sistemas de energía para hacerla prosperar), el peligro que más asusta a estos multimillonarios es que multitudes desesperadas corran llamando a la puerta de su búnker o se organizaran para tomarlo por la fuerza. Pero para los que son movidos por algo más que el egoísmo, es decir, que tienen unos principios sólidos, lo peor sería liberarse de las ataduras morales. "Honestamente, me preocupan menos las pandillas con armas que una mujer al final del camino de entrada del refugio con un bebé que pide comida. No querría estar en ese dilema moral", cuenta el escritor, en boca del exdiplomático.

placeholder'Survival of the Richest', de Douglas Rushkoff. (Cedido)
'Survival of the Richest', de Douglas Rushkoff. (Cedido)

El tema es tan interesante que Rushkoff ha decidido plasmarlo en un libro. 'Survival of the Richest' habla precisamente de este mundo de ricos obsesionados con proteger su fortuna de las consecuencias de lo que en su día ellos mismos contribuyeron a ocasionar. Un desastre, sea del tipo que sea, saca lo mejor y lo peor de nosotros mismos, esto ya lo comprobamos en la pandemia. Y también que los comportamientos egoístas no llevan a ningún sitio, solo agravan el problema (en el caso del virus, no ser responsable y seguir viviendo sin tener en cuenta la situación).

Puede que no sea incumbencia del común de los mortales decir a los ricos qué hacer con su dinero o que no esté en su mano el asegurar que no lo destinen a acelerar el rumbo hacia un final desagradable para todos solo porque ellos ya cuentan con ventaja en la carrera por sobrevivir. Sin embargo, ellos deberían comprender que solos no son nada; y si están tan preocupados por cómo asegurarse de que sus guardias de seguridad no les traicionen llegado el momento, deberían saber, como les ha demostró Rushkoff, que tejer alianzas basadas en la amistad y la colaboración es esencial, primero para convivir y, en último término, para sobrevivir. El dinero no compra la confianza y la lealtad, y en ese sentido y si el resto de la población es más espabilada y sabe organizarse entre sí, ellos ya han perdido.




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11/09/2022 - 05:00
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