El veto a la nuclear y al fracking, sumado a la dependencia de un gas ruso que ahora es políticamente inviable, han llevado al país teutón al límite.
Si hay un país europeo que debería haber cuidado su política energética con especial mimo es Alemania. Su potente industria, motor de la principal economía europea, necesita un suministro claro y coherente, con elementos de sostenibilidad, sí, pero sin descuidar otros aspectos vitales, como el coste y la seguridad de este input tan importante para la producción.
Sin embargo, desde hace años, Alemania ha venido desarrollando lo que el Wall Street Journal describió como "la política energética más tonta del mundo", marcada por el desmantelamiento de la nuclear y del carbón, por el veto a nuevas tecnologías como el fracking y por una fe aparentemente ciega en las renovables. Tal planteamiento vino impulsado, además, por Ángela Merkel, quien creyó que abandonar los postulados energéticos que tradicionalmente defiende el centro-derecha lograría brindarle más apoyos electorales.
Puede que, en clave electoral, su apuesta fuese exitosa, porque Merkel fue incontestable en las urnas desde que llegó a la cancillería, en 2005, hasta que abandonó su cargo, antes de las elecciones de 2021. Sin embargo, si hablamos del impacto que ha tenido su política energética, el balance no solo es abrumadoramente negativo, sino que cada vez se antoja aún peor de lo que habíamos imaginado en un primer momento.
Y es que, en la medida en que la apuesta de Merkel se ha demostrado total y absolutamente fallida, el nuevo gobierno teutón, en el que curiosamente están integrados los ecologistas, ha terminado viéndose obligado a quemar carbón como si no hubiese un mañana. De hecho, las mediciones que calculan la intensidad energética del mix energético a partir de las emisiones de CO2 estiman que se están alcanzando valores de 765 g/kWh, por encima incluso de los niveles que se dan en China, generalmente en torno a 550 g/kWh. Estos datos también estarían por encima de los valores observados en India. Y, además, el peso del carbón sobre toda la generación de electricidad ya alcanza el 45%.
Abandonar la nuclear (su producción ha caído en un 50% a lo largo de los últimos años) y cerrarle las puertas al fracking (al contrario de lo que ha hecho Estados Unidos) puede sonar muy bonito, pero no elimina las necesidades energéticas de las familias y empresas. De modo que Alemania ha terminado en brazos de Vladimir Putin y, desde hace años, se ha dedicado a comprar gas a espuertas a Rusia para tapar su agujero. Sin embargo, la guerra en Ucrania ha hecho políticamente inviable este hipócrita arreglo energético, poniendo de manifiesto las miserias de la política energética que introdujo Merkel y que el actual canciller, el socialdemócrata Olaf Scholz, pretendía radicalizar.
También vale la pena señalar que Alemania completó en 2021 un acuerdo de cooperación internacional mediante el cual transfirió 700 millones de dólares a Sudáfrica a cambio de que el país africano redujese el peso del carbón en su mix energético. Pues bien: desde entonces, las importaciones alemanas de carbón sudafricano se han multiplicado por ocho.
03/12/2022 - 08:06
https://www.libremercado.com/2022-12-03/energia-alemania-desastre-politica-verde-nuclear-carbon-renovables-6962480/?_ga=2.105601226.871725596.1669759805-323422884.1621110057