Henry Kissinger, en una imagen de archivo. (Reuters/Pascal Lauener)
La editorial Debate publica en España 'Liderazgo', el último libro del político estadounidense, que analiza los mimbres que conforman a un buen líder... y a uno malo
Una de las apreciaciones más habituales acerca de la política actual es que ya no existen liderazgos como los de antes. ¿Por qué hoy son irrepetibles figuras como Churchill, Reagan o González? ¿Por qué los primeros ministros y presidentes gobiernan siguiendo las encuestas en lugar de tratar de persuadir a sus ciudadanos acerca de lo mejor para el bien general? ¿Es porque nuestras sociedades son peores?
Hay unas cuantas respuestas a estas preguntas: quizá las democracias actuales se han vuelto demasiado plurales, quizá los partidos políticos se han convertido en estructuras ineficientes. Pero la explicación canónica la dio Maquiavelo en el siglo XVI. Los liderazgos mediocres, dijo, se deben a que las sociedades se vuelven blandas cuando viven con un exceso de tranquilidad. Cuando se dan largos periodos de paz y hay prosperidad, los humanos se corrompen poco a poco y el pueblo prefiere los líderes que hacen favores y dan buenas noticias, en lugar de los que exigen sacrificios. Solo cuando vienen malos tiempos, nos acordamos de los dirigentes que, pese a ser antipáticos, austeros o autoritarios, tienen la capacidad de liderazgo necesaria para sacarnos de las crisis.
Estadistas y profetas
Henry Kissinger, que tuvo un papel fundamental en la política exterior estadounidense durante una década crucial de la Guerra Fría, siempre ha sentido una fascinación declarada por los grandes líderes. Y en su nuevo libro, Liderazgo . Seis estudios sobre estrategia mundial —un largo volumen recién publicado por la editorial Debate (y en cuya traducción yo colaboré)—, explica de manera detallada qué considera que es un buen liderazgo, qué diferencia a los gobernantes normales de los verdaderos líderes y cómo estos son capaces de identificar los objetivos a largo plazo para sus sociedades.
Lo hace retratando a seis líderes del siglo XX a los que conoció bien porque tuvo tratos diplomáticos y personales con ellos y cuya obra política describe con una impresionante clarividencia y unos sesgos muy evidentes. De los seis líderes retratados, cuatro fueron conservadores democráticos: Konrad Adenauer, Charles De Gaulle, Margaret Thatcher y Richard Nixon. Y dos fueron semidictadores: Lee Kuan Yew, el fundador del Singapur moderno, y Anwar Sadat, el líder de Egipto que luchó contra el colonialismo e intentó imponer el laicismo y la modernidad en su país.
Se trata de líderes muy distintos, pero todos ellos comparten un rasgo interesante. Para Kissinger, existen dos clases de gobernantes. Unos son estadistas, gestores de los conflictos cotidianos, gente realista y pragmática que siente que su principal deber es conservar las instituciones y alentar el progreso cauteloso de sus países. Los otros son profetas, políticos que tienen una visión del futuro y que tiran de sus pueblos hacia ella, con frecuencia con actitudes mesiánicas, y que no se conforman con nada que no sean logros transformadores. Para Kissinger, estos seis líderes estudiados, y todos los buenos líderes en general, son una mezcla de las dos cosas: individuos que tienen una imagen ideal del futuro, pero que se guían por el realismo.
Sangre fría y testarudez
Kissinger es un retratista certero. Los perfiles de estos líderes resumen muy bien sus trayectorias, sus decisiones cruciales, los momentos en que triunfaron y los que les llevaron a la defenestración. Kissinger no solo vincula la capacidad de liderazgo a cuestiones estratégicas, sino al carácter de las personas que toman las decisiones. Por eso, se sirve de anécdotas personales para explicar las peculiaridades que hicieron de estos estadistas verdaderos líderes. En una ocasión, fue a ver a Adenauer, que antes de recibirle a él despidió de su despacho con cordialidad a un rival político que le había atacado en los medios de comunicación. Kissinger mostró su sorpresa. Adenauer le dijo: "En política, es importante tomar represalias a sangre fría".
De Thatcher recuerda que, cuando era una joven recién licenciada en química, una empresa rechazó su solicitud de trabajo porque los entrevistadores la consideraron "testaruda, obstinada y peligrosamente terca", pero que fueron precisamente esas cualidades las que la convirtieron en una líder capaz de transformar por completo la economía británica. El retrato de Nixon es el más personal y afectuoso: era un hombre acomplejado e indeciso, pero que supo tratar con una mezcla de comprensión y dureza a los líderes comunistas (Kissinger apenas menciona el apoyo de sus gobiernos a sangrientas dictaduras en Latinoamérica). Cuando Yew, el líder de Singapur, hoy muy imitado por los mandatarios asiáticos y admirado por otros en Occidente, se reunió, a finales de los años sesenta, con académicos estadounidenses que despotricaban contra la guerra en Vietnam, tuvo la sangre fría de decirles que sus opiniones le daban asco. Les explicó con calma y frialdad por qué la lucha contra el comunismo era necesaria para un país como el suyo. No fue simpático, no intentó entablar amistad con nadie. Fue sincero y autoritario: dos condiciones importantes para liderar, según Kissinger.
El liderazgo del pasado y el del futuro
Para Kissinger, estos líderes triunfaron porque, siguiendo la idea de Maquiavelo, emergieron en tiempos de dificultades y supieron aprovecharlos en su favor y el de sus naciones. Adenauer y De Gaulle levantaron sus países tras una guerra devastadora; Yew y Sadat reinventaron sociedades que habían estado sometidas a décadas de colonialismo, Nixon y Thatcher entendieron las nuevas realidades de un mundo al borde de una nueva guerra mundial y lastrado por viejas ideas económicas. Nuestros tiempos no enfrentan retos menores —de la inteligencia artificial a las pandemias, de la inflación al auge de Asia frente al dominio occidental—, pero hay algo que hace que Kissinger, pese a no mostrarse pesimista, desconfíe sobre la posibilidad de que en el futuro próximo podamos contar con líderes comparables a estos seis. Quizás ha terminado, por razones que no alcanzamos a entender, el tiempo de los grandes líderes.
Quizás ha terminado, por razones que no entendemos, el tiempo de los grandes líderes
Kissinger encarna las contradicciones del siglo XX. Representó lo peor del expansionismo estadounidense y, al mismo tiempo, ha escrito algunos de los mejores libros sobre política de las últimas décadas. A sus 99 años, es un creyente en la democracia y el libre mercado, pero queda claro lo mucho que admira a personajes duros, muchas veces narcisistas, casi siempre tendentes a imponer su criterio y a desdeñar a los tibios. Pero precisamente por ello, su lección sobre el liderazgo es útil: quizá su elección de los líderes más ejemplares sea discutible, pero los describe tan bien que suscita dos preguntas especialmente interesantes. No solo si en el futuro tendremos líderes comparables a los del pasado. Sino también si, en nuestro tiempo y con nuestras sociedades, el pluralismo, la tolerancia y la misma democracia son compatibles con esta clase de liderazgos.
Por
Ramón González Férriz
21/03/2023 - 05:00
Henry Kissinger te enseña a distinguir entre un gran estadista y un mal profeta (elconfidencial.com)
www.elconfidencial.com/cultura/2023-03-21/kissinger-liderazgo-sociedades-blandas_3595095/