La soprano Maria Callas, conocida como 'la Divina'.
(Rome Film Fest)
'La Divina' cumpliría hoy cien años, reducida a un mito estético y novelesco que no hace justicia a sus hazañas vocales
Dos años antes de morir, Maria Callas acudió a la consulta de uno de los médicos más prestigiosos de Roma. Mario Giacovazzo, quien también era el doctor personal del presidente Aldo Moro, anotó una retahíla de síntomas: a sus 50 años, La Divina presentaba debilidad muscular, falta de coordinación y una mancha púrpura en el cuello. El médico tomó sus manos, deformadas por unos nódulos. Y con un deje veneciano, la Callas señaló: "¿Lo ve, doctor? Estas ya no son las manos dulces, puras y delicadas de Floria Tosca, sino las de un obrero".
El síntoma más doloroso no era un secreto para el médico, ni para los miles de espectadores que la habían escuchado en su última gira: la soprano estaba perdiendo su voz. Aquellas manos callosas cebaron el mito de Maria Callas en sus horas bajas. Es un cliché literario: una mujer entregada a tantos papeles, que quedó desfigurada. Una soprano disfrazada con tantas voces, que perdió la suya propia. La cultura popular ha colocado a la Callas en la vitrina de los ídolos. Y la recuerda con ese barniz novelesco especialmente hoy, en el centenario de su nacimiento.
Dos años después de aquella visita al médico, Callas moría en su apartamento de París. La causa, según el informe de defunción, fue una insuficiencia cardíaca. Sus allegados introdujeron la hipótesis del suicidio o de la sobredosis de somníferos y barbitúricos. De nuevo, el libreto parecía escribirse solo: la aventura de la soprano con Aristóteles Onassis había acabado en desengaño, el estrés y la ruptura con el millonario habían dañado su voz, y la prima donna assoluta había muerto lejos de los escenarios, en soledad.
Parte de la memoria colectiva no resiste a ese magnetismo trágico, quizá el mismo que emana una ópera cuando maltrata a su heroína. "Es extrañamente vulnerable y humana para ser una leyenda", escribía un crítico del New York Times cuando Maria Callas regresó a los escenarios en 1973, tras ocho años de silencio. Su humanidad se presentó en forma de unos agudos frágiles y de un timbre áspero en los graves. El declive era evidente, pero se selló con 25 minutos de ovación ininterrumpida.
Unos años antes de que la Callas se ganara el apelativo de La Divina en La Scala, el director Tullio Serafin la definió afectuosamente como "una gran vociaccia" (un "vozarrón", una "gran y fea voz"). El maestro fue uno de sus descubridores, el que la llevó por primera vez a la Arena de Verona con 24 años. Serafín quiso referirse así a una rareza en la voz de Maria Callas: su falta de homogeneidad. Como si tres cantantes diferentes habitaran en la misma laringe.
Hay quienes sostienen que este timbre y técnica inusuales contribuyeron al deterioro precoz de la Callas. Pero las rarezas no solo la convirtieron en la soprano más revolucionaria de su tiempo, sino que la llevaron a moldear la concepción moderna de la ópera italiana.
"Es una actriz; las otras solo cantan"
La Callas poseía un rango vocal inusual. Su registro grave era potente, oscuro y pesado. Podía interpretar con facilidad a las heroínas wagnerianas o veristas, e imponerse al volumen de las grandes orquestas posrománticas. Otras voces pagan un precio por esa potencia en los graves: la agilidad, comodidad y flexibilidad en los agudos. Por eso, es común que una soprano ideal para el virtuosismo explosivo de Rossini no pueda abordar la oscuridad y el volumen necesarios para Wagner. Pero Maria Callas no tuvo que elegir.
En Grecia, se formó bajo la disciplina técnica de la española Elvira de Hidalgo, experimentada en el repertorio de principios del siglo XIX. Precisamente, en los compositores que ahora encarnan la ópera italiana en la cultura popular: el bel canto de Bellini, Rossini y Donizetti. Algunos de sus papeles requerían una voz ágil, limpia y disciplinada para el virtuosismo, pero con un rango vocal tan amplio que era impensable para una soprano del siglo XX.
"Desde el principio, Callas invadió los campos de las sopranos líricas, dramáticas y ligeras. Como un boxeador que pudiera pelear contra pesos pluma, medio y pesado. No tuvo precedentes y causó sensación", escribió el maestro de canto Rodolfo Celletti, citado por Marco Beghelli en el estudio La voz femenina del siglo XX.
Maria Callas no solo impulsó un renacimiento del bel canto en el siglo pasado, sino que lo dotó de una dimensión dramática inaudita. Se atrevió a sacrificar la serenidad y la redondez de la voz por la construcción del personaje. Transformó las imperfecciones de la voz en fortalezas teatrales. Tradujo la ira de Medea en graves guturales, la desesperación de la hija de Nabucco en susurros inaudibles o la frialdad de Lady Macbeth en sonidos nasales.
"Nadie parece entender que Callas es una actriz, mientras que las otras son solo cantantes", declaró Tullio Serafin en 1958, el año en que los defectos vocales de la diva comenzaron a ser audibles. En el estudio La voz femenina del siglo XX, Beghelli apuesta más alto: si la interpretación actoral se ha convertido en una habilidad indispensable para los cantantes modernos, es porque estos todavía avanzan en la estela de Maria Callas.
El año 1958 fue la antesala del declive, la ira y el escándalo. Callas abandonó la Ópera de Roma en mitad de una representación de su legendaria Norma, abucheada por el público, con el presidente italiano en el patio de butacas. La Ópera del Metropolitan de Nueva York llegó a despedirla fulminantemente por no haber confirmado las fechas de una temporada que ya había comenzado
Para explicar la caída de la prima donna, se impuso la visión trágica —operística— de Maria Callas: la que asegura que el fracaso de su matrimonio, la traición de Onassis y el estrés psicológico terminaron enfermando sus cuerdas vocales. O que una excesiva presión y una técnica deficiente en el comienzo de su carrera terminó volviéndose en su contra.
Las investigaciones médicas recientes proponen que pudo morir por una posible dermatomiositis, una enfermedad autoinmune
Solo las investigaciones médicas recientes proponen una explicación "mucho más sólida y creíble": una posible dermatomiositis, una enfermedad autoinmune que provoca una debilidad generalizada de los músculos. En 2011, dos investigadores de la Universidad de Bolonia se basaron en el testimonio del doctor Giacovazzo y en las últimas grabaciones de vídeo, donde la postura, respiración y movimientos de la Callas podrían ser señales de esta enfermedad.
Con las manos "de un obrero", la soprano se presentó ante el médico que la diagnosticaría por primera vez: "La encontré bien vestida y arreglada, como siempre. Pero parecía apagada". El mito de Maria Callas, ante una bata blanca, adquirió su dimensión más trágica y más simple: la de una enfermedad que mermó su voz.
Y al mito de la diva voluble y caprichosa también se imponen esas "manos de obrero", el método y la profesionalidad interiorizadas hasta el extremo. En una entrevista en la Fundación Juan March, la soprano Teresa Berganza relató sus días en Dallas, cuando ella tenía 23 años y la prima donna assoluta ya era una leyenda. Desde una edad temprana, la Callas sufrió una miopía que la dejó prácticamente ciega. Siempre se negó a llevar sus gruesas gafas durante las representaciones.
En aquella producción, la soprano debía bajar unas escaleras desde lo alto del escenario hasta el límite con el foso orquestal. Todos los días, una hora antes del ensayo, acudía al lugar para bajar esas escaleras con zapatillas de bailarina. Cada vez más rápido, hasta el estreno. Aquel día, pudo descenderlas corriendo y sin ver nada, para terminar su aria mirando al público.
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