Una carnicería vegana de Alemania.
(Getty)
"Pollo", "pescado", "leche" o "embutidos" en una versión vegana. Estos productos parecen más saludables y respetuosos con el medioambiente, pero, ¿realmente lo son? Hablamos con un grupo de expertos que nos lo explica
Es igual que una lata de atún, su nombre es similar al del atún, lleva un logotipo que podría ser un atún, también se conserva en aceite como el atún, pero no, no es atún. En los últimos años, han proliferado decenas de productos que imitan pescados o carnes, pero que en realidad son sucedáneos preparados principalmente con soja. Hablamos de los preparados veganos que juegan con la estética del empaquetado para parecer productos de origen animal y que, incluso, algunos se pueden encontrar bajo la denominación "pollo", "filetes de merluza" o "hamburguesa".
Además de la más que cierta relación de estos productos con la reducción del consumo de animales, los productos veganos están vestidos de un aura de saludable y respetuoso con el medioambiente, una visión que comparten los consumidores, según vario estudios de diversas instituciones. Estos motivos son los que llevan a mucha gente a recurrir a ellos, pero nada más lejos de la realidad.
En realidad, los productos veganos que imitan a los de origen animal –entre los que también se encuentran quesos veganos y leches vegetales– no dejan de formar parte de los tan demonizados ultraprocesados. El director del Grado de Nutrición Humana y Dietética de la Universidad Europea del Atlántico, Iñaki Elío, lo deja claro: "Son alimentos ultraprocesados, ya que para su elaboración se utilizan materias primas texturizadas, espesantes, almidones, saborizantes, colorantes, aceites, sal, azúcar…".
Elío recuerda que según el sistema nutricional NOVA, los alimentos ultraprocesados “están elaborados a partir de otros alimentos. No suele reconocer el alimento de origen; de hecho, se elabora para imitar la apariencia, forma y cualidades sensoriales de otros alimentos. Muchos de los ingredientes empleados en la elaboración de alimentos ultraprocesados no se encuentran en nuestras cocinas; son, por ejemplo, los aditivos, o incluso los nutrientes que se añaden para enriquecerlos”.
Aparte de riesgos para la salud de los ultraprocesados, que analizaremos a continuación, este tipo de productos también provocan que el consumidor "se aleje de alimentos ricos en proteínas de origen vegetal como legumbres, quínoa, trigo sarraceno, tofu, tempeh, seitán, soja y guisante texturizado", señala el nutricionista. Al mismo tiempo que añade "como nos demuestra la clasificación NOVA, cuanto más fresco y menos procesado, mejor para la salud. Dejando el alimento ultraprocesado para un consumo muy ocasional".
Menos nutritivos y peligrosos para la salud
Hay muchos estudios sobre el efecto que los ultraprocesados tienen en la salud. En el último, publicado el pasado mes de marzo en la revista BMJ, se encontraron asociaciones directas entre la exposición a estos alimentos y 32 parámetros de salud como mortalidad, cáncer, trastornos de salud mental o enfermedad respiratoria, cardiovascular, gastrointestinal y metabólica. El informe detalla que los resultados proporcionan una justificación para "desarrollar y evaluar" la eficacia del uso de medidas de salud pública para abordar y reducir la exposición dietética a alimentos ultraprocesados con el objetivo de "mejorar la salud humana".
El documento explica también que la proporción de energía dietética derivada de alimentos ultraprocesados varía en países de ingresos elevados. La cifra va desde el 42% y el 58% en Australia y Estados Unidos, respectivamente, hasta tan solo el 10% y el 25% en Italia y Corea del Sur. En contraposición, los lugares de ingresos bajos y medios, como Colombia o México, estas cifras oscilan entre el 16% y el 30% de la ingesta total de energía.
Otra de las cuestiones que trata el texto es que la disponibilidad y variedad de productos ultraprocesados vendidos "ha aumentado sustancial y rápidamente" en las últimas décadas. Lo ha hecho en países con diversos niveles de desarrollo económico, pero especialmente en muchas naciones densamente pobladas de ingresos bajos y medios.
Por otro lado, los investigadores a cargo de la publicación coinciden en lo que comentaba Elío: la ingesta de ultraprocesados "desplaza" el consumo de alimentos más "saludables y nutritivos de la dieta", como "frutas, verduras, legumbres, nueces y semillas". Otra idea que deja clara el documento es que las dietas ricas en alimentos ultraprocesados se asocian con marcadores de mala calidad de la dieta, con mayores niveles de azúcares añadidos, grasas saturadas y sodio; mayor densidad de energía; y menor fibra, proteínas y micronutrientes.
Los investigadores reclaman pautas dietéticas, destinadas a abordar y reducir la exposición a alimentos ultraprocesados
Como resultado, se consume una ingesta reducida de compuestos bioactivos beneficiosos que están presentes en estos alimentos y estos perfiles dietéticos pobres en nutrientes han sido implicados en la prevalencia e incidencia de enfermedades crónicas.
Igualmente, otro estudio, publicado el pasado 1 de abril en la revista Journal of Agricultural and Food Chemistry, que comparaba el contenido nutricional de unos filetes de ternera con unos vegetales, resaltaba que el contenido de aminoácidos y la digestibilidad de proteínas de los de origen vegetal, eran insuficientes.
En cuanto a las posibles soluciones para atajar este problema, el texto de la BMJ sugiere "comprender los aspectos de los patrones dietéticos ultraprocesados que los vinculan con una mala salud y una muerte prematura" y para ello, "hace falta más investigación". Por este motivo, los autores del texto recomiendan "una investigación mecanicista urgente y el desarrollo y evaluación de estrategias integrales de salud pública y poblacionales, incluidos marcos de políticas gubernamentales y pautas dietéticas, destinadas a abordar y reducir la exposición a alimentos ultraprocesados para mejorar la salud humana".
"Es diferente el embutido a la carne fresca"
Por su parte, Gabriela Pocoví, nutricionista conocida en Instagram como @nutrigaby, tiene claro que la gente asocia los productos preparados vegetarianos y veganos con que son más saludables porque "la industria tiene muchos intereses en hacernos saber que comer carne es malo". "La ciencia siempre ha vinculado el consumo de carne con problemas cardiacos y no todos los tipos son iguales, es muy diferente un embutido de una carne fresca. También es diferente si lo acompañas de verduras o de fritos y alcohol, que elevará el riesgo cardiaco. No es la carne, es el contexto. Se ha dejado el mensaje de que consumir alimentos de origen vegetal es mejor para la salud y no estoy de acuerdo", comenta la profesional.
La experta insiste en que los ultraprocesados de origen vegano o vegetariano, también existen: "Hay galletas veganas con aceites vegetales o hamburguesas de soja con sabor a chorizo que están llenas de harinas y saborizantes. Otra cosa diferente es ser consciente de que no es saludable y lo compres por darte un capricho".
También recalca la importancia de "cambiar el enfoque" respecto a la alimentación: "Tiene que estar enfocada en consumir materias primas. Yo soy partidaria de ir a lo simple, de comprar en el mercado frutas, verduras o legumbres, como hacían nuestros abuelos. El supermercado tiene que ser la excepción, puedes comer unas salchichas veganas un día, pero no asociarlo a que estos productos son más sanos".
¿La soja pueden alterar las hormonas?
Uno de los grandes debates sobre la soja es si puede actuar como disruptor endocrino, lo que significa que alteraría las hormonas del cuerpo. En las últimas décadas, se han publicado múltiples estudios en ambas direcciones: de los de hace más años que alertaban de los riesgos para la salud (especialmente en mujeres) a los más recientes que los niegan y señalan sus beneficios.
Para el investigador del Instituto de Investigación Sanitaria La Fe Francisco Domínguez Hernández sí que actúan como un disruptor endocrino: "La soja contiene una sustancia que se llaman isoflavonas, que son fitoestrógenos. La misma palabra te dice que son parecidos a los estrógenos, que son sustancias que tiene las mujeres. Entonces estos fitoestrógenos pueden competir o emular a estos procesos de la mujer. Por lo que se les puede considerar un disruptor endocrino, pero es un disruptor endocrino que es natural, porque los fitoestrógenos son sustancias que tienen algunas plantas y no son perjudiciales de por sí, pero tiene un efecto de modulación en los efectos hormonales de la mujer".
El catedrático de Radiología y Medicina Física Nicolás Olea Serrano huye tajantemente de este término: "Desde que se definieron los disruptores endocrinos ha habido siempre un interés enorme por alguien en meter dentro de estos a los fitoestrógenos y los productos con actividad hormonal naturales. Pero más adelante se dejó claro que disruptores endocrinos son químicos hechos por el hombre y sintetizados artificialmente". Un interés que considera que existe por "repartir responsabilidades" por parte de las industrias que fabricaban elementos que realmente actúan como disruptores y pone el ejemplo de que "una cosa es el pesticida endosulfan contaminando los tomates y otra cosa es la dieta de soja que acompaña como alimento. En uno hay una responsabilidad directa del productor de que metiendo en el mercado un producto nuevo tóxico y el otro es un componente de la dieta. Tienen una intención muy malsana".
Para el también profesor de la Universidad de Granada, la versión más apoyada por la ciencia es que "los compuestos con actividad hormonal producidas por los vegetales o por los hongos han estado en contacto con los seres vivos durante los últimos millones de años. Han formado parte de la dieta de muchos animales y de muchos seres vivos. No tiene nada que ver con los disruptores endocrinos derivados de la síntesis del petróleo sin parangón en la naturaleza. Los disruptores endocrinos tienen como definición clara, es que son de síntesis, que lo ha hecho alguien con su ingenio". Habla de productos como los DDT o los PFAS, sustancias que no existían antes de 1950, "así que son completamente novedosas y a las cuales tendremos que pagar un precio de adaptación". Por todo ello, concluye que "no sería conveniente meter en el mismo saco de los disruptores endocrinos hechos por el hombre a los productos naturales".
El catedrático explica que "los fitoestrógenos cuando entran como parte de la dieta se metaboliza por el alimento y modifica los niveles hormonales de forma natural como cualquier otro alimento". Y, por tanto, los efectos directos la soja en enfermedades que se han demostrado "siempre han sido neutros o ligeramente positivos". En este sentido apunta a leves efectos protectores contra el cáncer de mama y próstata, así como la recomendación para la menopausia.
En cuanto a cómo afecta a la salud, Domínguez coincide con Olea en que en la mayoría de enfermedades no está demostrado un efecto hormonal negativo e, incluso, en algunas levemente positivo. Donde sí que ha descubierto un perjuicio en la salud reproductiva, su campo principal de estudio, ya que es investigador principal en IVIRMA Global Research Alliance y la Fundación IVI (Instituto Valenciano de Fertilidad). El especialista ha reaizado varios estudios para tratar dilucidar el efecto que la soja puede tener en la fertilidad y dónde ha constatado que puede afectar negativamente es hombres: "Se ha visto que concentraciones altas de fitoestrgoenos, que están presenten en la soja, hacen que los parámetros seminales bajen un poco con respecto a otras personas que no toman este tipo de sustancias en alimentos".
Domínguez presentó una investigación en el congreso de la American Society for Reproductive Medicine (ASRM) en la que concluía que sustancias como la daidzeína y la genisteína (fitoestrógenos), presentes en productos derivados de la soja, empobrecen la calidad espermática y, por tanto, su capacidad reproductora.
En cualquier caso, el catedrático concluye que si algo se pudiera considerar beneficioso de estos productos, no son ellos en sí, sino desplazar el consumo de carne, cuyo alta ingesta se relaciona con múltiples enfermedades.
Blanqueo ecológico y vegano
Respecto a las prácticas que hacen las empresas como reclamo publicitario, destaca el greenwashing —el blanqueo ecológico mediante el etiquetado de los productos—. Para frenar la situación, la Comisión Europea ya anunció en 2019 la aprobación de una Propuesta de Directiva con el objetivo de impedir que las marcas "parezcan más sostenibles de lo que realmente son". Sin embargo, desde hace unos años, ha surgido otro término relacionado con los productos veganos y vegetarianos: el veganwashing.
Desde la Unión Vegetariana Española (UVE) manifiestan que el término hace referencia a cuando una marca, empresa o entidad, "promueve productos veganos o crea campañas con un mensaje alineado a los valores del veganismo (salud, derechos animales y medioambiente) pero que en realidad, es un lavado de cara".
"Es un intento por mejorar su imagen pública, ya que su objetivo no es trabajar en esta línea, sino capitalizar esta tendencia al alza, creando productos veggies o campañas publicitarias cuyo mensaje sea su compromiso con el bienestar animal y la sostenibilidad. El veganwashing no deja de ser un marketing engañoso, que está a la altura de otros movimientos como pueden ser el greenwashing o el pinkwashing", afirma Laura Jiménez, responsable de comunicación de la UVE.
También aclara el objetivo de estas entidades: "Atraer a consumidores conscientes sin necesariamente comprometerse con los principios del veganismo. Es lo que ocurre con empresas que lanzan una línea de productos veganos, pero siguen siendo grandes productores de carne y productos lácteos y no quieren dejar escapar el boom del sector plant-based".
Además, explica la importancia de saber identificar este tipo de publicidad: "No queda otra que estar bien informados sobre lo que consumimos, por lo que toca hacer una labor de investigación sobre una empresa de la que no se conozca ni su historia ni sus prácticas. Es posible que con una rápida búsqueda en internet se salga de dudas. También leer las etiquetas y descripciones de los productos nos puede ayudar, pues muchos de ellos contienen certificaciones que nos pueden ser útiles para dar con las políticas de las empresas".
Por otro lado, Laura asegura que debería haber "agentes reguladores externos" que "supervisen y sancionen" a las empresas que hagan uso de esta práctica. Asimismo, recalca el papel de los consumidores para hacer frente al veganwashing: "Podemos presionar a las empresas para que sean transparentes sobre sus prácticas y procesos de producción, asegurando que sus reclamos veganos sean genuinos".